Cartas al director

Un mártir que no será beatificado

En aquel verano de 1936, Jeroni Alomar, Poquet, era sacerdote en Llubí, un pueblo del centro de Mallorca.

Hay que recordar que el "alzamiento" triunfó en Mallorca sin lucha, y que antes del mismo tampoco se había ejercido violencia alguna contra las gentes de derechas o la Iglesia, lo que no impidió la sangrienta represión, los centenares de asesinados en las cunetas de las carreteras por haber figurado en listas electorales del Frente Popular, por estar afiliado a un sindicato o pertenecer a un partido de izquierda o incluso de centro.

En aquel clima, Jeroni Alomar contri...

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En aquel verano de 1936, Jeroni Alomar, Poquet, era sacerdote en Llubí, un pueblo del centro de Mallorca.

Hay que recordar que el "alzamiento" triunfó en Mallorca sin lucha, y que antes del mismo tampoco se había ejercido violencia alguna contra las gentes de derechas o la Iglesia, lo que no impidió la sangrienta represión, los centenares de asesinados en las cunetas de las carreteras por haber figurado en listas electorales del Frente Popular, por estar afiliado a un sindicato o pertenecer a un partido de izquierda o incluso de centro.

En aquel clima, Jeroni Alomar contribuyó decisivamente a salvar la vida de algunas personas -alcaldes o concejales de algún pueblo vecino al suyo-, facilitándoles la huida en barca a Argelia.

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Detenido y juzgado en uno de aquellos vergonzosos consejos de guerra por "auxilio a la rebelión", fue fusilado en junio de 1937.

Sin duda, Jeroni Alomar era "culpable" de su "delito". Este delito, en términos laicos, no era otro que sentido de justicia, solidaridad con las víctimas y profunda humanidad. Pero, además, y si no me equivoco, tales sentimientos y comportamiento se ajustan a lo que, según dicen, debe entenderse por "caridad cristiana"; dicho en otras palabras, desde el punto de vista católico este sacerdote fue fusilado precisamente por cumplir con su obligación de buen cristiano y de sacerdote (por cierto que el obispo -Miralles-, incondicional de los sublevados, consintió el crimen sin mayores protestas).

Si la Iglesia fuera otra cosa que una monumental, monstruosa, estructura de hipocresía, ¿no es evidente que debería exponer para admiración e imitación el ejemplo de ese sacerdote? ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué será que no me sorprende en absoluto que la jerarquía católica ni siquiera mencione este caso, sino que trate de cubrir de olvido al pobre Jeroni Alomar, culpable de haberse creído lo de la caridad cristiana.

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