Columna

Los 'caucuses' de las minorías

Los caucuses de Iowa y Wyoming tienen un valor relativo calculadora en mano para determinar quién lleva la delantera en la carrera presidencial estadounidense, pero sí denotan ya alguna apreciación sobre la personalidad de los aspirantes. En Iowa, Estado rural, menos habitantes que Madrid, casi todos blancos y fuerte mayoría protestante, no hubo votación en el sentido moderno del término. Al igual que en Wyoming, se celebraron miles de reuniones de demócratas y republicanos, en algunos casos hasta con servicio de té y pastas, al término de las cuales los presentes expresaban sus prefere...

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Los caucuses de Iowa y Wyoming tienen un valor relativo calculadora en mano para determinar quién lleva la delantera en la carrera presidencial estadounidense, pero sí denotan ya alguna apreciación sobre la personalidad de los aspirantes. En Iowa, Estado rural, menos habitantes que Madrid, casi todos blancos y fuerte mayoría protestante, no hubo votación en el sentido moderno del término. Al igual que en Wyoming, se celebraron miles de reuniones de demócratas y republicanos, en algunos casos hasta con servicio de té y pastas, al término de las cuales los presentes expresaban sus preferencias. Aquello tenía más que ver con la América que admiró Tocqueville y su vigoroso debate municipal que con la selección de un candidato a la presidencia.

La cuestión es si EE UU está ya dispuesto a tener como presidente a un negro, a una mujer, a un evangélico o a un mormón
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El número de concurrentes a esas kermesses es limitado, y los resultados, con la victoria de Barack Obama entre los demócratas, y Mike Huckabee para los republicanos en Iowa, una anécdota.

Pero lo interesante es que, a la espera de los resultados de ayer en New Hampshire, donde sí se votó con urna y papeleta, ya ha habido una primera valoración de los principales aspirantes que proceden de bases minoritarias de la sociedad estadounidense. Obama, aparentemente negro, es minoría de minoría. Aunque su color no ofrece lugar a dudas, no es, exactamente, un afroamericano, o, mejor, es el único afroamericano de conocimiento público en todo el país. No se trata sólo de que haya recibido una formación de blanco, sino que es distinto de sus hermanos de raza. El negro estadounidense desciende de africanos, pero en su inmensa mayoría, esclavos, en lo que halla un poderoso elemento unificador, un tótem, mientras que el aspirante es hijo de un africano de Kenia, sin pasar por Estados Unidos ni por la esclavitud, y de una blanca de Kansas, y por ello, es más afroamericano que nadie, pero sin pedigrí de clan.

La tercera clasificada, Hillary Clinton, la ex primera dama más conocida de la historia junto a Eleanor Roosevelt, es una mujer, y por ello, una minoría; tanto que jamás se ha sentado una mujer en el Despacho Oval, y aunque ha habido sucesores dinásticos, como el propio Bush II, nunca una esposa de presidente había aspirado a tanto. Y también es minoría de minoría, porque además de que muchos de los que no la votan le tienen una especial inquina, en ese sentimiento anti-Hillary o anti-Clinton -por su matrimonio-, las de su sexo son legión. El tercero en discordia que fue segundo, John Edwards, es más clásico como el muchacho de cuna humilde que se ha hecho a sí mismo, pero contrasta con la turba de millonarios que consideran su coto particular la campaña presidencial.

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El caso republicano es también significativo. El ganador de Iowa, Mike Huckabee, es pastor baptista -calvinista- de la línea dura o evangélica, que envía misioneros a millares a América Latina para arrebatar feligreses a la Iglesia de Roma, y creen tan firmemente en la Biblia como en la pena de muerte. Y el segundo, Mitt Romney, que ganó en Wyoming, es mormón; tan minoría que ni siquiera en el protestantismo sectario hay acuerdo sobre si los mormones son cristianos. Y lo propio cabe decir de un tercero en discordia que en Iowa no brilló porque no hizo campaña, el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, italo-americano y católico.

En más de dos siglos nunca ha habido un presidente de origen italiano, y sólo dos católicos han obtenido la investidura de uno de los grandes partidos, el demócrata Al Smith, sonoramente batido en los años veinte, y el también demócrata John F. Kennedy, elegido hace medio siglo.

En el caso demócrata -donde cabría añadir a Bill Richardson, católico y primer chicano, aunque sólo por parte de madre, que aspira a la candidatura- parece como si hubiera una tentativa de reconstruir el partido en su arquitectura más clásica: la de la coalición de minorías -católicos, judíos, sindicalistas, intelectuales- supuestamente extinguida hace décadas.

Pero el problema consiste hoy en hallar el candidato demócrata que federe esas minorías para que le voten; y en el caso republicano, a salvo del éxito de aspirantes mucho más de casa, como el senador de Arizona John McCain, que los minoritarios pasen de la intimidad de los caucuses al voto masivo de las grandes primarias. Por ello la cuestión es la de si Estados Unidos está ya dispuesto a tener como presidente a un negro, una mujer, un pastor evangélico, un mormón o un católico.

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