Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA

Familia envenenada

Hay un muerto, degollado, y la mañana es luminosa, en una buena casa de una ciudad marítima de Asturias. El desgraciado es el cabeza de familia, próspero concesionario de automóviles y amigo de muchos. Deja viuda y una hija de seis años. Levantará el cadáver la juez de Instrucción Mariana de Marco, gran personaje de José María Guelbenzu, alta y sobre tacones, paso firme, cartera en una mano y bolso al hombro.

Parece, desde el principio, resuelto el crimen, como en alguna novela de Francis Iles. Pero las cosas se tuercen, y la instrucción acabará convirtiéndose "en el relato de la destru...

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Hay un muerto, degollado, y la mañana es luminosa, en una buena casa de una ciudad marítima de Asturias. El desgraciado es el cabeza de familia, próspero concesionario de automóviles y amigo de muchos. Deja viuda y una hija de seis años. Levantará el cadáver la juez de Instrucción Mariana de Marco, gran personaje de José María Guelbenzu, alta y sobre tacones, paso firme, cartera en una mano y bolso al hombro.

Parece, desde el principio, resuelto el crimen, como en alguna novela de Francis Iles. Pero las cosas se tuercen, y la instrucción acabará convirtiéndose "en el relato de la destrucción de una familia". El suegro de la víctima se declara inmediatamente culpable, aunque la viuda también podría ser la asesina: un hogar, por amplio que sea, alguna vez se estrecha hasta el punto de incitar al asesinato. El abuelo, de espléndida figura, inteligencia, cordialidad, prepotencia y frialdad, explica la desgracia ocurrida en la casa, el desenlace de un matrimonio infeliz, la merecida muerte del marido que maltrató, acobardó y hundió a su mujer, guapa, sola y tristísima.

Un asesinato piadoso

J. M. Guelbenzu

Alfaguara. Madrid, 2008

392 páginas. 18,50 euros

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Está cerrado el caso. Es Un asesinato piadoso. La confesión parece completa. ¿Se trata de un padre justiciero que se sacrifica para liberar a su hija, o para encubrirla? Algo va mal en la exposición de los hechos, en la lógica de la narración, y J. M. Guelbenzu convierte la investigación del crimen en análisis de un relato. La juez, como un crítico de novelas, indaga en el temperamento de los personajes, en la verosimilitud y coherencia de las acciones y los afectos, en la estructura del escenario, esa ciudad de familias añosas que tienen mucho que callar, y donde hay quien dice la verdad para mentir más que ninguno.

La familia patriarcal de toda la vida se destapa en su cruel majestad miserable. La historia se enrarece. Los secretos que van revelándose avejentan la casa del crimen: si en la primera página se veía como una construcción de los años cincuenta, hacia la mitad de la novela es ya una casona de indiano, refugio de un alemán misterioso hacia 1940. La juez cae en un dilema moral irresoluble: desenmascarar al culpable supondría lastimar a una inocente que, en el supuesto de que el culpable eludiera el castigo, quizá sería aún más lastimada. Pero el buen sentido consiste en la capacidad de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso, y a Mariana de Marco le sobra. No sé, sin embargo, si no identifica demasiado rápido su opinión con la verdad obligatoria para todos.

La composición y los personajes son sólidos. La solución del caso recuerda las trampas del cine americano, y Chinatown de Polanski y John Huston. Pero el fondo mira hacia la Edad de Oro de la novela policiaca, con un doble brindis al inglés Anthony Berkeley y su estupendo Caso de los bombones envenenados. El clásico Berkeley se hizo aún más clásico bajo el seudónimo de Francis Iles, quizá el primero en su género que antepuso el misterio de los seres humanos al enigma criminal. "El asesinato es un asunto serio", decía Iles. Como el incesto y la familia, sentencia un excelente Guelbenzu. -

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