Columna

Caros consejos

Vitoria no es Marbella, lo sabemos, lo sé. Lakua no es Incosol. Aquí hace frío. Euskadi es otra cosa, es diferente; no hay amarrados yates imposibles frente a millas de oro. Ni Bilbao, ni Vitoria, ni Donostia han tenido de asesor de urbanismo a Juan Antonio Roca, el hombre del Miró en el inodoro, el león en la cocina, la jirafa en la sala de estar. Eso que hemos ganado. Eso que hemos dejado de perder. Todo lo cual no impide que el gobierno legítimo de este sufrido pueblo milenario disfrute, alegremente, de un centurión de caros asesores que no son Roca, que ni se le parecerán en lo blanco del ...

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Vitoria no es Marbella, lo sabemos, lo sé. Lakua no es Incosol. Aquí hace frío. Euskadi es otra cosa, es diferente; no hay amarrados yates imposibles frente a millas de oro. Ni Bilbao, ni Vitoria, ni Donostia han tenido de asesor de urbanismo a Juan Antonio Roca, el hombre del Miró en el inodoro, el león en la cocina, la jirafa en la sala de estar. Eso que hemos ganado. Eso que hemos dejado de perder. Todo lo cual no impide que el gobierno legítimo de este sufrido pueblo milenario disfrute, alegremente, de un centurión de caros asesores que no son Roca, que ni se le parecerán en lo blanco del ojo, ni habrán nunca soñado con tener un Miró en la cocina o un león disecado en el váter, dios mío, pero cuyo perfil laboral-profesional (difuso, confuso, borroso) coincide con el suyo de asesor, asesores, personal designado libremente, es decir, con el dedo del cargo político que decide poner su confianza en él, en ellos, y seguir sus consejos, y pagarlos con el dinero público que usted y yo ponemos en la caja de mejor o peor grado.

Gente fuera de toda sospecha. Amigos de sus amigos. Gente buena, supongo. Gente sana y prudente y laboriosa, seguro. Habrá, tiene que haber entre los asesores que son tantos, de todo un poco: inteligentes y tontilocuentes, mudos y lenguaraces, melenudos y calvos, en fin, altos y bajos y, supongo (y espero) mujeres y hombres. Cráneos privilegiados (en tanto que elegidos por el dedo de dios) que dan seguridad al tripartito y afianzan cada una de sus patas (EA, PNV, EB). Ellos despejan dudas, dan respuestas, consejo al consejero, camino al caminante, señales al confuso, brújula al desnortado. Trabajan con señales, signos, cifras. Pero de ellos apenas sabemos. Hay escasas noticias sobre su actividad concreta. Conocemos ahora sus opacos contratos millonarios y su creciente número.

Sabemos que ya suman 115. Ciento quince asesores en nómina después del estirón (o del engrosamiento de efectivos) del último ejercicio. Manejo la excelente información de Isabel C. Martínez (EL PAÍS, 12/09/06). Gracias al tripartito, los vascos (se supone) estamos hoy un 42 % más (¿mejor?) asesorados que el año 2004. En 2005, el Departamento que dirige Javier Madrazo (Vivienda y Asuntos Sociales) prácticamente duplicó su cifra de asesores. Pero la trinidad (PNV, EA, EB) jala parejo a la hora de sumar personal de confianza. En el centro de salud de mi barrio hay menos médicos que el año pasado, pero Gabriel Inclán, consejero del ramo, tiene siete asesores en lugar de los cuatro que tenía (quizás alguno de ellos contribuya a curar mi bronquitis o me dé un buen consejo gratuito, es difícil, lo sé).

Los consejos son caros. Miente el refrán que dice que no tienen precio. Lo tienen, sí. No son baratos. El sueldo medio de los asesores, o de gran parte de ellos, ronda la nada desdeñable cifra de 65.000 euros. Claro que en este mundo hay también diferencias. Asesores que cobran 30.000 euros y asesores que cobran 100.000, de lo cual uno infiere que el asesor podrá ser muchas cosas; sabio, brillante, agudo, pero no desprendido ni desinteresado a la hora de vender sus consejos. El asesor debe tener muy claros los límites del servicio público. La nómina es la nómina. El amor a la patria y el deseo de servicio a la sociedad son dos hermosas prendas. En cambio, 100.000 euros al año son 16 millones de vetustas pesetas al año. Cuestión de magnitudes.

Entre junio y finales de agosto de 2005, una persona contratada como asesor de prensa (no sabemos si antes o después Premio Pulitzer, porque méritos deben sobrarle) cobró 42.930 euros no sabemos por qué, pero sería sin duda por algo importante. Dos meses de trabajo no se puede decir que mal pagados (pagados a niveles de Marbella). A muchos ciudadanos nos gustaría saber qué clase de consejos o de asesoramientos prodigados en un par de meses pueden justipreciarse en esos 42.930 euros que el gobierno de Vitoria, el gobierno de Euskadi, ha decidido que debemos pagarle a un asesor de prensa que, desde hoy, propongo para el Pulitzer, el Príncipe de Asturias y el Nobel (los navarros deberían otorgarle el Príncipe de Viana). Parece, en fin, urgente una regulación y una ley clara que dibuje el perfil, tan dudoso y borroso, de estos proveedores de servicios y caros consejos que ni siquiera oímos ni sabemos si son escuchados.

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