Crítica:

Y comerte mejor

La experiencia de pagarle una visita al rey de la casa, en el Palau de la Virreina, no tiene prácticamente nada que ver con una incursión en el mundo de los cuentos de hadas, ni en los jardines incipientemente moralistas que se apropiaron de la literatura infantil por considerarla una veta universal que podría llevar al ser humano al cambio social. Al contrario, es un intento de indagar y reformular los conceptos que han servido para construir el imaginario occidental en relación con el universo tan escurridizo como magnífico de la infancia. Instalaciones, pinturas, fotografías, objetos...

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La experiencia de pagarle una visita al rey de la casa, en el Palau de la Virreina, no tiene prácticamente nada que ver con una incursión en el mundo de los cuentos de hadas, ni en los jardines incipientemente moralistas que se apropiaron de la literatura infantil por considerarla una veta universal que podría llevar al ser humano al cambio social. Al contrario, es un intento de indagar y reformular los conceptos que han servido para construir el imaginario occidental en relación con el universo tan escurridizo como magnífico de la infancia. Instalaciones, pinturas, fotografías, objetos y juguetes componen un friso de vida y muerte del niño, desde las primeras manifestaciones de escultura funeraria (siglo XVIII) hasta el abandono del bosque encantado del cuento tradicional por mundos no menos virtuales, como internet (y, por extensión, todo el "patio" de los videojuegos y los móviles), el supermercado y el espacio público.

EL REY DE LA CASA. ADULTOS A LOS DIEZ. NIÑOS A LOS CUARENTA

Palau de la Virreina

La Rambla, 99. Barcelona

Hasta el 26 de septiembre

Para los freudianos fanáti

cos, la exposición El rey de la casa, comisariada por Yaiza Hernández, Andrés Hispano y Marc Roig resultará decepcionante. Para los que esperen encontrar buen arte, comprobarán que las obras tienen un difícil alumbramiento. En realidad. La muestra es una brillante tesina en forma de juego de la oca que se ha escapado de la tablilla por los pelos. La parada final es del todo azarosa, y en las tres dimensiones pierde todo su carácter extraño. Las fotografías pintadas, espectrales y siniestras, de Loretta Lux se mezclan con el abyecto de James Rielly y el gótico de Kiki Smith y Paula Rego. Mery Cuesta recoge fragmentos de letras de canciones de amor (The Beach Boys, The Clash, Bob Dylan, Velvet Underground, Julio Iglesias, Camarón) sobre un espacio dispuesto como un pasillo de escuela. La cámara del realizador David Carabén registra fragmentos de actividades cotidianas de cinco familias desde el momento en que los niños salen de la escuela hasta que se meten en la cama. Andrés Hispano y Marc Roig firman el Archivo documental sobre la vida de cuarenta niños, donde se mezclan 18 arquetipos de personajes, como Lazarillo de Tormes, Mozart, Lolita, Anna Frank, Charlie Brown, Nadia Comaneci o Macaulay Culkin.

Al final del recorrido, el aviso directo y profético sobre el excesivo consumo al que se enfrenta el niño en los "bosques" modernos, cuya espectral retrospectiva apareció hace casi dos décadas, cuando las cámaras de seguridad de un centro comercial en Estados Unidos registraron el momento en que John Venables y Robert Thomson, dos niños de diez años, raptaron y mataron a James Bulger, de dos años, mientras estaba de compras con su madre. Aquella imagen dio la vuelta al mundo, argumentando una nueva ética respecto a la criminalización de la infancia.

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