Kenia se abisma
La violencia creciente, que incluye el asesinato político, exige actuar a la Unión Africana
La creciente violencia en Kenia, sorda por el momento a la mediación iniciada esta semana por Kofi Annan, amenaza con escapar al control de los líderes políticos y acabar desmembrando el relativamente próspero y estable país africano. La ira por las elecciones fraudulentas de finales de diciembre, que han reinstalado en la presidencia a Mwai Kibaki, ha dado paso a generalizados ajustes de cuentas tribales y a crímenes políticos. Son casi mil los muertos y varias decenas de miles los huidos por miedo a venganzas. El asesinato reciente de dos diputados opositores oscurece más el horizonte del co...
La creciente violencia en Kenia, sorda por el momento a la mediación iniciada esta semana por Kofi Annan, amenaza con escapar al control de los líderes políticos y acabar desmembrando el relativamente próspero y estable país africano. La ira por las elecciones fraudulentas de finales de diciembre, que han reinstalado en la presidencia a Mwai Kibaki, ha dado paso a generalizados ajustes de cuentas tribales y a crímenes políticos. Son casi mil los muertos y varias decenas de miles los huidos por miedo a venganzas. El asesinato reciente de dos diputados opositores oscurece más el horizonte del compromiso en Nairobi, hasta el punto que el actual secretario general de la ONU se unirá hoy a Annan para intentar rescatar a Kenia del abismo.
Kenia padece una enquistada corrupción y una peligrosa fragmentación étnicas. Una y otra han estado adormecidas por el rápido crecimiento económico de los últimos años, en brazos del turismo y una próspera agricultura exportadora. Esa nueva riqueza junto con ancestrales y brutales desigualdades (la mayoría de sus 35 millones sobrevive con menos de 2 euros al día) están detrás de la actual explosión de violencia. El modelo en vigor, como en otros muchos países africanos, consiste en repartir poder y dinero en base a fidelidades tribales.
La esperanza inmediata reside en que Annan, que cuenta con el apoyo de la iglesia, de los medios de negocios y de la comunidad internacional, consiga algún tipo de acuerdo entre Kibaki (un kikuyu, el grupo privilegiado) y su rival y líder opositor Raila Odinga, un lúo, que detenga las matanzas. A esa mediación en busca de un compromiso, por frágil y provisional que parezca inicialmente, debe sumarse con urgencia la Unión Africana, reunida en la vecina Addis Abeba y obligada si quiere ser algo más que unas siglas a buscar una solución africana a la gravísima crisis.
Los kenianos temen el fracaso de la ONU, pero temen más que la violencia actual de machetes y armas rudimentarias dé paso a otra de metralletas y fusiles de asalto. Si la razón no se impone, Kenia corre el peligro de romperse en torno a lealtades étnicas y arruinar así cualquier esperanza para un país que fuera uno de los pocos referentes africanos de modernización y capacidad de convivencia.