Debate de política general

De repente, el último debate

Ayer Francisco Camps vino y estropeó varias porras. Llegó tres años más joven, que es como dijo sentirse tras romper sus votos de silencio al superar una moción de censura que había hinchado todas las sábanas de sus fantasmas interiores. El presidente se trajo el saco de Papá Noel y empezó a repartir millones de euros, y a bajar y suprimir impuestos, convirtiendo el debate de política general en el preestreno mundial de su programa electoral. "Todo está en marcha y todo va por buen camino", proclamó. Y para avalarlo empíricamente allí estaban sosteniendo su efigie con la mirada Víctor Campos, ...

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Ayer Francisco Camps vino y estropeó varias porras. Llegó tres años más joven, que es como dijo sentirse tras romper sus votos de silencio al superar una moción de censura que había hinchado todas las sábanas de sus fantasmas interiores. El presidente se trajo el saco de Papá Noel y empezó a repartir millones de euros, y a bajar y suprimir impuestos, convirtiendo el debate de política general en el preestreno mundial de su programa electoral. "Todo está en marcha y todo va por buen camino", proclamó. Y para avalarlo empíricamente allí estaban sosteniendo su efigie con la mirada Víctor Campos, que antes vendía coches y ahora vende motos, y Vicente Rambla, especialmente diseñado para dar el pésame. Camps puso su esqueleto a disposición de sus énfasis silábicos hasta lograr una correspondencia ergonómica con su discurso, pero al hablar en valenciano apichó a tope, como si se tratara de un efecto colateral de la Copa del América. Miró a menudo por el retrovisor para zaherir a la oposición y cabreó el tono para desenvainar el botijo, aunque no lo suficiente como para despertar a Julio de España, que se quedó varias veces sobado con el chicle en el buche. También juntó el índice con el pulgar para solemnizar que ése era su estilo y para advertir de que volvería, como si ésa fuera la última vez que lo íbamos a ver antes de su ascensión a la primera planta del Palau. Su contrincante, Joan Ignasi Pla, bebió a morro del botellín de Agua de Cortes y replicó con tono presidencial. Le restregó que había pasado de la ausencia a la prepotencia y que había despreciado la soberanía del pueblo valenciano. Camps aguantó el chaparrón con su amplio espectro de muecas, incluso el rayo en zigzag de que los falsos profetas acababan predicando en el desierto. Subió al estrado con gráficos irritado, mentó a Narbona y el pertinaz trasvase, sacó de nuevo el retrovisor y evocó la corrupción de los años ochenta y noventa hasta amasar un pedestal defensivo sobre el que promulgó: "Yo, el futuro; usted, siempre el rencor". Pero a pesar de las resonancias marmóreas, Julio de España se volvió a dormir y la vicepresidenta Maira Barrieras tuvo que sacudirle el brazo para recuperarlo, y aprovechó el espasmo para dar un repique de mazazos y despejarse. Pla regresó para espetarle a Camps que era un presidente de pasillo y que confundía transparencia con rencor. Y entonces se lo soltó: "Yo ya funciono como Gobierno y usted como oposición". Camps volvió a la tarima embriagado de sí mismo. Vociferó enojado que los valencianos le iban a votar a él, y como si fuese el final de Apocalipsis Now habló del horror, y del terror de que la Comunidad Valenciana cayese en manos de la izquierda radical. Y en ese esplendor se encendió como una traca e hizo una revelación: "Yo de niño leía Astérix y Obélix". Pero se fue dejando el enigma para la hermenéutica.

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