ENTRADA GENERAL

Con ojos de turista

Dicen que viajando se aprenden cosas y se conoce gente. Así pues, salgo de casa dispuesto a comprobarlo. Eso sí, sin riesgo alguno y por un módico precio. Poniendo ojos de turista tampoco es tan difícil ver el lugar donde vives de una manera distinta. Elijo el autobús número 24, la línea de transporte público cuyo recorrido incluye mayor número de lugares emblemáticos de la ciudad. Desde la Barcelona más canalla a la más señorial, en apenas una hora de trayecto; un corte limpio de mar a montaña que tiene su inicio en la placita a la que se asoma El Molino, en pleno Paralelo. Allí aguarda un ma...

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Dicen que viajando se aprenden cosas y se conoce gente. Así pues, salgo de casa dispuesto a comprobarlo. Eso sí, sin riesgo alguno y por un módico precio. Poniendo ojos de turista tampoco es tan difícil ver el lugar donde vives de una manera distinta. Elijo el autobús número 24, la línea de transporte público cuyo recorrido incluye mayor número de lugares emblemáticos de la ciudad. Desde la Barcelona más canalla a la más señorial, en apenas una hora de trayecto; un corte limpio de mar a montaña que tiene su inicio en la placita a la que se asoma El Molino, en pleno Paralelo. Allí aguarda un matrimonio mayor vestido de domingo, mientras el autobús reposa con las puertas cerradas, esperando a que vuelva el conductor. Cuando éste aparece, enfilamos las rondas con el vehículo medio vacío.

Llegamos a la plaza de Catalunya y todo se transforma. Los pocos viajeros del principio del trayecto se bajan y son rápidamente permutados por turistas que se dirigen al parque Güell. Y por carteristas que, como si fuese un cardumen de peces, persiguen a los turistas cual barracudas. A todos les da igual que sea invierno. Dejamos la ciudad vieja y ascendemos por el burbujeante paseo de Gràcia. Estamos en la segunda fase del viaje. Ahora el autobús va atestado hasta los topes, mientras un par de teutonas no paran de hacer fotografías por la ventanilla del vehículo. Pero, al llegar a la calle de Gran de Gràcia, cesan los flases. Nadie parece haber explicado a nuestras visitantes que este modernismo acristalado es tan importante como el del mejor Gaudí.

Como si de una procesión de antaño de tratase, despacito, ascendemos hasta la plaza de Lesseps, imposible entre tanta obra y tanta grúa. Por en medio de vallas, nos deslizamos hacia el barrio del Carmel. A estas horas, el ambiente dentro del autobús se parece al de una excursión al campo. No cantamos, pero casi. Para que no falten emociones, un pasajero vociferante se encara con un joven de aspecto sospechoso, al que acusa de intentar birlarle la cartera. Todo esto ocurre frente al estadio del club Europa de fútbol, mientras crece la expectación ante el cercano parque Güell, donde desciende entusiasmado todo el pasaje. Todos menos el matrimonio endomingado y yo. Ellos se apean un poco más tarde, en el mirador de la Mitja Lluna, después de asegurarme que es la mejor vista panorámica de Barcelona. Desde los pies de Montjuïc hasta las faldas de la sierra de Collserola, siempre hacia arriba, nos hemos subido sin despeinarnos a los muslos de la ciudad.

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