Análisis:

Nueva apuesta sobre el mismo número

¿Puede tocar la lotería dos veces consecutivas en el mismo número? En teoría, es posible, pero, ciertamente, poco probable. Un envite de este tipo es la que propone la Diputación de Vizcaya con la idea de construir un Museo Guggenheim bis en la comarca de Urdaibai. Se trataría de repetir aquella apuesta azarosa hecha a finales de los ochenta por las instituciones vascas y que apenas una década después se vio recompensada con el más gordo de los premios. No hace falta recordar que la inversión realizada entonces con la crítica escéptica de muchos ha traído unos resultados formidables en todos l...

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¿Puede tocar la lotería dos veces consecutivas en el mismo número? En teoría, es posible, pero, ciertamente, poco probable. Un envite de este tipo es la que propone la Diputación de Vizcaya con la idea de construir un Museo Guggenheim bis en la comarca de Urdaibai. Se trataría de repetir aquella apuesta azarosa hecha a finales de los ochenta por las instituciones vascas y que apenas una década después se vio recompensada con el más gordo de los premios. No hace falta recordar que la inversión realizada entonces con la crítica escéptica de muchos ha traído unos resultados formidables en todos los órdenes: económicos, culturales y de regeneración urbana. Aunque los mayores beneficios se han obtenido en ese plano más intangible que tiene que ver con la proyección internacional y con la autoestima de la sociedad vasca, que es el más descollante resultado del efecto Guggenheim.

A falta de más detalles, los pilares del proyecto no parecen muy sólidos

El sorprendente éxito del edificio-museo de Frank O. Gehry en Abandoibarra aconseja ser cautos a la hora de enjuiciar la idea expuesta por el diputado general, José Luis Bilbao. Sin embargo, hay razones para reclamar muchos más detalles y argumentos que los inicialmente expuestos, antes de volver a intentar una nueva operación de similares características a 40 kilómetros de la original. En primer lugar, esta vez el factor sorpresa no va a jugar a nuestro favor. Cuando ciudades de casi todo el mundo tratan de emular a Bilbao con un edificio totémico, resulta difícil imaginar un nuevo acierto arquitectónico que vuelva a impulsar o prolongue los efectos positivos del primer Guggenheim Bilbao. No parece, además, que ése pueda ser el principal reclamo del museo de Urdaibai, si hay que hacer caso al inspirador de la idea, el hasta ahora factótum de la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York, Thomas Krens, y se tienen en cuenta las limitaciones que por motivos paisajísticos impone el espacio natural donde se pretende ubicarlo. Por otro lado, tampoco se dan ahora las circunstancias de emergencia industrial que matizaron entonces el riesgo de la apuesta, y sí se conocen los resultados.

Desde el punto de vista museístico, la presencia del Guggenheim ha llenado de forma suficiente la laguna que había en el País Vasco de arte contemporáneo. Y es dudoso que los problemas de espacio que se señalan en el edificio de Gehry para exponer más ampliamente la colección permanente del museo encuentren su solución más adecuada en unas instalaciones situadas a decenas de kilómetros.

Amortiguado, si no amortizado el factor sorpresa, y considerada la oferta expositiva que podría hacerse con los fondos propios y de la fundación de Nueva York, ¿cabe pensar que otro museo de ambiciones internacionales y de la misma marca en Urdaibai sea el remedio para el estancamiento de visitantes que por ley natural registra el Guggenheim Bilbao? Cabe recordar que en los noventa, antes de que estallara por sí mismo el pelotazo Guggenheim, cuando hasta sus impulsores dudaban del paso dado, se reclamó con todo empeño la cesión del Guernica de Picasso como gancho seguro para atraer al futuro museo unos visitantes en aquellos momentos inciertos.

Hay que suponer que el diputado general de Vizcaya ha tenido en cuenta estas consideraciones al lanzar la iniciativa a la plaza pública. Quizá también por haberlas valorado, el Gobierno vasco se ha mostrado extraordinariamente poco entusiasmado, cuando no reacio a secundar un proyecto que, como el original, sólo tiene sentido en su dimensión de país, no en la provincial. Hasta el momento, los pilares en los que José Luis Bilbao sustenta el anuncio resultan poco sólidos. De datos como que la Diputación cuenta con 100 millones de euros disponibles, que el Guggenheim tiene ciertas apreturas en Abandoibarra y que la atractiva comarca de Urdaibai se está quedando atrás en desarrollo económico no se deriva necesariamente la conveniencia de promover un segundo museo con el sello Guggenheim en Euskadi.

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Cuando la política se ofrece cada vez más como mercadotecnia que como gestión, más como gestos que como actos, resulta pertinente preguntarse por la consistencia y la razonabilidad de los proyectos que se publicitan. Y por supuesto, también sobre la oportunidad y la intencionalidad de los golpes de efecto envueltos en papel de regalo. Las necesidades políticas del nacionalismo institucional (en su variante vizcaína) dan algunas pistas sobre estas segundas preguntas. Las dos primeras siguen a la espera de concreciones. Sólo cuando la Diputación perfile la idea y llene esas casillas se podrá decir si estamos ante un proyecto convincente o ante una ocurrencia para llamar la atención. O para distraerla.

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