Análisis:La polémica de Educación para la Ciudadanía

La sinrazón instrumental

Si orientar las capacidades humanas a resultados antes que a valores o, lo que viene a ser lo mismo, dar prioridad a los medios sobre los fines es una deriva de las sociedades de la modernidad que Max Horkheimer bautizó como "razón instrumental", habría que buscar otro término para definir las acciones de quienes instrumentalizan a la vez los medios y los fines para boicotear valores que no comparten. Pero eso es exactamente lo que ocurre con la implantación de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía en el inicio de curso de los institutos valencianos, donde servidores y usuarios d...

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Si orientar las capacidades humanas a resultados antes que a valores o, lo que viene a ser lo mismo, dar prioridad a los medios sobre los fines es una deriva de las sociedades de la modernidad que Max Horkheimer bautizó como "razón instrumental", habría que buscar otro término para definir las acciones de quienes instrumentalizan a la vez los medios y los fines para boicotear valores que no comparten. Pero eso es exactamente lo que ocurre con la implantación de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía en el inicio de curso de los institutos valencianos, donde servidores y usuarios del sistema público de enseñanza se ven sometidos al bochorno de una arbitrariedad del poder político que, no sólo les convierte en rehenes de una batalla política y partidista, sino que, de repente, les enreda en una organización de la docencia que carece de cualquier sentido porque la Administración que la impone es manifiestamente incapaz de prestar, en la práctica, el servicio que decreta.

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Sabido es que el PP se ha opuesto desde el principio a la implantación de Educación para la Ciudadanía, con argumentos que cada cual evaluará desde su posición en el debate público. Sabido es también que se trata de una materia de implantación obligatoria y evaluable. Sabido es que algunos gobiernos autonómicos, como el de Francisco Camps, saltaron al campo de batalla, sin atender a límites ni condiciones, para ofrecer una vía de escape a los objetores y dificultar hasta lo grotesco el derecho del común de los usuarios a beneficiarse de una oferta educativa perfectamente válida. Los tribunales, al menos en el caso valenciano, han puesto coto a las alternativas objetoras y estudian la legalidad de las órdenes emanadas de una Administración tan militante.

Pero el curso ha empezado y la ocurrencia del consejero Alejandro Font de Mora y de su jefe de que la asignatura se imparta en inglés ha desembocado en una escena de ventriloquia, más propia de un show de Mari Carmen y sus muñecos que de la educación en una sociedad moderna y seria. Pretende esta Administración, desde el Diario Oficial y por escrito, que los profesores, los padres y los alumnos encajen, en el sentido común de la vida cotidiana, la escena de un profesor dando clase traducido por otro al inglés ante el asombro comprensible de los estudiantes. Sería un buen ejercicio para la nueva asignatura discernir cómo la "sinrazón instrumental" lleva al ridículo.

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