Columna

Mondragón deletrea

Los medios de prensa colocan bajo la rúbrica política noticias como lo sucedido en Mondragón tras el asesinato de Isaías Carrasco: la negativa de ANV de condenar el atentado y la re-posición del PNV que primero no y luego sí ha anunciado su apoyo a una moción de censura contra ese partido que detenta el gobierno municipal. Coloca la prensa esas noticias en el apartado político probablemente porque no posee una sección específica de asuntos morales. Y tal vez debería, porque revelar o deslindar de entrada los aspectos éticos de muchos de los argumentos más visibles de la actualidad ayudaría no ...

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Los medios de prensa colocan bajo la rúbrica política noticias como lo sucedido en Mondragón tras el asesinato de Isaías Carrasco: la negativa de ANV de condenar el atentado y la re-posición del PNV que primero no y luego sí ha anunciado su apoyo a una moción de censura contra ese partido que detenta el gobierno municipal. Coloca la prensa esas noticias en el apartado político probablemente porque no posee una sección específica de asuntos morales. Y tal vez debería, porque revelar o deslindar de entrada los aspectos éticos de muchos de los argumentos más visibles de la actualidad ayudaría no sólo a abrir sino a profundizar y dignificar muchos debates.

A pesar de los retratos de neón que suele hacernos el lehendakari, en Euskadi tenemos problemas y de los serios. Entre ellos una alarmante crisis lingüística. Y no me refiero a la relación entre nuestras dos lenguas que conviven con mucha más naturalidad y alegría o con mucha menos tensión de lo que algunos pretenden o intentan. Hablo del mal uso de algunas palabras capitales: malo por parcial, partidista, tergiversador, reduccionista, retórico e incluso antinómico. Mucho del vocabulario público-institucional suena ya, a estas alturas, a estricta peladura; a cáscara que no lleva por dentro ni el menor fruto de sentido. Entre las razones de ese "vaciado" lingüístico está la pobreza del debate público vasco, reducido demasiadas veces a un mimético intercambio de frases hechas del tamaño de un titular.

Mucho del vocabulario público-institucional suena ya a estas alturas a estricta peladura

Pero hay otras razones que son responsabilidades y culpas, y que entiendo que hay que atribuir a quienes, constante y sistemáticamente, nos expropian del patrimonio común del lenguaje, retorciéndolo y recortándolo, traduciéndolo sólo para sí, sólo en apoyo de sus intereses. A quienes transforman las palabras en vestimenta de camuflaje o coartada, como la izquierda abertzale que lleva decenios apropiándose verbalmente de causas que no representa en absoluto: ¿qué escombros, qué ruinas del sentido le quedan al concepto de libertad cuando lo pronuncia quien no es capaz de condenar, de rebelarse contra el asesinato de un conciudadano? Y a quienes siembran la ambigüedad o la opacidad lingüísticas donde más se imponen la transparencia y el firme deslinde. Como el nacionalismo gobernante que lleva demasiado tiempo jugando con el lenguaje a marear, a confundir los sinónimos con los antónimos de la violencia, los pulsos con los pactos, la legitimidad del respeto institucional con la inaceptabilidad democrática de su desafío.

Y en esas estábamos como siempre cuando Mondragón surge como un símbolo de lo Huno y lo otro, y como un líquido de revelar demasiado potente para permitirle al PNV retratarse en una foto borrosa, en un decir a la vez sí y no y todo lo contrario, con la intención de sumar de aquí y de allá. La foto de Mondragón es nítida, recoge los rasgos en su sitio; y las palabras en una grabación en relieve, deletreada. Porque, aunque lo que allí está sucediendo se cuenta como una noticia política, su condición más propia es la ética. La ética que aún rebela y por ello aún revela; y cuya sustancia lingüística, mucho menos manipulable y gastada que la política, permitiría (re)llenar de sentido el debate social en Euskadi, protegerlo contra los estragos de la superficialidad, la retórica y la ambigüedad.

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