Columna

Tony Blair: el hombre de las mil caras

Aplastado por el fracaso de la invasión de Irak y su sangría permanente; despreciado por las continuas mentiras con las que intentó legitimar ese conflicto junto con sus colegas de las Azores; sublimado por la salida dada al proceso de paz de Irlanda del Norte y por la consecución del fin del terrorismo; encomiado por los grados de autonomía que ha concedido a Gales o Escocia... estas circunstancias y otras han hecho subsidiario el balance económico de la década de Tony Blair en el poder.

Pero la economía, en su sentido más amplio, era el alma de la tercera vía, la filosofía con ...

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Aplastado por el fracaso de la invasión de Irak y su sangría permanente; despreciado por las continuas mentiras con las que intentó legitimar ese conflicto junto con sus colegas de las Azores; sublimado por la salida dada al proceso de paz de Irlanda del Norte y por la consecución del fin del terrorismo; encomiado por los grados de autonomía que ha concedido a Gales o Escocia... estas circunstancias y otras han hecho subsidiario el balance económico de la década de Tony Blair en el poder.

Pero la economía, en su sentido más amplio, era el alma de la tercera vía, la filosofía con la que el blairismo llegó a Downing Street en 1997, con voluntad de permanencia, tras 18 años de laborismo en la oposición; un proyecto teorizado para enterrar al thatcherismo, que había hecho del Reino Unido el país más desigual y menos cohesionado de la Unión Europea. Y si en política exterior Blair ha sido un neocon más, en política económica ha obtenido sus mejores resultados y ha hecho olvidar a la señora Thatcher, quizá para siempre: el líder conservador, David Cameron, presenta unas ideas mestizas, con dosis de Estado de Bienestar y de eficacia económica, de ayudas sociales y de mercado, mucho más parecidas a las tradicionales del Partido Conversador que a las de la revolución conservadora de Thatcher y Reagan. Ello es consecuencia de la acción del blairismo. No es casualidad que su sucesor en el Partido Laborista, Gordon Brown, haya sido el arquitecto de la política económica en la última década.

En términos macroeconómicos, el balance es muy notable: crecimiento sostenido, pleno empleo, inversión masiva en educación, servicios sociales, infraestructuras, en el sistema nacional de salud (antaño modelo para el resto de los países europeos), etcétera. A pesar de esos grados de inversión pública, los servicios sociales no han vuelto a obtener la eficiencia de la que disponían antes de 1979, cuando comenzó su decadencia. Implantación de un salario mínimo obligatorio, estatuto de independencia para el Banco de Inglaterra, asunción de los protocolos sociales de los Tratados de la Unión Europea (Carta Social Europea), etcétera. En estos años, la renta per cápita británica ha superado a la alemana o a la francesa.

El diario The Guardian exponía las siguientes tendencias de la década Blair: la expectativa de vida de los hombres ha crecido 1,8 años, y la de las mujeres 1,3; las inversiones extranjeras aumentaron desde los 123.000 millones de euros anuales a los 183.000 millones; el salario semanal de los varones ha aumentado de 525 a 717 euros; el acceso a plataformas multicanal de televisión ha pasado del 25,5% de los hogares al 78,6%; y número de teléfonos móviles se ha incrementado de ocho a 65 millones. Pero el precio medio de la vivienda se ha disparado de 106.000 a 253.000 euros, la población encarcelada ha pasado de 61.114 reclusos a 79.380, los 473.000 alumnos de la enseñanza privada se han convertido en 615.000, y el número de cámaras de vigilancia en las calles y locales públicos ha visto un crecimiento meteórico de 100.000 en 1997 a cuatro millones en la actualidad. El principal debe de la política económica de Blair es que las desigualdades entre ricos y pobres no han dejado de crecer, hasta el punto de hacerla irreconocible entre muchos militantes laboristas (lo que explica en parte los sondeos) y algunos de los teóricos que acompañaron a Blair en la aventura modernizadora de la tercera vía.

El británico Anthony Giddens y el alemán Ulrick Beck, los más afamados de esos teóricos, sitúan hoy la nueva etapa de la socialdemocracia del siglo XXI en Europa del Norte. Las nacionalizaciones fueron mucho más un experimento británico o francés que sueco o finlandés. La idea, hoy, trata de potenciar las sociedades abiertas, con altos niveles de impuestos pero con equilibrio presupuestario y sin hipotecar el futuro de las próximas generaciones con la deuda pública, con inversiones masivas en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) y con plena asunción de la lucha contra el cambio climático, etcétera. Ahora no se habla de una nueva vía sino de un Contrato con el Futuro.

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