Gimferrer ocupa su lugar en la Acadèmia de Bones Lletres

El bardo plasma su ingreso a los 10 años de ser nombrado

Si la tradición, el protocolo y el rancio abolengo existen en el ámbito cultural catalán, sin duda en Barcelona residen en la Reial Acadèmia de Bones Lletres. Ayer lo demostró, una vez más, la entrada de Pere Gimferrer como académico en la entidad creada en 1729.

El tiempo académico es otro y Gimferrer (experto por pertenecer a la Real Academia Española desde 1985) ha necesitado 10 años para hacer su discurso y corresponder así a la propuesta que presentaron Joan Perucho, Francisco Marsá y Martí de Riquer (el único vivo y presente ayer). Propuesta que en junio de 1998 se tradujo en su n...

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Si la tradición, el protocolo y el rancio abolengo existen en el ámbito cultural catalán, sin duda en Barcelona residen en la Reial Acadèmia de Bones Lletres. Ayer lo demostró, una vez más, la entrada de Pere Gimferrer como académico en la entidad creada en 1729.

El tiempo académico es otro y Gimferrer (experto por pertenecer a la Real Academia Española desde 1985) ha necesitado 10 años para hacer su discurso y corresponder así a la propuesta que presentaron Joan Perucho, Francisco Marsá y Martí de Riquer (el único vivo y presente ayer). Propuesta que en junio de 1998 se tradujo en su nominación con la medalla número 11 para ocupar el lugar de José María Valverde.

Diversas referencias a su predecesor hizo Gimferrer en su discurso tras ser flanqueado hasta la sala por los últimos miembros admitidos, Josep Maria Espinàs y Alexandre Masoliver. Y lo hizo ante un sinfín de ilustres, tanto de carne y hueso (los colegas académicos, como Carme Riera, José Manuel Blecua..., y del público, como Oriol Bohigas, Eduardo Mendoza...) como en pintura, con la galería de notables (Milà i Fontanals, Verdaguer...) que pueblan las paredes del Palau Requesens.

A poco más de un folio y medio por año de tardanza y por minuto de lectura (lo hizo en apenas 15), Gimferrer dictó en catalán sus Reflexions sobre la paraula poètica, docto discurso que versó sobre la mágica bipolaridad de la poesía, "tributaria de palabras usuales pero no instrumental", cuya función puede ser "capaz de hacernos percibir un sentido conjunto de nuestra vida como hacernos cambiar nuestra conducta". Todo aderezado con una veintena de poetas.

Alberto Blecua contestó al poeta (a quien conoció en 1963, tras ilustrarle el libro Mensaje del tetrarca) en castellano jugando con el tiempo y la institución: "No importa la tardanza: los muros emiten unos efluvios vitales que conservan a los académicos hasta alcanzar la venerable edad de centenarios". Y jugó con la carga erótica de los últimos versos del poeta, dedicados a Cuca de Cominges, "tan sensuales que, dada la castidad de esta venerable academia, no mencionaré, no vaya a ser que sus muros nos impidan llegar a centenarios". Los muros sí dejaron entregar a Gimferrer el diploma, la insignia y la medalla acreditativas, que los miembros que llevaban las suyas las depositaran en el centro hasta nuevo acto (pertenecen a la institución, también llamada Acadèmia dels Desconfiats) y que se diera un opúsculo con los parlamentos que paga cada académico entrante. Entrañable.

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