Editorial:

Bush no quiere ver

Leído crudamente, el reciente informe de la Casa Blanca sobre Irak es la descripción de una situación desesperada. Pese a ello, y en un alarde de voluntarismo cada vez más alejado de la realidad terrena, Bush sigue empeñado en que EE UU todavía puede "tener éxito" en el país árabe invadido. El presidente pide a los congresistas, incluidos los más escépticos dentro de su propio partido, que esperen hasta septiembre para hablar de retirada de tropas, tras una nueva cata sobre el terreno.

Los acontecimientos en Irak han desbordado por completo cualquiera de las previsiones de la Casa Blanc...

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Leído crudamente, el reciente informe de la Casa Blanca sobre Irak es la descripción de una situación desesperada. Pese a ello, y en un alarde de voluntarismo cada vez más alejado de la realidad terrena, Bush sigue empeñado en que EE UU todavía puede "tener éxito" en el país árabe invadido. El presidente pide a los congresistas, incluidos los más escépticos dentro de su propio partido, que esperen hasta septiembre para hablar de retirada de tropas, tras una nueva cata sobre el terreno.

Los acontecimientos en Irak han desbordado por completo cualquiera de las previsiones de la Casa Blanca y el Pentágono, incluso con el incremento de 30.000 soldados decidido por Bush en enero pasado. Pero tampoco es capaz de adoptar una estrategia realista el Congreso dominado por los demócratas, donde las sucesivas peticiones parciales y graduales de retirada de las tropas dan más la impresión de brindis al sol al calor de los sondeos de opinión que de planes articulados y solventes. La última petición se ha producido este jueves, en la Cámara de Representantes, que ha situado en abril de 2008 la fecha del repliegue total, en la esperanza de que el Senado siga la misma senda.

Hay casi 160.000 soldados estadounidenses en Irak y es difícil encontrar algún congresista, incluso entre los demócratas que más abiertamente patrocinan el repliegue, que avance una cifra concreta y fundamentada sobre las tropas que deberían quedarse allí y durante cuánto tiempo. A pesar del gran debate nacional sobre la retirada, un hecho que la opinión pública estadounidense parece tener muy claro, son muchos los responsables de uno y otro partido que creen que en el país árabe deberá permanecer todavía un gran contingente. Ni siquiera los demócratas más críticos con Bush están dispuestos a asumir electoralmente la responsabilidad de un eventual caos absoluto en Irak, en caso de un repliegue masivo de las fuerzas estadounidenses.

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Pese al descafeinado informe de la Casa Blanca sobre los progresos políticos y militares en Irak, la realidad es que Washington sigue sin tener en Bagdad un socio capaz de gobernar ecuánimemente o de garantizar un mínimo de seguridad en el devastado país árabe. Antes al contrario, el pretendido Gobierno de unidad de Nuri al Maliki se comporta como una partida sectaria incapaz de solucionar los grandes desafíos iraquíes: se trate de contener a la plétora de milicias asesinas que imponen su ley, del reparto equitativo de la riqueza del petróleo o de legislar para la mayoría. En este escenario, la presencia de EE UU sirve para contener la guerra civil, con un costo creciente en vidas. Pero por su responsabilidad histórica, Bush no puede salir de la Casa Blanca sin haber sentado una estrategia clara y viable para Irak. De ella debe formar parte, además de toda la presión necesaria sobre Bagdad, un plan serio sobre una retirada ordenada de sus tropas.

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