Columna

Hablando se...

Resulta imposible no ceder a la tentación. Lo siento. Es como cuando uno va por la calle y ve un corrillo. Resulta prácticamente imposible no pararse y meter el hocico para ver si lo que hay dentro es una tuna, un trilero o alguien con una patada en los testículos. Somos de natural curiosos -basta que alguien mire al cielo para que lo hagan cuantos pasen a su lado- por no decir propensos a caer en las tentaciones. Y basta que le hayan pegado una patada en los genitales a, cómo decirlo, un miembro del Foro Ermua para que caigan por tierra todas las promesas de no inmiscuirse, o menos, en la tre...

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Resulta imposible no ceder a la tentación. Lo siento. Es como cuando uno va por la calle y ve un corrillo. Resulta prácticamente imposible no pararse y meter el hocico para ver si lo que hay dentro es una tuna, un trilero o alguien con una patada en los testículos. Somos de natural curiosos -basta que alguien mire al cielo para que lo hagan cuantos pasen a su lado- por no decir propensos a caer en las tentaciones. Y basta que le hayan pegado una patada en los genitales a, cómo decirlo, un miembro del Foro Ermua para que caigan por tierra todas las promesas de no inmiscuirse, o menos, en la tremolina general. Es de justicia. Azkuna constituye una excepción, y eso le honra, dentro de un partido que ha optado por no condenar la agresión, pero que ha hecho algo más, enredar el lenguaje. Y de qué manera. Al día siguiente del patadón, la portavoz del Gobierno vasco declaró a los medios que no tenía conocimiento de los hechos sucedidos ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, pero a renglón seguido dijo saber que el Foro Ermua había cometido un delito de contramanifestación. ¿En qué quedamos, sabía lo que pasó o no lo sabía? Porque si no sabía nada era imposible que supiera que alguien se contramanifestó. Parece mentira que una profesora universitaria de un área relacionada con el lenguaje como Miren Azkarate incurra en semejante contradicción. Pero, ya se sabe, la lógica política se impone siempre a la lógica corriente. En este caso resultaba más importante prescindir de los hechos -ya los investigará la Ertzaintza, Azkarate dixit, pero buscando que delinquieron los agredidos- en beneficio del relato interesado de los hechos, es decir, prescindiendo de que hubo una agresión que, por lo visto, se habían buscado los interfectos por su cara bonita: quien les veía no podía reprimir sus deseos de que murieran por bomba -se lo gritaron-, ni sujetar unas manos que buscaban agarrar, arañar o empujar.

Va a ser que vivimos dentro de un campo electromagnético que altera la percepción, porque volvió a ocurrir lo mismo con lo del BEC. Todo el mundo sabía que el acto programado por no se sabe quién -aunque figurase en los papeles, era como si lo hubiera convocado Juan Nadie- estaba organizado en la sombra (y no tan en la sombra) por una Batasuna que pretende con ello irrumpir en la batalla electoral o dar, hablando en propiedad, el pistoletazo de salida de la misma. Pues bien. La Ertzaintza, esa policía que pagamos para que, entre otras cosas, esté informada a fin de prevenir posibles delitos declaró que no encontraba indicios de que Batasuna estuviera detrás del invento. Nada, cero. Es adonde lleva la ultracorrección: se examina y se da por bueno lo más aparente obviando justo lo que está un poco más atrás. Y esto nos lleva a Galicia, pero no por los percebes, como me ha sugerido mi lado malo, sino por la ultracorrección. Según parece, el BNG anda queriendo expurgar de los diccionarios las acepciones peyorativas del gentilicio gallego. De los diccionarios de castellano del mundo, claro, porque es en ciertas partes del mundo de habla castellana donde el término gallego reviste connotaciones poco halagüeñas tales como identificar a los susodichos como españoles, entre otras, lo que debe resultar insoportable para un nacionalista galaico.

Evidentemente, ninguna de estas acepciones figura en los diccionarios gallegos, pero tampoco están tan limpios como les hubiera tenido que pedir el cuerpo políticamente correcto a los muchachos del Bloque. Así, podemos leer: xudeu, "de forma despectiva, dise de persona avara, usureira". O enterarnos que maricón "es en sentido despectivo, home afeminado". Putear -contra el honor de las putas- es "facerle a alguén algún prexuízo". Y ya que existe tanta sensibilidad con los animales de la que seguro no escapan las ultracorrectas gentes del BNG, estar como unha cabra es "non estar ben da cabeza". En fin, unas veces por exceso y otras por defecto, estamos aviados. Con perdón de las aves. O de las vías.

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