Tribuna:

Construcción sin memoria

El colapso vivido desde hace meses en algunas infraestructuras de transporte y redes de energía comporta muy diversas consideraciones. Y lo que es evidente en los accesos a Barcelona también ocurre en la mayoría de ciudades catalanas: parques y aceras mal mantenidos y mal iluminados, inaccesibles para cochecitos de niños y sillas de ancianos; estaciones de ferrocarril anacrónicas, claustrofóbicas y miserables; escaleras públicas incómodas y casi abandonadas..., en definitiva, una precaria situación de las infraestructuras de la vida cotidiana. Es decir, el hundimiento en el Carmel no fue un he...

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El colapso vivido desde hace meses en algunas infraestructuras de transporte y redes de energía comporta muy diversas consideraciones. Y lo que es evidente en los accesos a Barcelona también ocurre en la mayoría de ciudades catalanas: parques y aceras mal mantenidos y mal iluminados, inaccesibles para cochecitos de niños y sillas de ancianos; estaciones de ferrocarril anacrónicas, claustrofóbicas y miserables; escaleras públicas incómodas y casi abandonadas..., en definitiva, una precaria situación de las infraestructuras de la vida cotidiana. Es decir, el hundimiento en el Carmel no fue un hecho aislado, sino el principio de una serie de crisis que ponen de manifiesto no sólo la fragilidad de unas infraestructuras de transporte y energía mal realizadas, mantenidas y actualizadas, sino también graves errores en la planificación de las obras. Inquieta la escasa capacidad previsora de nuestros gobernantes: reformar la estación de Sants y abrir en el mismo sitio la línea del AVE, pretendiendo que todo funcione a la vez, denota falta de sentido común y pone en cuestión la manera de hacer la obra pública.

"Las empresas lo subcontratan todo, no tienen obreros ni maquinaria, sólo técnicos de control"

Todo ello lleva a recordar un hecho recurrente en el mundo de la construcción y de la obra civil: la incapacidad para acumular memoria. A diferencia del resto de las industrias y los sectores (como el del automóvil, el farmacéutico o el de la electrónica), que dedican porcentajes a la investigación, muy pocas empresas de la construcción se preocupan de investigar: aparecen y desaparecen, borrando sus rastros, olvidando sus archivos, tirando por la borda el saber tradicional sin generar nuevos. La economía de escala lleva a subcontratarlo todo, eludiendo responsabilidades, pero también renunciando a acumular el saber que aporta la experiencia.

Hace 80 años se hicieron las obras del metro de las líneas 1 y 3, con la complejidad de la apertura de la Via Laietana, y no hay constancia de grandes cataclismos. Entonces empresas, técnicos y operarios eran responsables de sus campos y todos estaban, más o menos, coordinados. Parece paradójico que a principios del siglo XXI se haya producido este marasmo, pero quien conoce la obra pública y privada sabe del desastre, que generalmente es de descoordinación dentro de una lógica que sólo busca el máximo beneficio. Las empresas lo subcontratan todo, no tienen obreros ni maquinaria, solo técnicos de control; pero los encargados de obra cambian a menudo, y así nadie es responsable de nada ni sabe nada de lo que lleva entre manos. Los técnicos que acaban dirigiendo las obras llegan de rebote y los operarios que las realizan ni se coordinan ni tienen suficiente formación. Lamentablemente, entrados en el siglo XXI sigue dando más ganancia una construcción convencional chapucera que la precisión de la prefabricación bien hecha.

Buena metáfora de la crisis del Estado nación, analizada magistralmente por Arjun Appadurai en su libro El rechazo de las minorías (2006), este abandono en las infraestructuras y este eludir responsabilidades, en unas empresas públicas y privadas opacas, deslocalizadas y sin rostros visibles. Este mismo periódico tiene una sección sintomática, No funciona, redactada por Francesc Arroyo, que, con saber filosófico, va mostrando todo lo que funciona mal y va demostrando que casi nunca nadie se hace responsable de ninguna avería o deterioro (el metro de Barcelona, Renfe, las compañías de telefonía, etcétera) y que el que sale perdiendo siempre es el usuario.

Esta crisis está provocada por el abandono de las inversiones en infraestructuras en Cataluña por parte de los gobiernos de Madrid, pero sobre todo por parte de la misma Generalitat. Comunidades autónomas como el País Vasco, Asturias y Andalucía han hecho mucho más en los últimos 20 años para modernizar sus infraestructuras y sus equipamientos que nosotros, que somos demasiado orgullosos para reconocer nuestras carencias. Obligados a las autopistas de pago, signo de subdesarrollo y chanchullos políticos en una insuficiente sociedad del bienestar, y presos de unas infraestructuras de transporte ferroviario que envejecen y se deterioran, se ha generado una expansión territorial de residencia y trabajo sin soporte público y equipamientos, y no ha habido manera de dignificar y consolidar el uso del transporte público. Debería haber más premios como el que acaba de presentar el Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Barcelona, la quinta edición de los premios Catalunya Construcció, dedicados a la dirección y gestión de la obra, la innovación y la coordinación de seguridad y salud; iniciativas que primasen la investigación histórica, la innovación, la calidad y la sostenibilidad en la construcción y la obra pública, para paliar este hecho recurrente de una construcción sin memoria.

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Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC).

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