Controversia política por el 'caso De Juana'

El pedestal y el diván

1. La imagen de Rajoy en la tribuna, dirigiéndose a los manifestantes de Madrid, en una calculada escenografía de exaltación del líder, es delatadora. Los discursos de solidaridad con las víctimas, de defensa de la unidad de España amenazada, de imperiosa respuesta moral a una canallada del Gobierno, a la vista del espectáculo, sólo eran ladrillos para construir un pedestal para Mariano Rajoy. Después de haber salido a la calle un montón de veces parapetados detrás de las asociaciones de víctimas del terrorismo, de los padres católicos o de los obispos, los dirigentes del PP entendieron...

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1. La imagen de Rajoy en la tribuna, dirigiéndose a los manifestantes de Madrid, en una calculada escenografía de exaltación del líder, es delatadora. Los discursos de solidaridad con las víctimas, de defensa de la unidad de España amenazada, de imperiosa respuesta moral a una canallada del Gobierno, a la vista del espectáculo, sólo eran ladrillos para construir un pedestal para Mariano Rajoy. Después de haber salido a la calle un montón de veces parapetados detrás de las asociaciones de víctimas del terrorismo, de los padres católicos o de los obispos, los dirigentes del PP entendieron que el caso De Juana Chaos era su momento. O sea que no estábamos ante la conjura de los irritados, como quiso hacernos creer el entorno mediático de la derecha, sino en la entronización del candidato conservador.

Rajoy era un líder débil, que había accedido a su cargo por cooptación de Aznar, sin proyecto político propio, simplemente por su condición de hombre para todos los servicios del ex presidente. Líder por delegación, eran las urnas -en la estela de la renuncia de Aznar a volverse a presentar- las que tenían que haberle dado la legitimidad para emprender el vuelo, libre de tutelas. Pero las cosas no salieron conforme a los planes del PP. Y Rajoy se ha encontrado viviendo a la sombra de quién le nombró. El problema de quien ha sido promocionado a dedo es que puede ser eliminado a dedo. Rajoy tuvo que pagar el peaje de la desaforada campaña de Aznar y los suyos sobre el 11-M. Una estrategia revanchista de deslegitimación del presidente Zapatero y del propio proceso judicial que no aportaba ninguna perspectiva de futuro a su partido. Al contrario, le mantenía atrapado en sus propios fantasmas. De modo que para emprender el vuelo Rajoy necesitaba pedestal y diván.

2. En los planes de construcción del pedestal, la manifestación del sábado era decisiva. Por eso, se apresuró a anunciarla el mismo día del traslado de De Juana, para evitar que se le adelantaran las organizaciones de víctimas y otros foros. Lo que se quiso presentar como una reacción espontánea de la ciudadanía ha sido una manifestación milimétricamente organizada por el PP, con profesionalidad y eficiencia, que en todo momento puso por delante los intereses políticos de partido. Ya en los días previos a la manifestación, los argumentos que hablaban de una respuesta moral colectiva conjugaban mal con el desfile de líderes populares por la plaza de la Republica Dominicana, donde convirtieron la memoria de unos guardias civiles asesinados en plató publicitario permanente de la manifestación del sábado. Las técnicas de la publicidad, ya sea política o comercial, no reparan en gastos morales.

Y, sin embargo, la aparición de Rajoy en solitario al final de la manifestación, para ofrecerse como alternativa al presidente que gobierna hoy España, resultaba chocante con el presunto espíritu de la convocatoria. Por lo general, estas movilizaciones que apelan a sentimientos profundos de los ciudadanos y que responden a hechos o acontecimientos sentidos como una injusticia profunda, dejan el protagonismo a la ciudadanía y se da la palabra a personajes de la sociedad civil para que lean mensajes compartibles por todos. Esta vez no fue así, porque la respuesta no era cívica sino partidista, no era moral sino directamente política, en el sentido estricto, de estrategia de lucha por el poder. Y se agradece la claridad. Con Rajoy como orador único hay poco espacio para la duda.

No es extraño en este contexto que un partido tan curtido y calculador como el PP tuviese un descuido tan grave: las víctimas del 11-M, en la vigilia del tercer aniversario del más cruel atentado que España ha conocido. Ni las víctimas del 11-M son del agrado del PP porque se resistieron a su manipulación y, desde entonces, hay dos categorías de víctimas para los populares. Ni el 11-M, arruinada la teoría de la conspiración, es un tema del agrado del Partido Popular. O sea que el descuido es una confirmación más de que la cadena de manifestaciones de la derecha es una estrategia de asalto incruento al poder, en que el terrorismo es la coartada y La Moncloa el fin. Y de que el PP es una verdadera máquina de división que alcanza incluso a las víctimas del terrorismo.

3. Efectivamente, el PP ha encontrado gusto en salir en manifestación a la calle. Es de celebrar que compartan el ejercicio de un derecho, tan difícil de conquistar en un país en que era monopolio de los actos de adhesión al caudillo, que cuando estuvieron en el poder lo trataban con desprecio y con todo tipo de descalificaciones. El PP necesitaba ajustar sus cuentas con sus propios fantasmas: la movilización del Prestige, las manifestaciones contra la guerra de Irak, la movilización contra las mentiras del 11-M. Y han buscado las calles como diván, o si se prefiere como gran confesionario colectivo, como si pisando un terreno tradicionalmente más propio de la izquierda debieran recuperar su autoestima. Hay algo de mimetismo en esta historia que resulta esperpéntico. Algunos incluso han comparado la foto de las Azores con la foto del traslado de De Juana. Comparación peligrosa, por las consecuencias de uno y otro acontecimiento. Pero, en fin, podríamos dar este juego por bien empleado si sirviera para que el PP, liberado de sus fantasmas, recuperara un tono más institucional, centrado en el debate y en la confrontación parlamentaria y sin intentar ganar en otros poderes del Estado lo que no ha ganado en las urnas. Si las movilizaciones callejeras de ciudadanos están en principio pensadas para acontecimientos de notable gravedad, una de dos: o en este país han pasado muchas cosas extremadamente graves en el último año o el PP quiere hacer de la excepción la norma. Y dado que las constantes del país no dan señal alguna que haga pensar en una situación crítica, salvo en el ámbito de la confrontación política, cabe suponer que el PP sólo considerara que se ha alcanzado la normalidad -es decir, que se ha librado de sus fantasmas- si recupera el poder. Mientras tanto, seguirá agitando por tierra, mar y aire. Queda por ver si esta estrategia es ganadora o si la movilización de respuesta que puede generar va a mantener a los populares alejados del poder por largo tiempo.

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Con la manifestación del sábado, entronizado Rajoy, podría parecer que el PP ya ha completado la escalada callejera. Y que los próximos pasos serán la moción de censura y/o la petición de elecciones anticipadas. Pero Rajoy fue sumamente prudente sobre este punto en un discurso de tono general imprudente como fue el del sábado. A los dirigentes del PP, a pesar de tanto ruido, no les salen los números. Temen el adelanto -que podría hacerles chocar contra la reacción de la izquierda- y temen también el desgaste de seguir manteniendo esta tensión durante un año más. En el fondo, ni ellos mismos tienen muy clara una estrategia que tiene su origen en un mimetismo revanchista. Pero siguen a pies juntillas la vieja doctrina aznarista de que en este país la derecha sólo gana tensando la situación al máximo. Crear miedo, sin dar demasiado miedo. Lo cual no es fácil conocidos los antecedentes de la derecha española.

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