Reportaje:

De patrulla con mamá África

Mujeres africanas ejercen la autoridad moral para desactivar las bandas que luchan por el control de los barrios de Bruselas

Por su aspecto, la parsimonia que exudan y su andar basculante nadie diría que son la punta de lanza de la policía bruselense. Pero lo son, y un referente para el FBI, la policía canadiense y la sueca, que estudian importar el modelo de las madres africanas que, sin más armas que la palabra y las telas coloridas que las envuelven, patrullan las calles y el metro de Bruselas a la caza de jóvenes delincuentes de origen africano. Una vez frente al malhechor le increpan y le preguntan si no le da vergüenza ofrecer esa imagen de África. El método funciona y ante la autoridad moral que ejerce esta s...

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Por su aspecto, la parsimonia que exudan y su andar basculante nadie diría que son la punta de lanza de la policía bruselense. Pero lo son, y un referente para el FBI, la policía canadiense y la sueca, que estudian importar el modelo de las madres africanas que, sin más armas que la palabra y las telas coloridas que las envuelven, patrullan las calles y el metro de Bruselas a la caza de jóvenes delincuentes de origen africano. Una vez frente al malhechor le increpan y le preguntan si no le da vergüenza ofrecer esa imagen de África. El método funciona y ante la autoridad moral que ejerce esta suerte de matriarcado policial, los jóvenes africanos acostumbrados a torear a la policía belga, se cuadran.

"Los jóvenes nos escuchan porque somos madres. En nuestro país a la madre se le escucha. Además, somos negras y tenemos su misma cultura. Nosotras sabemos que si el chico baja la mirada y no responde, no es una expresión de soberbia, sino de respeto. La policía no entiende nada de esto. Vienen, les pegan, y eso sólo sirve para crear más conflictos. Lo nuestro es sabiduría africana, no hace falta ir a la escuela de policía de proximidad", dice Mwadi Kambanga, la oronda congoleña que montó las patrullas hace 11 años.

A las tres de la tarde, las madres, ataviadas con una chupa azul marino se reúnen para preparar la salida. Kambanga lidera los preparativos y tras una suerte de tengan cuidado ahí fuera, las madres emprenden la marcha en Evere, un barrio de viviendas sociales y gran presencia inmigrante. Uno de los grupos de tres madres en los que se han dividido se topa con jóvenes y les hablan en su lengua. Les preguntan cómo va todo, de qué parte de la República Democrática de Congo son sus padres y les sacan información sobre los últimos movimientos de las bandas. Hablan de Bagdad, Chechenia o 1140, algunos de los grupos que armados con navajas y cuchillas de afeitar captan a sus adeptos en escuelas como las de Evere. Los adolescentes responden como corderitos a las preguntas de las madres, les dan su nombre e incluso su número de móvil y se despiden educadamente.

La policía bruselense se ha dado cuenta de que la empatía que las madres logran con los jóvenes es un terreno en el que los agentes no pueden competir. Conscientes de que las madres llegan donde la policía nunca llegará, las han incorporado en su esquema de trabajo. Autorizan las patrullas y acuden a las madres para que medien entre las bandas juveniles.

"La situación de las bandas es muy preocupante. Esta misma semana ha habido un ajuste de cuentas entre a navajazos entre bandas rivales. Nosotros le indicamos a las madres dónde hay problemas y ellas contactan con los jóvenes, los conocen bien y les garantizan el anonimato. Su trabajo está dando muy buenos resultados, sobre todo en el terreno de la prevención", explica Roland Thiebault, portavoz policial de los distritos del noroeste de Bruselas. En enero, Mwadi y sus chicas volverán a patrullar en el metro y los autobuses, lugares preferidos por los delincuentes para las trifulcas y los robos.

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