Análisis:BAM | Mercé 2006

Delicadeza y rimas para una noche redonda

Las rimas del sevillano Tote King y las deliciosas melodías del sueco Peter von Pohel marcaron la primera noche de BAM en dos de sus escenarios más distantes: el Fórum y la recoleta plaza de Joan Coromines. En la explanada del primer recinto, una multitud llenó el espacio sumándose a la fiesta de la palabra rimada, mientras que en el segundo, la íntima y sutil elegancia de Von Pohel, un perfecto desconocido en España, subyugó a un público que llenó el espacio ya con la última actuación de la noche, la de los ingleses The Hidden Cameras. La variedad racial de la Rambla del Raval fue otro de los...

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Las rimas del sevillano Tote King y las deliciosas melodías del sueco Peter von Pohel marcaron la primera noche de BAM en dos de sus escenarios más distantes: el Fórum y la recoleta plaza de Joan Coromines. En la explanada del primer recinto, una multitud llenó el espacio sumándose a la fiesta de la palabra rimada, mientras que en el segundo, la íntima y sutil elegancia de Von Pohel, un perfecto desconocido en España, subyugó a un público que llenó el espacio ya con la última actuación de la noche, la de los ingleses The Hidden Cameras. La variedad racial de la Rambla del Raval fue otro de los puntos destacados en un panorama de eclecticismo musical que siempre ha caracterizado al BAM.

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Porque en la Rambla de Raval convivieron a lo largo de la noche turistas guiris alojados en alguno de los nuevos hoteles de las inmediaciones con esos otros extranjeros a los que en lugar de guiris se les llama inmigrantes cuando no de otras maneras. Junto a ellos, la típica colonia de hippies que parecen haber encontrado una excusa para el sedentarismo en esa rambla que, reproduciendo la variedad de colores y vestimentas del público, escuchó la vital mezcla de ritmos tradicionales y occidentales del marroquí Barry y el estupendo concierto de Desert Rebel, un grupo franco-tuareg cuya sonoridad se acercaba a la del hipnótico blues africano de Ali Farka Toure. Los inevitables perros en tales concentraciones humanas y los aromas de kebab acompañaron a la cantinela de los lateros, por lo general paquistaníes que venden cervezas que se ignora cómo mantienen frescas.

Por el contrario, el ambiente de la plaza de Joan Coromines era blanco, menudeaban las gafas de pasta y las ropas adquiridas en tiendas enrolladas, pongamos que de Gràcia, y las cervezas se compraban en el bar del CCCB. No había perros, cosa que se agradeció especialmente en el concierto de Peter von Pohel, cuya aguda voz podría haber provocado algún ladrido. Este artista sueco deslumbró con un concierto de medida intimidad fundamentado en canciones estupendamente arregladas que defendió con un cuarteto que se bastó para evocar delicadeza. Lástima que la gratuidad promueva en algunos un volumen de conversación y una desatención al escenario francamente irrespetuosos, pero Von Pohel acabó por imponer su singular voz y su quebradiza sensibilidad. Fue un concierto precioso que en algunos momentos evocó al mejor Kevin Ayers. Previamente los locales Mendetz evidenciaron con su música que la globalización generada por Internet y los canales temáticos por cable facilita que el post-punk bailable anglosajón tan de moda tenga émulos en Barcelona.

Y para desplazarse desde el centro hasta el Fórum, nada más recomendable que un agradable paseo en bicicleta por el litoral, comprobando cómo la humedad se hacía bruma y obligaba a titilar las luces mientras las olas perdían su cabeza en unas playas mordidas por las recientes tempestades. Un fascinante espectáculo no incluido en el programa de la Mercè, pero que más de un ciudadano disfrutaba ajeno al trajín que se intuía en el Fórum, donde en lugar de a kebab olía a chistorra. En ese contexto aromático tan racial, el hip-hop impuso su palabra y, con el recinto del auditorio al aire libre repleto (7.000 u 8.000 personas), Tote King descargó las frases de Un tipo cualquiera, su último disco. El público se sabía todas y cada una de las letras, con especial énfasis en canciones como Ni de ellos ni de ellas. Poco después, Saïan Supa Crew, franceses y también recitadores, retuvieron a un público que, acabado el concierto, quiso entrar en la carpa Movistar, demasiado pequeña para ofrecer electrónica gratis sin generar problemas de acceso. Los porteros de este recinto debieron de ser los únicos que no disfrutaron con la primera noche de fiestas.

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