Columna

Napolitano, en España

La visita a España de Giorgio Napolitano, presidente de la República italiana, se ha desarrollado con una sorprendente falta de visibilidad. Algo que sería lógico en medios de comunicación conservadores, pero menos explicable en quienes comparten en principio los planteamientos políticos de un prestigioso estadista. Botón de muestra de ese desinterés intencionado: en el gubernamental telediario de la Uno, la fiesta de Santo Tomás, del pasado lunes, era evocada para destacar lo contentos que están los niños ese día al no tener que ir al colegio. Ni una mención de que esa mañana Napolitano había...

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La visita a España de Giorgio Napolitano, presidente de la República italiana, se ha desarrollado con una sorprendente falta de visibilidad. Algo que sería lógico en medios de comunicación conservadores, pero menos explicable en quienes comparten en principio los planteamientos políticos de un prestigioso estadista. Botón de muestra de ese desinterés intencionado: en el gubernamental telediario de la Uno, la fiesta de Santo Tomás, del pasado lunes, era evocada para destacar lo contentos que están los niños ese día al no tener que ir al colegio. Ni una mención de que esa mañana Napolitano había sucedido al entrañable socialista Sandro Pertini como segundo presidente italiano que recibe de la Universidad Complutense de Madrid el nombramiento de doctor honoris causa. Tampoco nadie dijo nada ese día acerca del programa europeísta desplegado por el veterano político en su discurso de recepción. Y para cerrar el círculo, al acto académico asistió la ministra del ramo, pero estuvieron ausentes el presidente Zapatero, ocupado en hablar de una subida de pensiones; el ministro Moratinos, a quien el europeísmo debiera interesarle algo, y tampoco hubo presencia del más alto linaje institucional, que a falta de otra utilidad confiere a este tipo de actos un aura simbólica de solemnidad.

Los medios de izquierda ya contemplaron hace un año la elección de Giorgio Napolitano como una noticia de low profile, de bajo perfil, y esa actitud se ha mantenido. Así que tal vez todo haya sido un simple fruto de la casualidad, con sus gotas de ignorancia. Sólo que también cabe pensar en un silencio voluntario, acorde por un lado con la pretensión de un socialismo posmoderno de cortar vínculos con un pasado en que aparecen cosas tan complicadas como unas raíces comunistas, en el caso italiano, y por otro orientado a aprovechar las ventajas que para el marketing político del presidente -favorecido con el "¡viva Zapatero!", lanzado desde Italia-, ofrece la marginación o una visión peyorativa de la izquierda italiana. Frente a la vetustez de ésta, la renovación generacional de la nuestra, olvidando la célebre reflexión de Georges Brassens acerca del escaso papel que juega la edad en cuanto a la sabiduría de los mortales: Quand on est con, on est con!

En un país cuyo escenario político se encuentra tan sometido a la tensión como el nuestro, el presidente Napolitano ofrece una imagen permanente de serenidad y búsqueda de puntos de encuentro, con advertencias reiteradas sobre el precio que la democracia puede pagar de mantenerse la agresividad política. En otro orden de cosas, constituye un ejemplo de cómo los portavoces más lúcidos de una tradición política pueden ser capaces de revisar los errores de la misma, y al mismo tiempo, sostener un componente esencial de su pasada aspiración: la acción política como resultado de un proceso de reflexión orientado siempre al cambio, a la reforma dentro de la democracia. Napolitano, hoy figura señera de la socialdemocracia italiana, procede de la corriente comunista que configuraran hombres como Gramsci y Togliatti, otro mundo respecto de la que entre nosotros heredó el esquematismo del partido matriz de Pablo Iglesias y Largo Caballero. Por algo Pasionaria tenía escasas ganas de ver publicados los informes de Togliatti sobre la guerra de España.

El europeísmo de Napolitano, desarrollado en su libro Europa política (2003) y en sus intervenciones de hace unos días, acoge la idea de Europa, pero es visto sobre todo como el marco inexcusable para las reformas en una comunidad naciente y ampliada, llamada al mismo tiempo a intervenir unitariamente en la escena internacional. Puesta la mirada en la resolución pacífica de los conflictos, a la vista del callejón sin salida de la estrategia de gran potencia puesta en práctica por los Estados Unidos. Para ello hacen falta tanto la conciencia de formar parte de una civilización abierta al universalismo como la creación de instrumentos democráticos a escala europea y la voluntad de actuar en política exterior con una sola voz. La fórmula idónea tendrá que ser una u otra variante de federalismo. Todo demasiado complejo y difícil de entender cuando lo que cuentan son los planteamientos basados en ocurrencias del momento o la grave cuestión de llegar a un punto de acuerdo con Carod Rovira.

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