Columna

El 24-F de Fidel

Nadie lo hubiera dicho hace un par de años. Criticar y deshojar la margarita del cambio se ha convertido en Cuba en pasión nacional, como el béisbol. Ni siquiera hay que ser demasiado explícito: si alguien pregunta ¿seguirá?, todo el mundo entiende. Y si el interlocutor mira al cielo y exclama ¿cuándo llegarán?, no es necesario decir más. Los cambios por venir, como el incierto futuro político de Fidel Castro, planean sobre la vida nacional y la condicionan, aunque mucha gente no se da por aludida ante la imposibilidad de influir en los acontecimientos. "Los norteamericanos tienen su ...

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Nadie lo hubiera dicho hace un par de años. Criticar y deshojar la margarita del cambio se ha convertido en Cuba en pasión nacional, como el béisbol. Ni siquiera hay que ser demasiado explícito: si alguien pregunta ¿seguirá?, todo el mundo entiende. Y si el interlocutor mira al cielo y exclama ¿cuándo llegarán?, no es necesario decir más. Los cambios por venir, como el incierto futuro político de Fidel Castro, planean sobre la vida nacional y la condicionan, aunque mucha gente no se da por aludida ante la imposibilidad de influir en los acontecimientos. "Los norteamericanos tienen su supermartes, y nosotros, nuestro superdomingo", dice un cubano guasón. Se refiere, por supuesto, al domingo 24 de febrero, día en que quedará constituida la nueva Asamblea Nacional y será elegido el presidente de los consejos de Estado y de Ministros, cargos que hasta ahora siempre ha ocupado el Comandante.

Pase lo que pase el 24-F, al día siguiente comienza en Cuba una nueva etapa. Si el máximo líder cede definitivamente el poder, habrá cambios, y si es reelegido presidente, habrá cambios también porque no queda otra. Así piensan los optimistas, guiados por el lema de "un año y medio en chándal es demasiado, incluso para Fidel Castro".

Desde el soponcio nacional que provocó su enfermedad, y de eso ya hace 19 meses, Cuba se alista para unos cambios que no acaban de llegar. Y ésa es la razón principal que esgrimen los pesimistas, junto a medio siglo de experiencia, para decir que nada hay que hacer, que mientras la revolución se conjugue con el mismo apellido nada esencial cambiará.

En una cosa coinciden optimistas y pesimistas (que se califican a sí mismos como realistas): tras el 24-F y hasta el último día, Fidel Castro continuará de Comandante en jefe, y eso implica capacidad de influencia y poder. Dicho esto, y aunque muchos se empeñen en negarlo, Cuba ha empezado a cambiar. ¿Quién hubiera dicho hace dos años que sería posible una protesta de intelectuales de alcance nacional? ¿O un plante en una asamblea de trabajadores, con abucheos a dirigentes? ¿O que unos estudiantes le saquen los colores a un miembro del Buró Político con preguntas difíciles?

Criticar ya es un deporte nacional. Como elucubrar sobre las posibles reformas: ¿cosméticas o de calado?, ¿lentas o lentísimas? Ante el embullo de los que consideran seguro el cambio, una personalidad recuerda lo que de niño le preguntaba a su madre: "Mami, ¿lloverá?". Y ella le respondía: "Yo veré y te contaré, mi hijo".

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