Columna

No cuenten jamás con él

Hay personas que al final de sus vidas se pueden plantear sin miedo la pregunta de si siempre eligieron el lado decente, si siempre estuvieron donde tenían que estar, al margen de que eso les acarreara la derrota o el éxito, la fortuna o la desventura. Son personas muy merecedoras de admiración y de respeto. El joven diputado Eduardo Madina se sentó el otro día precisamente allí donde decentemente tenía que estar: en la silla de la víctima. Lo hizo con tristeza, como corresponde. Pero con la íntima satisfacción de estar todo lo lejos que se puede estar de quienes se plantean el asesinato polít...

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Hay personas que al final de sus vidas se pueden plantear sin miedo la pregunta de si siempre eligieron el lado decente, si siempre estuvieron donde tenían que estar, al margen de que eso les acarreara la derrota o el éxito, la fortuna o la desventura. Son personas muy merecedoras de admiración y de respeto. El joven diputado Eduardo Madina se sentó el otro día precisamente allí donde decentemente tenía que estar: en la silla de la víctima. Lo hizo con tristeza, como corresponde. Pero con la íntima satisfacción de estar todo lo lejos que se puede estar de quienes se plantean el asesinato político como si se tratara de una opción ideológica, una pieza más de un programa electoral.

Los dos hombres que pretendieron matar a Madina porque no comparte sus ideas políticas serían, probablemente, dos perfectos soldados en el Ejército vasco con el que sueñan, dos patriotas con quienes sus jefes siempre podrían contar a la hora de enviar voluntarios a cualquier Abu Graib del mundo. Con Eduardo Madina no podrían contar jamás. (Quizás, quién sabe, los dos jóvenes que pretendieron matarle terminen algún día ante un Tribunal Penal Internacional).

Acabar con la violencia en el País Vasco es una tarea que merece el esfuerzo de todos. Se diría que, muy especialmente, de los propios vascos. Si, como afirma el Gobierno, el proceso de negociación con ETA y con Batasuna está estancado, quizás sea el momento de que esa gran mayoría de la sociedad vasca contraria a la violencia se exprese, ella también, presionando públicamente a la izquierda abertzale para que vuelva a la senda del diálogo, acabe con la violencia callejera y calibre mejor sus oportunidades. Que la mayoría de la sociedad vasca deje claro, públicamente, que apoya la firmeza del Gobierno en su negativa a dar un solo paso mientras sigan existiendo atentados, kale borroka o chantajes. Que deje claro que comparte la firmeza del Gobierno en no permitir que Batasuna acuda a las elecciones municipales mientras no diga que renuncia a justificar la violencia y la amenaza contra los otros concejales electos. ¿Se negará el PNV? ¿Se negarían los dirigentes del PP vasco, sus militantes, a prestar su apoyo al Gobierno en esas circunstancias y con esa exigencia?

Éste es probablemente el mejor momento para que el Partido Popular y el PSOE encuentren el camino de un acercamiento. El momento en el que el Gobierno demanda públicamente el apoyo de las restantes fuerzas políticas del Estado democrático para mantener su firmeza frente a los violentos, para conseguir que ETA y Batasuna repiensen su actitud, repriman la kale borroka y acepten que esos son los principios inamovibles para poder abrir cualquier negociación realista. Éste es el momento para que el PNV una sus fuerzas al esfuerzo democrático, sin dudas ni vacilaciones; y, sobre todo, para que el principal partido de la oposición acepte que la única solución pasa por su incorporación al proceso. El momento para que el PP, requerido todas las veces que haga falta por el Gobierno, acepte ser leal con el Estado por encima de otros intereses y dé el paso imprescindible.

Lamentablemente, todo señala que las cosas no van por ese camino. Parece como si el PP hubiera decidido cerrarse a sí mismo, a cal y canto, a cualquier cambio de actitud. Es posible que en este proceso el PSOE haya cometido algunos errores. Quizás. Pero también quizás el PP tenga que reconocer algún día que el decálogo de exigencias que presentó esta semana, no a ETA ni a Batasuna, sino al Gobierno legítimo de la nación, fue un error monumental. Una prueba escrita del trato injustificado al que sometió al Gobierno. No pasarán posiblemente muchos meses antes de que el PP pretenda que los ciudadanos se olviden de ese desgraciado papel.

En cualquier caso, si el proceso no sigue adelante, quien tendrá que dar más explicaciones serán ETA y Batasuna. Serán ellos quienes hayan dejado abandonados a sus presos, y serán ellos quienes hayan frustrado las expectativas de los vascos. Se equivocan si creen que ellos se pueden todavía adaptar a todas las circunstancias. No. You're not water, my friend. solg@elpais.es

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