Editorial:

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Blair ha sido el primer ministro laborista más longevo en el cargo del Reino Unido. Tuvo el acierto, antes de las terceras elecciones que ganó, de decir que no se volvería a presentar. Pero ahora no sabe irse, y en esta cerrazón está hundiendo al Partido Laborista con él. Habiendo sido uno de los dirigentes más innovadores de la izquierda, ahora ha perdido popularidad debido a su alineamiento incondicional con Bush en la guerra de Irak. Para rematar este mal aliño, este verano se opuso a un alto el fuego rápido en la devastadora guerra de Líbano. Ayer, varios de sus colaboradores ...

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Blair ha sido el primer ministro laborista más longevo en el cargo del Reino Unido. Tuvo el acierto, antes de las terceras elecciones que ganó, de decir que no se volvería a presentar. Pero ahora no sabe irse, y en esta cerrazón está hundiendo al Partido Laborista con él. Habiendo sido uno de los dirigentes más innovadores de la izquierda, ahora ha perdido popularidad debido a su alineamiento incondicional con Bush en la guerra de Irak. Para rematar este mal aliño, este verano se opuso a un alto el fuego rápido en la devastadora guerra de Líbano. Ayer, varios de sus colaboradores junior, entre ellos un secretario de Estado, presentaron su dimisión. Es todo un síntoma de fin de reinado.

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Como para demostrar que su proyecto social no está agotado, sino que sigue empeñado en renovar la lucha contra la exclusión y la "incivilidad" creciente en la sociedad británica, especialmente entre los jóvenes y en los colegios, Blair ha esbozado un plan que rebosa autoritarismo. Puede tener razón en el diagnóstico sobre algunos problemas de desigualdad social que hay que abordar desde la cuna. Pero el proyecto, aunque rebajado luego en su discurso, pretende, por ejemplo, hacer un seguimiento de adolescentes embarazadas de familias problemáticas para evitar que sus hijos acaben convirtiéndose en una "amenaza para el futuro". No ha vuelto a hablar de quitarles las ayudas sociales si no aceptan los "consejos del Estado", pero el tema queda en el aire.

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En todo caso, tras más de nueve años de gestión, el crecimiento de los llamados "comportamientos antisociales" -incluido el vandalismo y el gamberrismo entre los británicos, especialmente los menores, 200.000 de los cuales pasan ante la justicia cada año- refleja un cierto fracaso de un primer ministro que en 1997 prometía ir "contra el crimen y contra las causas del crimen". La desigualdad social se redujo en sus primeros años, pero luego ha vuelto a aumentar. Ahora propone un sistema de "intervención temprana" que ha causado una preocupación generalizada, por "nacionalizar la familia", según los conservadores, y por autoritarismo, según la izquierda de su partido, que ven cómo lo que antes se consideraban faltas se van convirtiendo en delitos.

Además, aunque no sea su intención, este tipo de medidas corre el riesgo de agravar la división en clases de la sociedad británica, probablemente la más clasista de Europa.

Las encuestas dan ahora ganador de unas eventuales elecciones a los conservadores y a su joven líder David Cameron, que tanto recuerda al Blair de 1996 y 1997. El 24 de septiembre se abre en Manchester la conferencia anual del Partido Laborista. Sería la ocasión para que Blair despejara las dudas y anunciara una fecha, lo más cercana posible, para dejar el cargo a un sucesor, en principio Gordon Brown. De otro modo, la herencia quedará envenenada. Puede, incluso, que sea ya tarde.

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