Columna

Generación ganada

Existe la universidad de la vida pero también se aprende de la vida en la universidad, y no precisamente en las aulas. Una encuesta recientemente realizada por la Universidad Complutense de Madrid revela que los alumnos asisten a seis de cada diez clases y eso que se trata de alumnos de Economía, una materia que requiere más aplicación que, por ejemplo, Periodismo.

No parece que las cosas hayan cambiado mucho en los últimos quince años. A principios de los noventa del pasado siglo, muchos alumnos de la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense no se pasaban por la universidad...

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Existe la universidad de la vida pero también se aprende de la vida en la universidad, y no precisamente en las aulas. Una encuesta recientemente realizada por la Universidad Complutense de Madrid revela que los alumnos asisten a seis de cada diez clases y eso que se trata de alumnos de Economía, una materia que requiere más aplicación que, por ejemplo, Periodismo.

No parece que las cosas hayan cambiado mucho en los últimos quince años. A principios de los noventa del pasado siglo, muchos alumnos de la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense no se pasaban por la universidad hasta después del puente del Pilar. Quienes asistíamos a las primeras clases del curso lo hacíamos para evaluar, tras una sola lección, a qué materias acudiríamos y de qué sermones prescindiríamos el resto de año.

Aprendimos a jugar al mus embalsamados en el humo infecto de aquella especie de cantina

Las clases tachadas en nuestro horario se aprobaban gracias a los apuntes fotocopiados de alguna chica con buena letra y mejor corazón sentada en primera fila.

Las grandes lecciones sobre fútbol, música y amor se escuchaban en el bar (Periodismo era conocida como "una gran cafetería con facultad") o en el césped que rodeaba al edificio.

Aprendimos a jugar al mus embalsamados en el humo infecto de aquella especie de cantina, a desabrochar sujetadores tras los álamos que lindaban con la cancha de rugby y a combatir el frío en las escasas y desoladas paradas de autobús.

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No eran enormes enseñanzas pero eran valiosas porque las adquiríamos durante horas robadas al tedio, eran instantes ganados al aliento de juanolas de un profesor que leía en alto su propio libro de portada negra.

Ahora hemos comprendido que esos conocimientos extra-universitarios han sido más valiosos que los impartidos en aquella aula hueca.

Y lo hemos entendido, no sólo porque ganemos al mus a nuestro cuñado en Navidad, sino porque hemos sabido que aquella chica que nos prestó los apuntes hoy no tiene un trabajo mejor que el nuestro. Porque oímos a nuestros jefes inmediatos (más o menos de nuestra edad) contar que suspendían sistemáticamente y que fumaban porros en los parques mientras hacían pellas. Formarse académicamente se ha demostrado muchas veces inocuo. Algunas gentes de mi generación han tenido que borrar de su currículum algún máster o estudio de postgrado para poder optar, al menos, a un trabajo, ya que resultaba imposible pretender un primer curro tan cualificado y remunerado como el que merecía su excelsa preparación.

España no sólo tiene un problema en la secundaria, donde el informe PISA y otras evaluaciones confirman que los chavales no saben de ciencias ni se enteran de lo que leen, sino también en las facultades.

El solapamiento de horarios y la distancia entre los hogares y la universidad son algunas de las causas que explican el 40% de absentismo, pero también la falta de motivación.

Los jóvenes no sólo carecen de estímulos por culpa de los profesores y de los planes educativos, sino del propio porvenir, que no presenta un panorama laboral muy alentador. Ante el suspenso dictaminado por el llamado informe PISA publicado el mes pasado, el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero dijo que necesitábamos que esta generación continuara con el actual sistema educativo para que la siguiente sacase buena nota.

Así que quizá los chicos y chicas que hoy se fuman las clases de la universidad estén haciendo bien, pues parecen condenados a ser las víctimas necesarias para que sus descendientes aprendan de verdad con un sistema renovado y estimulante que les permita incorporarse a un futuro mercado laboral que reconozca su formación, sus años de estudios, sus idiomas y su destreza con el Excel.

Los hijos de la Transición fuimos a la facultad creyendo que una licenciatura nos proporcionaría un buen trabajo; sin embargo, los jóvenes de ahora se saben una generación perdida, la cobaya de una traca de reformas educativas que no parecen renovar ni mejorar nada.

Pero, en cualquier caso, la experiencia de los españoles en los campus no hay que juzgarla únicamente desde el punto de vista académico.

Estoy seguro de que con las nuevas leyes antitabaco en las cafeterías, con la mejora del transporte publico y con la liberalización sexual de las chicas, la actual generación universitaria es, en realidad, una generación ganada.

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