Cartas al director

El 'convergente' Enric Juliana

En el artículo titulado ¿Quién teme al ciudadano feroz?, Félix de Azúa tiene a bien situarme en el interior de uno de los círculos del infierno catalanista. Le agradezco que me ubique en un rincón bastante bien ventilado del cuadro dantesco. Y todavía le agradezco más -de corazón, sin rastro de ironía- que elogie mi interés por el buen manejo de la lengua castellana.

Desde mi cómodo apartamento en el Averno, sólo dos puntualizaciones: he escrito en La Vanguardia que el Partido de los Ciudadanos sólo podrá extenderse por toda España con el apoyo de ...

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En el artículo titulado ¿Quién teme al ciudadano feroz?, Félix de Azúa tiene a bien situarme en el interior de uno de los círculos del infierno catalanista. Le agradezco que me ubique en un rincón bastante bien ventilado del cuadro dantesco. Y todavía le agradezco más -de corazón, sin rastro de ironía- que elogie mi interés por el buen manejo de la lengua castellana.

Desde mi cómodo apartamento en el Averno, sólo dos puntualizaciones: he escrito en La Vanguardia que el Partido de los Ciudadanos sólo podrá extenderse por toda España con el apoyo de poderes fuertes. Lo mantengo y no creo que ello reste mérito a la entrada de este nuevo partido en el Parlament de Catalunya. No creo que estemos ante un acontecimiento épico, pero los tres escaños de Ciutadans envían una señal clara. La señal de que el sistema político catalán no canaliza bien las pulsiones sociales realmente existentes y de que se halla abocado, por tanto, a un proceso de reajuste que, en mi opinión, será largo, enrevesado y, sobre todo, confuso. El baile apenas ha comenzado.

Félix de Azúa afirma que soy simpatizante de Convergència, lo cual me halaga por la novedad: nunca me lo habían dicho. Y por otra razón: me ubica fuera del carro de los vencedores y a una prudente distancia del regimentalismo de izquierdas, que creo intuir en el precario horizonte catalán.

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