Crítica:

Familia de caínes

Algún programador televisivo ya lo tiene en mente. Tras los éxitos internacionales de formatos como Supernanny y SOS adolescentes, pronto llegará algo así como ¡Socorro, treintañeros!, en el que los padres acudirán a sociólogos y psicólogos para intentar que, de una vez por todas, sus hijos rompan el cordón umbilical y den el salto a la independencia.

Cierto que la situación económica está difícil fuera de la burbuja hogareña, pero de ahí a la vagancia del privilegiado hay sólo una delgada línea. Como la que hace tiempo que sobrepasaron los hermanos de la interesant...

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Algún programador televisivo ya lo tiene en mente. Tras los éxitos internacionales de formatos como Supernanny y SOS adolescentes, pronto llegará algo así como ¡Socorro, treintañeros!, en el que los padres acudirán a sociólogos y psicólogos para intentar que, de una vez por todas, sus hijos rompan el cordón umbilical y den el salto a la independencia.

Cierto que la situación económica está difícil fuera de la burbuja hogareña, pero de ahí a la vagancia del privilegiado hay sólo una delgada línea. Como la que hace tiempo que sobrepasaron los hermanos de la interesante, austera y antipática Propiedad privada, segunda película del belga Joachim Lafosse, que presenta un panorama en el que padres e hijos rivalizan en soberbia, holgazanería, desconsideración, egoísmo y grosería.

PROPIEDAD PRIVADA

Dirección: Joachim Lafosse. Intérpretes: Isabelle Huppert, Jérémie Renier, Yannick Renier, Kris Cuppens. Género: drama. Bélgica-Francia, 2006. Duración: 95 minutos.

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A través de planos fijos, sin apenas acompañamiento musical, y de una diabólica recopilación de actitudes, Lafosse analiza el mito de Caín y Abel para transportarlo a un territorio más terrorífico, en el que Abel es casi más telúrico que Caín, Adán pasa por esconderse detrás de una supuesta nueva vida y Eva parece encantada por la serpiente.

El espectador queda así sin asideras éticas o de empatía a las que agarrarse, a la intemperie esquizofrénica y moral, ya que el autor no abre ventana alguna con la que ofrecer una mínima defensa a los personajes. El estallido de violencia se ve venir desde la lejanía. Sin embargo, Lafosse lo impone sólo formalmente (una demoledora música disonante que reverbera en los oídos como una uña en una pizarra), mientras en el fondo se escapa con un desenlace abierto un tanto cobarde.

Vídeo: ELPAIS.com
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