Columna

Don de lenguas

El presidente Camps propone que se imparta la asignatura de Educación para la Ciudadanía en inglés; eso estaría muy bien siempre que la religión se diera en sánscrito, las matemáticas en griego pitagórico y así sucesivamente hasta llegar a las blasfemias que se explicarían en arameo, por aquello de la fidelidad a las fuentes. No se comprende por qué la gente se ha indignado tanto con esta iniciativa, cuando todo el mundo sabe que el inglés es el idioma del futuro junto con el chino mandarín, como demuestran las estadísticas.

Además, hay que reconocer que nuestros estudiantes no están a ...

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El presidente Camps propone que se imparta la asignatura de Educación para la Ciudadanía en inglés; eso estaría muy bien siempre que la religión se diera en sánscrito, las matemáticas en griego pitagórico y así sucesivamente hasta llegar a las blasfemias que se explicarían en arameo, por aquello de la fidelidad a las fuentes. No se comprende por qué la gente se ha indignado tanto con esta iniciativa, cuando todo el mundo sabe que el inglés es el idioma del futuro junto con el chino mandarín, como demuestran las estadísticas.

Además, hay que reconocer que nuestros estudiantes no están a la altura del resto de Europa en rendimiento académico. Más de 27.000 alumnos reciben todavía las clases en barracones. Pero parece como si el fracaso escolar, más que a la falta de inversión en educación, se debiera a una cuestión existencial: to be or not to be, que diría Hamlet. Es lógico que el presidente Camps intente buscar soluciones a este problema. De ahí la importancia de dar las clases de Educación para la Ciudadanía en el idioma de Shakespeare.

Algunos malpensados han querido ver en la iniciativa una manera cínica de esquivar la obligación de impartir una materia que levanta tantas ampollas entre cardenales y algunos miembros del Partido Popular, excepto en el señor Camps, que se ha convertido en su máximo valedor al proponer que sea precisamente esa asignatura la que se incorpore a la vanguardia de la innovación educativa.

Pero llevar la enseñanza bilingüe a los institutos es una tarea ardua que conviene abordar con tiento. Hay asignaturas que no se prestan a ser impartidas en otro idioma. Imagínense las clases de Matemáticas en inglés. Con lo difíciles que son las integrales y los cosenos de por sí, para encima complicarles las cosas a los chavales con el genitivo sajón. Tampoco parece que tenga mucho sentido explicar el modo subjuntivo en inglés, porque no existe, ni traducir a Cervantes o a Quevedo. Ignoro si la función clorofílica o el imperativo categórico de Kant se avienen muy bien con la sintaxis inglesa; en cambio la Educación para la Ciudadanía es la asignatura perfecta para acabar de una vez por todas con la anglofobia sin renunciar al fundamentalismo patrio.

Cualquiera que profundice en la propuesta del presidente Camps acabará reconociendo su gran visión de futuro. Por eso mismo, cabe exigirle al presidente de la Comunidad que, aplicando el mismo criterio, a todas luces razonable, exija también impartir las clases de religión católica en inglés o en su defecto en chino mandarín que quizá encaje más con el espíritu pragmático y emprendedor del Partido Popular. Los bancos españoles y muchas empresas han empezado ya a establecerse en ese país asiático. La Biblia está traducida al chino, idioma que algunos obispos han empezado a practicar en la intimidad y Dios no sé si lo habla, pero, tal como pintan las encíclicas papales, seguro que se ha matriculado ya en un cursillo intensivo.

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