Columna

Nadie dijo que fuera fácil

A estas alturas nadie debería tener la más mínima duda de que el factor electoral ha tenido una gran responsabilidad en el proceso de desacreditación que viven los Mossos d'Esquadra. Evidentemente hay también responsabilidades internas, pero las polémicas públicas han sido un factor de aceleración y sobredimensión de algunas circunstancias que por sí solas o incluso acaecidas en otros cuerpos policiales no habrían generado probablemente ninguna crisis política. Algunos dirán que lo que buscaban era erosionar a los responsables del Departamento de Interior y al Gobierno de Montilla. Pero si ésa...

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A estas alturas nadie debería tener la más mínima duda de que el factor electoral ha tenido una gran responsabilidad en el proceso de desacreditación que viven los Mossos d'Esquadra. Evidentemente hay también responsabilidades internas, pero las polémicas públicas han sido un factor de aceleración y sobredimensión de algunas circunstancias que por sí solas o incluso acaecidas en otros cuerpos policiales no habrían generado probablemente ninguna crisis política. Algunos dirán que lo que buscaban era erosionar a los responsables del Departamento de Interior y al Gobierno de Montilla. Pero si ésas eran las intenciones iniciales, las consecuencias han sido otras. Algunos, queriendo matar a unos destinatarios políticos, han herido de gravedad la credibilidad de los Mossos, entre otras cosas porque siempre hay quien está dispuesto a hacer leña del árbol que está cayendo. En este clima algunos han aprovechado para poner en duda la profesionalidad de los Mossos, con graves consecuencias para el desarrollo de sus funciones. Cuando el presidente Pujol pide una ovación, puestos en pie, para los Mossos en su último mitin electoral, está manifestando no sólo un intento de apropiación de un cuerpo que debería quedar al márgen de actos electorales -¿alguien se imagina a Rajoy pidiendo un aplauso para la Guardia Civil?-, sino que expresa una consciencia suya Pujol de que hay que reponer lo que algunos de su entorno han contribuido a dañar, aunque sea sin querer. En cualquier caso, las declaraciones de esta última campaña y algunas actuaciones ya son patrimonio de las hemerotecas para quien quiera contrastarlas y comprobar si mi narración se ajusta a la realidad.

A los Mossos d'Esquadra se les exige el doble que a otros cuerpos de seguridad
Saura tiene que asumir sin complejos su función al frente de la policía confiando en los mandos

Quizá a partir de hoy, una vez finalizado el proceso electoral, los políticos dejen de utilizar la seguridad y los Mossos como arma arrojadiza. Lamentablemente esto ya no es garantía suficiente para recuperar parte de lo perdido en estas últimas semanas. Destruir una percepción positiva es siempre mucho más fácil que recomponerla. La facilidad con la que algunos han puesto en duda el modelo de seguridad en Cataluña no se va a dar en los intentos de reconstruir la credibilidad hacia los Mossos. Los Mossos ya parten de un problema inicial como cuerpo de nueva creación, en el sentido que su principio de autoridad está en construcción. ¿O acaso algunos no recuerdan cartas de alcaldes nacionalistas próximos incluso a las tesis más soberanistas en que pedían prudencia en el proceso de sustitución de la Guardia Civil por los Mossos en su municipio? A los Mossos se les exige el doble que a otros cuerpos de seguridad, se polemiza mucho más con sus actuaciones y de entrada no se les supone profesionalidad. Su legitimidad se ha ido construyendo a base de mucho trabajo. Por eso el principal problema de los Mossos a medio plazo es que todo el mundo se atreva con ellos, es decir, que no consoliden la autoridad y la credibilidad imprescindible para un desarrollo eficaz de su acción policial; es decir, que hagan su labor con la mínima utilización de la fuerza y de la violencia. Por no decir que el otro riesgo evidente de todo este proceso y que pocos reconocerán en público es que se debilite la acción profesional de unos policías jóvenes, muchos de ellos recién salidos de la Escuela de Polícia, que ante el dilema de intervenir en determinadas circunstacias o inhibirse discretamente, se decanten por lo segundo para evitarse problemas derivados de su actuación.

Es evidente que todos los problemas de los Mossos no se pueden atribuir al debate electoral ni a las críticas políticas. Las actuaciones de los propios agentes, por un lado, y las decisiones por parte de la dirección política del Departamento de Interior, por otro, han contribuido activamente a alimentar la crisis actual. El consejero Saura y especialmente su equipo no pueden parapetarse detrás de las críticas políticas de sus adversarios para no dar respuesta inmediata y contundente a las necesidades que existen hoy en el cuerpo. La existencia de una utilización indebida de los Mossos para construir crítica política por parte de la oposición no inhibe al Departamento de Interior de dar soluciones rápidas a los problemas que parece que se dan en el cuerpo. Si cortar de raíz los posibles abusos de algunos mossos es imprescindible, dar apoyo público al cuerpo cuando aparece en la opinión pública la sombra de falta de profesionalidad también lo es. La utilización de instrumentos como el kubotán por parte de algunos agentes de la Brigada Móvil de los Mossos sin que exista reglamento alguno al respecto es motivo de sanción a los responsables -directos e indirectos- de ese uso. El debate no es si esta arma es inofensiva o no, sino si es tolerable que un agente del orden que sobre él tiene confiada la utilización del monopolio legítimo de la violencia (Max Weber) tiene potestad para decidir lo que puede utilizar en sus tareas profesionales. Si el kubotán es incorporable, que se reglamente su uso, y si no, que se sancione a quien lo utilize. Si algunas actuaciones con un final trágico ponen de manifiesto algunos déficit importantes, que se revisen los protocolos o incluso algunos requisitos de intervención y traslado de detenidos. Y en esos temas es probablemente donde al consejero Saura y a su equipo le ha fallado rapidez y decisión.

Saura se encuentra entre dos fuegos: el de los critícos alternativos que lo consideran ya el responsable de la represión organizada, y el de los sectores conservadores que no han digerido aún la posibilidad de que la seguridad sea dirigida por un hombre de su talante e ideas. Saura tiene que asumir sin complejos su función al frente de la policía y tiene que hacerlo confiando en los mandos profesionales del departamento, evitando que decisiones y tareas técnicas caigan en manos de políticos y que liderazgos personales -por debajo del consejero- sustituyan liderazgos de equipos. Esto, al margen de desincentivar a los mandos policiales, será una fuente de conflictos por decisiones erróneas y falta de previsión que Saura podría pagar muy caro. Nadie dijo que dirigir la policía fuera fácil...

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