Los civilizados cómplices de la bestia
Me resultaba alarmante la insistencia en calificar de "necesaria" la última película de Manuel Gutiérrez Aragón. Me ocurre lo mismo cuando escucho los previsibles y mosqueantes conceptos "cine riguroso, cine coherente, cine honesto". Siempre me pregunto cuando recalcan abusivamente virtudes tan encomiables: ¿y qué más? También me sorprende la excesiva demora en el estreno de Todos estamos invitados. Sabiendo que hablaba del estado de las cosas y de las personas en el País Vasco, todo indicaba que no era casual, que no convenía bautizar a la espinosa criatura en época de elecciones, que ...
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Me resultaba alarmante la insistencia en calificar de "necesaria" la última película de Manuel Gutiérrez Aragón. Me ocurre lo mismo cuando escucho los previsibles y mosqueantes conceptos "cine riguroso, cine coherente, cine honesto". Siempre me pregunto cuando recalcan abusivamente virtudes tan encomiables: ¿y qué más? También me sorprende la excesiva demora en el estreno de Todos estamos invitados. Sabiendo que hablaba del estado de las cosas y de las personas en el País Vasco, todo indicaba que no era casual, que no convenía bautizar a la espinosa criatura en época de elecciones, que aunque el cine sólo sea cine y no sirva para alterar la realidad, mejor no andar tocando los genitales al personal que se pueda sentir incómodamente identificado.
No sé si es necesaria, pero habla con insólito coraje y peligrosa lucidez
Ya he despejado mis incógnitas. No sé si es necesaria, pero tengo claro que me habla con insólito coraje, peligrosa lucidez de comportamientos y actitudes de mucha gente normal, ciudadanos pacíficos y bienintencionados, ante el acorralamiento y la soledad de las víctimas de ETA, que no conozco ninguna película que se haya atrevido a escarbar en temática tan lamentablemente real como arriesgada de abordar. También que lo hace con lenguaje contundente y con una capacidad para provocar el escalofrío en los amenazados de la ficción y en el aterrado espectador.
Si el retrato del miedo colectivo, de las tan humanas como mezquinas razones para mirar al otro lado cuando el espanto se va a ensañar con tu vecino, tu conocido, tu amigo o tu colega gastronómico, de la estratégica pasividad ante el monstruo y la conveniente hipocresía para evitar problemas, está poderosa y complejamente descrita, también hay personajes y situaciones que me resultan inverosímiles, que me resultan forzados, que no me los creo.
Lo del etarra accidentado y condenado a la desmemoria, al que sus antiguos y despiadados correligionarios le reclaman fidelidades y órdenes, me parece surrealista. Los concienciados killers no pueden ser tan lerdos. Tampoco me convence excesivamente el tono lírico de la relación entre el amnésico enamorado y su angustiada terapeuta. Y se me escapan las razones para que una vez consumado su bárbaro objetivo, los fanatizados gudaris se empeñen en seguir jodiendo letalmente a la inofensiva viuda. Y existe una secuencia pretendidamente romántica en la playa de la Concha que me resulta tan innecesaria como grotesca.
Si durante el arranque y la primera parte de Todos estamos invitados subo y bajo, hay diálogos que me suenan a recitados y actores con tonillo (nada que ver con que interpreten a vascos, sin embargo no me cuesta nada creerme que ese inquietante y sólido actor llamado Óscar Jaenada es un modélico kaleborroka), no me convence al principio José Coronado intentando dar asfixiada vida a ese profesor sentenciado a muerte, a partir de un momento logro implicarme en esa tragedia, sentir el acoso, la intemperie y el terror del que percibe en su nuca el aliento de la bestia, asistir como si estuviera en una intriga de Hitchcock del espléndido y angustioso cine que desprenden las secuencias de la sociedad gastronómica y de la tamborrada en esa preciosa y temible ciudad.
Cuando aparecen los títulos de crédito finales, me noto tocado en el coco y en las fibras sensibles. Y empapado con el clima desasosegante que ha creado Gutiérrez Aragón. Y sigo pensando en ella, en imágenes perturbadoras. Y eso ocurre aquí y ahora. Y da mucho miedo.