Columna

Home sweet home

Lo malo de aprender a leer es que ya no hay vuelta atrás. Cuando éramos inocentes e iletrados salíamos a la calle de la mano del abuelito y sólo veíamos formas y colores. Con el tiempo aprendimos a interpretar todo aquello y los centros comerciales, las grandes áreas y los comercios del centro de la ciudad se apresuraron a recargar las calles con neones crueles que nos obligaban a pararnos delante de todos los letreros:

-¡Ja, ja, ja!

-¿Por qué te ríes, nene?, pregunta el abuelito.

-Porque lo dice ahí, abuelito. Mira: PA-QUE-TE-RÍA.

El abuelo no tiene más remedio que...

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Lo malo de aprender a leer es que ya no hay vuelta atrás. Cuando éramos inocentes e iletrados salíamos a la calle de la mano del abuelito y sólo veíamos formas y colores. Con el tiempo aprendimos a interpretar todo aquello y los centros comerciales, las grandes áreas y los comercios del centro de la ciudad se apresuraron a recargar las calles con neones crueles que nos obligaban a pararnos delante de todos los letreros:

-¡Ja, ja, ja!

-¿Por qué te ríes, nene?, pregunta el abuelito.

-Porque lo dice ahí, abuelito. Mira: PA-QUE-TE-RÍA.

El abuelo no tiene más remedio que dar la razón al nieto que, de repente, interrumpe la carcajada.

-¿Y ahora por qué paras de reír, nene?

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-Pues porque lo dice allá. Mira: NO-TA-RÍA.

Lo anterior, que es un viejo chiste malo compostelano, es más normal de lo que parece. La aparición de nuevos comercios, nuevas grafías y nuevos idiomas nos lleva a la confusión. Un servidor no conoce a nadie que no se haya equivocado sobre el contenido de la nueva cadena de Amancio Ortega, Zara Home. Hasta el claustro de Oxford pensó que se trataba de tiendas de ropa y complementos para hombre. Pero aquello no era gallego. Era, sí, home pero pronunciado joum, o sea hogar en inglés y lo que vende Ortega son complementos, cuberterías y cortinitas para el pisito. La normalización global es lo que tiene. La situación inversa también es posible. Lorenzo Milá se fue por los cerros de la Pérfida Albión al presentar la reedición del histórico Circo Price, el de las matinales del rock prehistórico de Miguel Ríos y Micky y los Tonys. El periodista dijo algo así como "¡Vuelve el Circo Prais!".

En Galicia esto viene de antes. El actor James Cagney era conocido, en perfecto castrapo, como Yames Coñéi. Y en A Cidade da Cultura se proyectó un cine de esos de mucho espectáculo porque el arquitecto guiri confundió la palabra Imaxe con Imax. A Pérez Varela le faltó tiempo para apuntarse el tanto, la ceremonia y la confusión para añadir un anuncio luminoso más que haga sufrir a la infancia recién alfabetizada.

Heredamos alfabetos pero olvidamos, a veces, que en Galicia heredamos costumbres que, una vez desterradas, nos salvarían del minifundismo genético que abrasa el camino hacia la salvación. Vivimos ciertamente en un mundo manipulado. Vemos las conchitas de la playa de espaldas al mar mientras el Kraken surge de las aguas a nuestras espaldas. Es el maelström del despiste. La semana pasada publicaba el Maestro Rivas un artículo en este mismo periódico sobre la Mano Negra que jodió Galicia. Tenemos que pensar en ese despiste cuando elude en la lista de desgracias monstruos como A Cidade da Cultura o el Palexco de Coruña y afirma, por ejemplo, que la reorganización del entorno del faro de Fisterra es un festival de hormigón en detrimento de la tradicional piedra. Olvidan, los que así piensan, que ese faro es un instrumento de trabajo de finales del siglo XIX y, por lo tanto, de poco valor histórico. Y que el ridículo presupuesto de las administraciones implicadas (diputación y concello de Fisterra) era impensable para empedrar lo que no empedraron ni los romanos y que lleva décadas asfaltado. El diseño y el respeto al entorno no se discuten: se cuestionan los materiales. Pero, ¿de qué materia están hechos los sueños del Fin del Mundo?

Es época de neones, elecciones y confusiones y, por lo tanto, de fiestas para la Tercera Edad. El "fai no more" (¿dolce far niente?) del budismo zen se confunde con el Faith No More (en mexicano, "fe no más") del grupo de rock californiano de los noventa. Heredamos lo que está hecho, lo convertimos en tradición imbatible y retrasamos con delirios vacíos de contenido una modernidad que, ¡qué contradicción!, pretende arrasar el Bosque Animado de Cecebre con un Tren de la Bruja que desconoce la utilidad futurista del platillo volante reconvertido en plato de madera para la ración de pulpo del Domingo de Resurrección.

Cuando aprendemos a leer, seguimos confundiendo los neones callejeros. No es lo mismo "Tejidos y Novedades" que "Te jodes y no ves nada" ni "Banco Español de Crédito" que "Banco Español de Cerdito". ¡Home, non!

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