La carrera hacia la Casa Blanca

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Henri Guaino empezó a trabajar con Nicolas Sarkozy siguiendo el mismo método que utilizó David Axelrod con Barack Obama: cuéntame tu vida. Convertir el relato biográfico de un candidato en un objeto político es uno de los secretos de la alquimia electoral a la que se dedican los asesores y consejeros políticos.

También lo hizo Karl Rove con su cliente George W. Bush: su juventud descarriada, el abandono del alcohol, su condición de cristiano renacido, su relación con Dios. Axelrod, calificado por New York Times como "el narrador de Obama", quiere historias auténticas, verdaderas;...

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Henri Guaino empezó a trabajar con Nicolas Sarkozy siguiendo el mismo método que utilizó David Axelrod con Barack Obama: cuéntame tu vida. Convertir el relato biográfico de un candidato en un objeto político es uno de los secretos de la alquimia electoral a la que se dedican los asesores y consejeros políticos.

También lo hizo Karl Rove con su cliente George W. Bush: su juventud descarriada, el abandono del alcohol, su condición de cristiano renacido, su relación con Dios. Axelrod, calificado por New York Times como "el narrador de Obama", quiere historias auténticas, verdaderas; nada debe sonar a hueco en ese apólogo de ascensión, sufrimiento y éxito. Sabe que la época del spin, de la manipulación más descarada, ha quedado atrás, tiznada por las proezas de Bush, sus neocons y asesores como Rove, que inventaron las armas de destrucción masiva y engañaron al Consejo de Seguridad para invadir Irak.

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Para ponerse en cabeza de una campaña electoral hace falta una historia potente, que se imponga sobre el jolgorio confuso de la propaganda y de los debates. Debe ser una flecha que señale el futuro y enganche a las nuevas generaciones. La materia prima es muy importante: sin una biografía familiar tan rica y geográficamente tan diversa como la de Obama sería mucho más difícil. Pero además debe encajar con el mundo real al que quiere dirigirse y transformar. La calidad de la narración es su capacidad para hacer creíble el liderazgo y convertir su personalidad, su carácter incluso, en el centro del programa político. Debe ser casi la historia de una generación, representada en el ascenso de quien quiere ser su nuevo líder. El carácter es el destino, según el adagio de un antiguo filósofo. Aunque muchos de estos asesores meten pluma también en los discursos de los candidatos, el núcleo de la tarea consiste en convertir un currículo gris y desarticulado en la trepidante novela de un líder que asciende hasta la cima.

Mark Penn, el asesor de Hillary Clinton, tira de otro hilo. Su técnica consiste en localizar al pequeño grupo de ciudadanos que hará cambiar las cosas en los próximos años. Como asesor de Clinton fue quien localizó en 1996 a las Soccer Moms, madres que trabajan y llevan a sus hijos a jugar al fútbol al salir del cole. "Ellas, y no sus esposos, eran los votantes indecisos", escribe Penn en su libro Microtrends, que acaba de salir antes de las primarias. "Estas mamás no quieren más gobierno en sus vidas, pero serían muy felices si hubiera un poquito más de gobierno en la vida de sus niños para mantenerles en el buen camino". Clinton propuso pruebas sobre consumo de droga en las escuelas, prohibición de fumar, uniformes escolares, etcétera, y consiguió su voto.

En Microtrends describe y da nombre a estos pequeños grupos que, aunque sólo representen un porcentaje muy pequeño de la población, pueden decidir el éxito de un producto comercial, o de un candidato. Casados por Internet, Parejas Viajeras (separadas durante la semana por el trabajo), Prosemitas, Protestantes Hispánicos, Heliofóbicos (odian el sol y las playas), Amazonas Ardientes (mujeres que hacen trabajo físico), Nuevos Luditas (odian las máquinas), Burgueses Arruinados, Unisexuales...y así hasta 75. "El poder de la opción individual nunca ha sido tan grande", asegura. En la elección de New Hampshire, en la que Hillary batió a Obama, fueron probablemente las Soccer Moms de hace diez años, convertidas ahora en otra cosa, las que decantaron la elección.

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El abrupto curso de las primarias, lleno de sorpresas desagradables para los analistas y sus sondeos, parece confirmar el peso de estos votantes indecisos que decantan una elección a última hora. No hay duda que Axelrod ha triunfado al imponer la narración de Obama sobre cualquier otra historia que podamos escuchar de los candidatos de uno y otro lado: sintoniza con los jóvenes, tiene la frescura de lo nuevo. Desaloja de la imaginación colectiva el pesado fantasma de la era Bush, que es la de una historia mentirosa y con final infeliz: ahí está la sangría de Irak que no ceja y la recesión económica que asoma el morro. Pero el microscopio de Mark Penn puede hacer milagros a la hora de detectar los aires de cambio. Una tercera parte de los votantes no pertenecen ahora a ninguno de los dos grandes partidos, mientras que hace 50 años era un tercio. Entre un quinto y un tercio del electorado decide el voto un mes antes de la votación.

Las tesis de Penn y de Axelrod deberán pasar la prueba de estas primarias, y luego de la elección presidencial, pero por el momento nada las desmiente, al contrario. No hay una narración republicana que se imponga. Los microgrupos de independientes y los indecisos decantan cada una de las primarias demócratas.

La volatilidad de los temas de debate, la fragmentación del electorado, los contrastes entre los distintos estados, todo confirma la dificultad de ligar la mayonesa de unas grandes coaliciones de votantes individualistas y diferenciados a veces hasta la contradicción: Obama y Clinton están evitando ahora que a ambos les perjudique la dicotomía entre raza y género, que corresponden con historias de redención de dos grandes grupos sociales. En toda elección, al final, se trata de conseguir que triunfe una leyenda. Sin faltar a la verdad. O no mucho. Cuéntame y luego yo se lo cuento a los electores a los que queremos convencer.

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