12.000 kilómetros para coger fresas

270 trabajadoras filipinas emigran por primera vez a la campaña agrícola de Huelva, fruto de una idea impulsada por el Ayuntamiento de Almonte

En mitad de los estertores del imperio español de 1898, un vecino de Almonte (Huelva), José Jiménez Berro, aguantó estoicamente, junto con otros 32 soldados españoles, el asedio de las tropas tagalas a la ermita de Baler, último reducto de los territorios de ultramar. Con esta excusa, más de un siglo después, ambos municipios se hermanaron simbólicamente. Fruto de dicha relación, el alcalde de Almonte, Francisco Bella (PSOE), impulsó, a finales del año pasado, la idea de contratar en origen a trabajadoras filipinas para acudir a la campaña fresera y citrícola de Huelva. Una experiencia piloto ...

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En mitad de los estertores del imperio español de 1898, un vecino de Almonte (Huelva), José Jiménez Berro, aguantó estoicamente, junto con otros 32 soldados españoles, el asedio de las tropas tagalas a la ermita de Baler, último reducto de los territorios de ultramar. Con esta excusa, más de un siglo después, ambos municipios se hermanaron simbólicamente. Fruto de dicha relación, el alcalde de Almonte, Francisco Bella (PSOE), impulsó, a finales del año pasado, la idea de contratar en origen a trabajadoras filipinas para acudir a la campaña fresera y citrícola de Huelva. Una experiencia piloto en un sector económico que, desde hace ocho años, se sustenta en un complejo puzle de temporeras polacas, rumanas, búlgaras, ucranias y marroquíes.

Unos 12.000 kilómetros separan ambos países. Dos días de viaje en autobús y avión han necesitado Connie G. Chan y Marilyn Lalunio para llegar a España. "Un viaje muy duro, muy largo y muy cansado", dice en inglés Connie. Un periplo desde Lipa City -de donde son las dos mujeres- a Manila; de allí a Hong Kong; luego Londres y, finalmente, Madrid. Ambas llegaron la semana pasada formando parte del primer contingente de 90 trabajadoras filipinas. Una cifra que, en los próximos días, subirá hasta alcanzar 270.

En la tramitación del complejo papeleo administrativo necesario para traer desde la otra esquina del mundo a estas jornaleras ha jugado un papel fundamental el programa Aeneas Cartaya, liderado por el Ayuntamiento y reconocido por la asistencia en las contrataciones de los empresarios agrícolas onubenses en Marruecos. Previamente, los agricultores habían encargado la selección a una agencia de empleo filipina, en función de los mismos criterios que han seguido los últimos años. "Se busca preferentemente mujeres, de entre 25 y 45 años y con experiencia en trabajos en el campo", explica Manuel García, de Aeneas Cartaya.

El precio de un viaje de ida y vuelta desde Manila a Madrid puede rondar de los 1.000 a los 2.000 euros si es con líneas aéreas de bajo coste. Pero el trayecto de las trabajadoras ha salido entre 400 y 500 euros por persona (más o menos el doble de lo que cuesta traer trabajadores de Europa del Este). Según fuentes del sector, este precio tan económico se ha conseguido comprando los billetes con bastante antelación. La mitad del precio corre a cargo del agricultor y, el resto, de la trabajadora. "No obstante, el Ayuntamiento de Almonte ha destinado 10.000 euros para ayudar económicamente a cada jornalera en el pago de estos billetes", apunta María José Pérez, concejal de Cooperación.

De esta manera, se han podido beneficiar del viaje Connie y Marilyn, que ayer doblaban el espinazo bajo los invernaderos de la empresa Frutas Borja, cerca de El Rocío. "El trabajo es duro, más de lo que pensábamos. Hace calor y duele la espalda de estar todo el rato agachada", comenta, resignada, Marilyn en un receso en el tajo. ¿Merece la pena el esfuerzo? "No lo sabemos, sólo llevamos una semana trabajando y todavía no nos han pagado. El trabajo es duro, pero el sueldo dicen que es bueno", señala Connie recordando los 900 euros al mes que, por convenio, se cobra de media en el sector. "Mucho más de lo que gana mi marido en Filipinas, unos 5.000 pesos (75,5 euros) al mes por ser conductor", destaca. Con el dinero que gane, Connie, que en Filipinas trabaja de ama de casa, piensa ahorrar para comprar una casita para ella, su marido y sus dos hijos, "y dejar de vivir de alquiler". Marilyn quiere pagar la educación de su hijo de tres años.

Pero para cumplir estos sueños, las dos deberán seguir forzando sus lumbares días y días, aprendiendo un trabajo duro que ahora mismo desconocen y que desarrollan a un ritmo más lento que el resto de sus compañeras de otras nacionalidades. "Siempre es duro el primer año que viene un país nuevo. Lo mismo nos pasó con las polacas y las rumanas", reconoce un portavoz de la empresa Frutas Borja, "pero sólo hay que tener paciencia. El siguiente año será más fácil y las mismas trabajadoras que repitan la campaña enseñarán y ayudarán a sus compatriotas que vengan por primera vez". Tanto los empresarios como los mismos trabajadores saben que una de las principales barreras de comunicación es la diferencia de idiomas. "Por eso, mañana va a venir un intérprete", anuncia el portavoz.

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Cruce cultural en la agricultura onubense

Una mañana, los agricultores de Huelva se despertaron dándose cuenta de que, o tomaban la iniciativa, o sus explotaciones freseras y citrícolas se iban al garete por la falta de jornaleros. Los peones onubenses, gaditanos y sevillanos, que tradicionalmente cubrían los puestos de trabajo, se marchaban a otros sectores más rentables, como la construcción o la hostelería. Los agricultores se embarcaron entonces en una aventura que todavía continúa: la contratación en terceros países de los peones que requerían.

Hace unos ocho años se empezó contratando mujeres polacas que salvaron los cultivos. La experiencia de migración ordenada se repitió con rumanas y búlgaras. Y desde el año pasado, con marroquíes (que actualmente son el contingente mayoritario) y ucranias. Todas ellas deben cumplir su contrato en España y regresar a su país. Sólo así pueden repetir al año siguiente.

No obstante, los freseros siguen buscando nuevos pozos de trabajadores. La experiencia piloto filipina no es la única. Este año, un grupo de emisarios viajó por primera vez a Senegal para contratar a 750 mujeres que ya están en los campos.

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