Columna

¿Ladran, luego cabalgamos?

La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, acaba de decir que la prueba del nueve del acierto del nombramiento de Mariano Fernández Bermejo como ministro de Justicia es la crítica feroz que ha suscitado en el Partido Popular. Establecer como acierto propio el disentimiento ajeno abre una pendiente peligrosa. Deslizarse por ella obligaría a rechazar el premio con el que el capitán de las insidias acaba de distinguir a la número dos del Gabinete de Zapatero. En definitiva, la afirmación de De la Vega parece una nueva versión de aquel dicho de ladran luego, cabalgam...

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La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, acaba de decir que la prueba del nueve del acierto del nombramiento de Mariano Fernández Bermejo como ministro de Justicia es la crítica feroz que ha suscitado en el Partido Popular. Establecer como acierto propio el disentimiento ajeno abre una pendiente peligrosa. Deslizarse por ella obligaría a rechazar el premio con el que el capitán de las insidias acaba de distinguir a la número dos del Gabinete de Zapatero. En definitiva, la afirmación de De la Vega parece una nueva versión de aquel dicho de ladran luego, cabalgamos "tan falaz como autocomplaciente", según el dictamen de Rafael Sánchez Ferlosio (véase su libro Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Ediciones Destino Barcelona, 1993).

Primero, dice nuestro autor, porque la noche y los caminos están poblados de multitud de obtusos y suspicaces mastinazos o gozquecillos débiles y asustadizos, a quienes todos los dedos se les hacen huéspedes, y enseguida se ponen a ladrarle, incluso a la más necia, huera e inofensiva de las extravagancias. Y segundo, añade, porque sin ir más lejos, Cervantes y Velázquez llevan ya cabalgando siglos sin haber oído hasta la fecha, a lo largo de tantas y tan accidentadas leguas de camino, ni tan siquiera el más leve gruñido; todavía cabalgan en cabeza, tan lozanos, airosos y ligeros como un amanecer.

En el uso particular de esta metáfora de los ladridos se adelantó hace años el presidente José María Aznar cuando, el 26 de enero de 2003, se presentó en Santiago de Compostela para exhortar al PP. Entonces sentenció que se había acabado el chollo de los resentidos que ladraban su rencor por las esquinas. Aznar sostuvo que hablar del accidente del Prestige era cosa del pasado "mal que les pese a los profesionales del resentimiento". Según su dictamen, las críticas a La Moncloa son cosas propias de "los que ladran su rencor por las esquinas", son actividades "de los agitadores del resentimiento", de los que "inventan una Galicia negra y son capaces de manchar su bandera para seguir con su resentimiento".

Enseguida pronosticó que se superarían las dificultades pero en tono amenazante añadió que no se olvidaría "de aquellos a los que no debemos nada, de los que no han estado a la altura de las circunstancias, ni tampoco de los que confunden la oposición con la destrucción". Estas palabras de Aznar en el Gobierno merecerían ser meditadas por el actual líder de la oposición Mariano Rajoy, que entonces iba para presidente. Porque Rajoy parece instalado de modo muy confortable en el catastrofismo dialéctico que tanto y con tan gran acierto cultivaron don José Calvo Sotelo y don José María Gil Robles en tiempos atribulados de la II República.

Al principio de su andadura en la oposición los oyentes de Rajoy daban en pensar que al líder lo arrastraba de modo irresistible su guardia de corps, con figuras de la talla de Eduardo Zaplana y Ángel Acebes a la cabeza. Se le veía forzado, incómodo, con el guión que había de interpretar. Pero ahora Rajoy se muestra encantado en su papel, está gustándose a sí mismo como los toreros cuando hacen faena. Nuestro presidente del PP, instalado en el triunfalismo de la catástrofe, ha dejado de proponer soluciones alternativas para ofrecerse como la única solución, de modo que sólo por él alcanzará el país la redención de los males en que le ha sumido el presidente Zapatero.

En diciembre de 1936 Ernesto Giménez Caballero señalaba a Erasmo como enemigo a batir. En mayo de 1939 el cardenal primado Isidro Gomá, al recibir la espada de Franco en la Iglesia de Santa Bárbara, le atribuía la virtud de haber terminado para siempre en España con el pensamiento de Kant. El propio generalísimo arengaba la oficialidad del Ejército al día siguiente en el Banco de España marcándoles como nueva meta la de "desterrar hasta los últimos vestigios del fatal espíritu de la Enciclopedia". Ahora se diría que, ambientados por la Ley de Memoria Histórica que detestan algunos anduvieran ensayando convocarnos a nuevas Cruzadas. Otra cosa es que las constantes vitales de nuestro país en absoluto reflejen antiguos desastres. En vista de lo cual, los líderes de algunas fuerzas como el PP y de otras instituciones como la Conferencia Episcopal en lugar de cambiar de partitura prescriben la necesidad de aumentar la dosis de antagonismo.

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