Tribuna:LOS ELEGIDOS PARA LAS ELECCIONES

Liderazgo y perspectiva

No cabe duda de que la Euskadi que hoy conocemos apenas tiene que ver con la de hace 25 años. Se ha avanzado exponencialmente en casi todos los órdenes: económicos, ambientales, sociales, culturales y políticos. Bien es cierto que entonces todo estaba por hacer o por reconstruir.

En los albores de los años 80 del pasado siglo, al final de cuarenta largos años de dictadura se unió el colapso del modelo de crecimiento económico imperante hasta ese momento. En la práctica, el país estaba hundido y, por un instante, pareció que aquello no iba a tener solución. Contra viento y marea, los ges...

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No cabe duda de que la Euskadi que hoy conocemos apenas tiene que ver con la de hace 25 años. Se ha avanzado exponencialmente en casi todos los órdenes: económicos, ambientales, sociales, culturales y políticos. Bien es cierto que entonces todo estaba por hacer o por reconstruir.

En los albores de los años 80 del pasado siglo, al final de cuarenta largos años de dictadura se unió el colapso del modelo de crecimiento económico imperante hasta ese momento. En la práctica, el país estaba hundido y, por un instante, pareció que aquello no iba a tener solución. Contra viento y marea, los gestores del recuperado autogobierno acometieron el proceso con voluntad titánica y una profesionalidad digna de las democracias con más solera de nuestro entorno.

Sería deseable que los partidos, antes de poner al frente de las listas a los más fieles, calibraran también su valía

La inestabilidad política, la ausencia de experiencia en gestión pública, el atroz golpeo de la violencia y las consecuencias sociales, urbanas y medioambientales del derrumbe del sistema económico no fueron obstáculo suficiente para derrotar a aquellos constructores de país. Gentes que tuvieron la valentía de acometer reformas estructurales en todos esos órdenes. Profesionales de altísimo nivel que comprometieron su propia trayectoria personal en aras del progreso de su país.

Los partidos gobernantes durante aquellos primeros años (fundamentalmente, el PNV-EA y, en su momento, el PSE) colocaron al frente de sus respectivas responsabilidades a los mejores de entre sus formaciones y, muchas veces, a los mejores de fuera de sus filas. Entre todos, de una forma más o menos ordenada, consiguieron apuntalar las estructuras básicas de nuestro desarrollo. Todo ello en el marco de un clima político y social ciertamente hostil.

En los últimos años, hemos invertido nuestra capacidad intelectual y buena parte de la potencia que tenemos como sociedad en la mera superviviencia como democracia y en la construcción de unas mínimas bases políticas de convivencia. El desgaste ha sido mayúsculo y a los lógicos costes derivados del desencanto más profundo y el hartazgo generalizado se ha sumado un proceso de endogamia en los partidos políticos.

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Esta dinámica no afecta sólo a las formaciones que sustentan el poder. Es una situación muy generalizada que afecta a todos por igual, y seguramente a todos los aparatos administrativos. Estar en política en Euskadi supone, hoy día, militar en las esencias, y para algunos, hasta hace muy poco, jugarse la propia vida. En estas condiciones se comprenden muchas cosas. Pero los tiempos están cambiando, afortunadamente, y hay que mover ficha porque hay que liderar esta sociedad.

De esta suerte, a algunos no nos acaba de convencer el actual paisaje político-administrativo que sitúa como primeros espadas a gente con muy buena voluntad y el mayor compromiso político, pero muchas veces sin el empuje y las competencias suficientes para afrontar los grandes retos (que los hay, y muchos) de la próxima década. La verdad es que el tema no resulta sencillo de plantear, porque lo que sí que es cierto es que, simultáneamente, estas mismas personas dibujan múltiples planes, infinidad de propuestas, estrategias sectoriales y proyectos públicos de todo tipo, que hablan de mil cosas y de todo a la vez, y todo con la misma fuerza y empuje institucional en sus inicios.

(Casi) todo ello, además, se presenta por triplicado (o, si se puede, multiplicado por siete) para evitar herir o levantar susceptibilidades territoriales. A la vista de muchas de ellas, realmente no puedo evitar preguntarme si de verdad están planteadas sobre la mesa las grandes cuestiones y los grandes desafíos, y si todas estas iniciativas responden efectivamente a ellos.

El caso es que algunos no vemos muy claro si nuestra sociedad ha definido su decálogo (o, al menos, su terna) de cuestiones fundamentales a partir de las cuales debe priorizar proyectos y activar presupuestos. Así es como, básicamente, lo hicieron aquellos constructores de país a los que me refería al principio.

Para el año que viene están anunciadas elecciones municipales y forales. Sería una gran aportación a la normalización y al progreso de Euskadi que todos los partidos políticos vascos se pensaran dos veces a sus candidatos y que, antes de poner al frente de nuestros pueblos y ciudades (especialmente de las capitales y de las propias diputaciones) a los más fieles, calibraran también su valía. Es decir, si sus cabezas de lista, son, además, personas valoradas por su comunidad, reconocidas en su ámbito profesional y capacitadas para conducir a esta sociedad por la senda del desarrollo humano sostenible.

Los nombres que se comienzan a barajar (de nuevo, los mismos de siempre) no apuntan, precisamente, en esa dirección. ¿Es tarde ya?

Carlos Cuerda es economista y socio de Naider.

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