Columna

El último intelectual

La indigencia y la trivialidad actuales de la clase intelectual francesa a que me refería el sábado pasado han coincidido con la implosión mundial de la ideología del progreso consecuencia del pensamiento único, así como con el enrolamiento de buena parte de la izquierda francesa en la operación de dotar a su país de una estructura monocrática de mando a que apunta el partido único de la democracia, último invento lanzado por el presidente Sarkozy, y acogido con entusiasmo por quienes no se resignan a estar cinco años fuera de los cortiles del poder. En esa situación de desvergüenza personal y...

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La indigencia y la trivialidad actuales de la clase intelectual francesa a que me refería el sábado pasado han coincidido con la implosión mundial de la ideología del progreso consecuencia del pensamiento único, así como con el enrolamiento de buena parte de la izquierda francesa en la operación de dotar a su país de una estructura monocrática de mando a que apunta el partido único de la democracia, último invento lanzado por el presidente Sarkozy, y acogido con entusiasmo por quienes no se resignan a estar cinco años fuera de los cortiles del poder. En esa situación de desvergüenza personal y de desmoralización pública es inevitable que la peoplelización, esa carrera en pelo por incorporarse al gremio de los famosos, esté en pleno apogeo y suscite happenings político-sociales como el que tuvo lugar el pasado mes de septiembre en el Cirque d'Hiver de París. Porque hoy no se trata de los inocentes escarceos de la gauche divine, sino de asentarse en el triunfo y en el enriquecimiento personal, y para ello se echa mano de todo.

El último pretexto ha sido la boda de Henri Weber, cofundador en Francia con Alain Krivine de la Liga Comunista Revolucionaria, emigrado después a posiciones y prácticas más acogedoras como senador y finalmente diputado en el Parlamento Europeo, y mano derecha de Laurent Fabius en el revoltijo actual del Partido Socialista francés. Después de cerca de 30 años de feliz vida en común con Fabienne Servan-Schreiber, miembro de la gloriosa saga familiar de ese nombre, y de haber criado juntos tres hijos, nuestros protagonistas decidieron institucionalizar su unión a manos del alcalde de París y eventual futuro líder máximo del socialismo francés, Bertrand Delanoe. El lugar escogido, que es que el que confiere alto valor simbólico al acontecimiento, fue el Cirque d'Hiver, que, con la Mutualité, ha sido el espacio privilegiado de las conmemoraciones de la izquierda. Allí tenían lugar los mítines de exaltación partidista y se celebraban con fasto y emoción las victorias del Partido Socialista. Pues bien, en ese mismo sitio, convocados por la novia, conocida productora de cine y televisión, se han congregado más de 800 personas procedentes del mundo político, del mediático, con directores como Patrice Duhamel, Jérôme Clément; con cantantes como Carla Bruni y Julien Clerc; con actores como Fanny Ardant o Patrick Bruel; con banqueros como Bruno Roger, de la banque Lazard, y Philipe Lagayette, de J. P. Morgan, sin olvidar ese insubmersible perejil que es Alain Minc, del que no logra deshacerse la redacción de Le Monde.

Pero ese colectivo de cofrades del éxito presididos por el glamour y aspirantes al lustre de la celebridad, que pudo haber funcionado como una invitación a la reconstrucción de la izquierda oficial, en el que participaban todos los líderes de sus diversas facciones, incluyendo a Lionel Jospin y a Strauss-Kahn, venido de Washington a ese fin, se frustró totalmente. Su causa fue la presencia entusiasta de Jouyet, secretario de Estado para Europa; de Martin Hirsch, alto comisario para la solidaridad, y en especial de Kouchner, el actual ministro de Asuntos Exteriores y vedette principal de la fiesta, que son la irresistible escuadrilla de charme de Sarkozy, y formaron con banqueros y financieros un poderoso antídoto derechista, alumbrando una, políticamente penosa, ceremonia de la confusión a la que nadie quiso sustraerse. Y que ha servido en definitiva para confirmar la condición casi inevitable de la reunificación política nacional a que está procediendo Sarkozy. El diario Le Monde, que dedicó una página a informar del evento, no ayudó a su esclarecimiento. Menos mal que ninguno de los antiguos compañeros de Henri Weber hoy representantes de la izquierda radical -Krivine, Besancenot, etcétera- sucumbió a sus requerimientos, con lo que al menos el honor quedó a salvo. Pero no tenemos a nadie que, como André Gorz desde la más combativa independencia, mejor llamarla autonomía como él hacía, pueda constituirse en referente de nuestra decencia púbica, de nuestra brega contra todo tipo de corrupciones y explotaciones, de nuestra lucha por las libertades en igualdad.

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