Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA

Memorias de una viajero-viajera

De 1950 a 2000, el viento del viaje llevó por todo el planeta a la autora/autor Jan Morris (ver despiece, y EPS del pasado 8 de julio, entrevista de Jacinto Antón) y no hubo instante en que su mente dejase de saborear lo que le rodeaba y lo que iba a escribir. Este libro es un caleidoscopio de esa pasión. En el fondo se trata de una autobiografía oblicuamente narrada a estampas, una caza del alma de sitios y personas. Es la confesión, enmascarada tras el distanciamiento estilístico, de alguien a quien el periodismo le ha servido para acudir donde muy pocos, colegas o no (el Everest, de cuya co...

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De 1950 a 2000, el viento del viaje llevó por todo el planeta a la autora/autor Jan Morris (ver despiece, y EPS del pasado 8 de julio, entrevista de Jacinto Antón) y no hubo instante en que su mente dejase de saborear lo que le rodeaba y lo que iba a escribir. Este libro es un caleidoscopio de esa pasión. En el fondo se trata de una autobiografía oblicuamente narrada a estampas, una caza del alma de sitios y personas. Es la confesión, enmascarada tras el distanciamiento estilístico, de alguien a quien el periodismo le ha servido para acudir donde muy pocos, colegas o no (el Everest, de cuya coronación dio la primera noticia al mundo, sólo es una muestra); y le ha servido para tener su propia mirada y voz.

UN MUNDO ESCRITO

Jan Morris

Traducción de Joan Solé

RBA Libros. Barcelona, 2007

573 páginas. 25 euros

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La literatura viajera (o periodis

mo) de Morris (Clevedon, Reino Unido, 1926) no cubre el expediente con meras crónicas o sesgadas filosofías. Pertenece a la pasmosa estirpe británica de los viajeros-testigo, los Charles Doughty, Robert Byron, Rebecca West, Norman Lewis, Bruce Chatwin, William Dalrymple o Colin Thubron. Con instinto reportero, Morris presenta cada escenario con unas líneas-cebo, que cuentan en cuatro trazos por qué se plantó allí. Tampoco escurre el bulto para añadir una coda final con la matización o el juicio que a la luz de presente le merece lo escrito. Nunca se oculta. Si tiene que opinar, opina sin red. Pero no engola el tono, no presume de imprescindible. Revela la aventura que hay en los detalles; y eso ya sugiere un gusto por lo imprevisto, contra lo sistematizado.

Un banquete de naturalidad. Sí, recuerda a la elegancia y sabiduría de Cordero negro, halcón gris: con la diferencia de que Rebecca West aspiraba a volcar una pasión centrípeta por la antigua Yugoslavia, y Morris salta de paisaje en paisaje, sin dejarse atrapar por los agujeros negros a que se asoma. Puede que en el fondo la motivación de estos mil y un viajes haya sido permanecer huyendo: pero cotejemos eso con la desesperación de Vías de escape, de Graham Greene, y quedará clara la luminosa entrega, nunca desesperada, con que Morris trabaja.

Nunca se obnubila con los cabezas de reparto. Edmund Hillary es alguien, de acuerdo, viene a constatar, pero el sherpa Tensing Norsay es un auténtico aristócrata del espíritu. A Morris, en Nueva York, la ciudad prodigiosa y codiciosa, le interesan los pobres, los violentos de los barrios. Al contemplar en Israel al procesado Eichmann, el asesino nazi, ve que lo tiene todo de funcionario y que ése es el horror: alguien "remilgado, santurrón y servil". Y tampoco hay para Morris lugares-fetiche; nunca escribe tópicos. Si dice que Beirut es "una Carmen entre las ciudades", lo explica con belleza; las páginas para ese delirio de ciudad son enamoradas y lúcidas.

Alguien con la vida de Morris

tiene que funcionar con una ideología desprejuiciada. Las valoraciones políticas que desliza no pueden ser menos ortodoxas para un británico. Por ejemplo, argumenta con objetividad su comprensión hacia el régimen de Nasser, que se convertiría en bestia negra para Londres. Y plantea a finales de los cincuenta el atroz dilema israelí: ser israelí o ser judío. Y ese final del capítulo sobre el proceso en Rusia del piloto-espía de la CIA Gary Powers: "Lo he detestado en todo momento. Ha sido horrible. Ha sido nuestro mundo feliz en microcosmos, y apestaba". O la descripción de la pestilencia de la clase dirigente peruana, a la luz de la pesadilla de los barrios marginales. O el comentario al periódico Straits Times, del monolítico Singapur: "Un diario de expresión bastante menos directa que Mujercitas".

En lo estilístico, la agilidad de su prosa elude las descripciones sobrecargadas, aunque sus pinceladas escenográficas estremecen de precisión y lírica. No hay que describir demasiado, aduce con malicia, porque ya todo el mundo ha estado en todos sitios. Tantas vueltas y revueltas no le dejan un poso de derrota. "He pensado en lo pequeño e interrelacionado que es este mundo", siente una euforia británica (no sólo británica) al salir de un templo en Barbados, "en los muchos espíritus y tradiciones que compartimos, en lo fuertes que son los vínculos que nos ligan, lo queramos o no".

Celebración del traspaso de la soberanía de Hong Kong del Reino Unido a China en 1997.AP

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