Columna

29 diseñadores

La revista italiana Area acaba de publicar un número especial sobre la New Design Generation, dedicado casi enteramente a presentar 29 jóvenes diseñadores de todo el mundo, nacidos en las décadas de 1960 y 1970, supuestamente representantes conspicuos de las nuevas tendencias y protagonistas de los nuevos debates. Si aceptamos una mínima solvencia crítica de esta selección, como corresponde a la reconocida autoridad de la revista, acuden de inmediato dos observaciones bastante obvias pero muy significativas. Primera: la mayoría de los 29 diseñadores son casi desconocidos en los a...

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La revista italiana Area acaba de publicar un número especial sobre la New Design Generation, dedicado casi enteramente a presentar 29 jóvenes diseñadores de todo el mundo, nacidos en las décadas de 1960 y 1970, supuestamente representantes conspicuos de las nuevas tendencias y protagonistas de los nuevos debates. Si aceptamos una mínima solvencia crítica de esta selección, como corresponde a la reconocida autoridad de la revista, acuden de inmediato dos observaciones bastante obvias pero muy significativas. Primera: la mayoría de los 29 diseñadores son casi desconocidos en los ambientes profesionales de Cataluña. Segunda: entre ellos no figura ningún profesional español.

Es cierto que casi la mitad de los seleccionados por la revista Area son de nacionalidad italiana, lo cual permite suponer prejuicios localistas, que reducirían la validez crítica de las dos observaciones mencionadas. Pero no reduce, a pesar de ello, la consideración de un hecho bastante grave: la desconexión de nuestro particular mundo del diseño de las corrientes -productivas, divulgadoras, académicas, culturales- que sacuden hoy los debates internacionales. Y esto en un campo del que parece que nos sentimos bastante satisfechos y en el que presumíamos de calidades y valores homologables en la globalización cultural y productiva.

Se trataría de otro episodio que demuestra las anormales distancias de nuestra producción artística en el mercado y en la consideración internacional. Unas distancias que muchas veces ya hemos subrayado en otros campos creativos, como es la excesiva ausencia en los museos extranjeros de artistas españoles que hoy están en plena actividad, casi con la única excepción de Antoni Tàpies. Estas ausencias pueden atribuirse a reales y objetivas deficiencias cualitativas, aunque sean difíciles de constatar comparándolas con una buena parte de las obras que, a pesar de su mediocridad, merecen la aceptación internacional de los museos y de la crítica. Y es especialmente inexplicable en el caso del diseño, una disciplina que ha acreditado, sobre todo en Cataluña, unos niveles profesionales más que suficientes. Con ello se manifiesta más claramente la presencia de otras causas, entre las cuales se distinguen claramente dos hechos fundamentales: la debilidad de una industria innovadora que dé salida comercial a los diseñadores y la falta de apoyos institucionales y académicos para la debida penetración internacional y su reconocimiento. Son dos condiciones que en muchos países -por ejemplo, Italia, como se demuestra con la publicación de este mismo número de Area- se atienden adecuadamente desde hace mucho tiempo, lo cual, precisamente, justificaría hasta cierto punto los desequilibrados porcentajes de selección de la revista.

Una selección sobre la que se puede opinar también desde un punto de vista más general: los productos de esta joven generación -si debemos considerarlos significativos de la situación actual más beligerante- demuestran la continuidad de una crisis creativa y de unos errores básicos en los objetivos y los métodos del diseño, una disciplina que desde el origen se había estructurado en atención a los procesos industriales, a la economía de producción, a la estandarización asequible, a las nuevas funciones y hasta a una estética resultante de todas esas prioridades.

Pero la selección -¡más de lo mismo!- insiste, por desgracia, en todas aquellas contradicciones en las que ya cayeron generaciones anteriores, víctimas de un consumismo atroz, inmoral y pernicioso para la misma disciplina: la falsa artisticidad con nostalgias artesanales, la devoción por el producto insólito, el bibelot y el kitch aplicados a funciones que siempre son las mismas y que la simple tradición ya había resuelto satisfactoriamente. Da grima ver cómo los jóvenes insisten en inventarse cada vez una nueva silla inútil, una nueva lámpara escultórica o un tejido y un empapelado rococó. Es decir, esa especie de objetos despreciables que el público -el más avispado y mordaz, por un lado, y el más ingenuo y vulgar por otro- llama de diseño con sorna consensuada.

Mientras tanto, otro sector profesional mucho menos modisto y más realista, más ligado a la ingeniería y a las nuevas técnicas, diseña con equipos interdisciplinarios trenes de alta velocidad, ordenadores o máquinas-herramientas, dando una respuesta actualizada a la revolución metodológica impuesta hace más de un siglo por la industrialización. ¿Es que los jóvenes diseñadores a la moda siguen siendo decoradores camuflados que insisten erráticamente en imitar a unos ancianos eméritos que ya habíamos marginado de la actualidad productiva, recluidos en la inutilidad de la alta costura? La tecnología y el cambio de formas de vida, de instrumentos y de estructura social y cultural, ¿no les obliga a resituarse en su profesión y abandonar las frivolidades de los adornos apetecidos por una clase modificada sólo por las peores convenciones burguesas? ¿En qué revistas se presentan los técnicos que realmente resuelven los nuevos problemas industriales?

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