Tribuna:

Cómo superar las dificultades

En todo el mundo, el verano de 2006 ha sido funesto desde el punto de vista de la geopolítica. Los terroristas de Líbano y Palestina están prácticamente en guerra con las tropas israelíes que invaden sus territorios a modo de represalia en defensa propia. La economía mundial es un asunto diferente. Llegó la hora de asombrarse.

¿Estamos en una fase de aceleración de la inflación, debido principalmente a la interrupción de los suministros petrolíferos de Venezuela, Nigeria, Alaska y Oriente Próximo? ¿O nos deslizamos lentamente hacia una especie de recesión en Estados Unidos, la UE y el e...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En todo el mundo, el verano de 2006 ha sido funesto desde el punto de vista de la geopolítica. Los terroristas de Líbano y Palestina están prácticamente en guerra con las tropas israelíes que invaden sus territorios a modo de represalia en defensa propia. La economía mundial es un asunto diferente. Llegó la hora de asombrarse.

¿Estamos en una fase de aceleración de la inflación, debido principalmente a la interrupción de los suministros petrolíferos de Venezuela, Nigeria, Alaska y Oriente Próximo? ¿O nos deslizamos lentamente hacia una especie de recesión en Estados Unidos, la UE y el este de Asia? El jurado de expertos está dividido acerca de las respuestas a estas preguntas. Los datos económicos que se reciben oscilan impredeciblemente entre el pesimismo y el optimismo.

Los mercados se equivocan si esperan que se abarate el crédito cada vez que haga falta para evitar el estallio de una burbuja alcista

Los seis primeros meses de Ben Bernanke como presidente de la Reserva Federal estadounidense no han sido precisamente una luna de miel. Públicamente ha asumido una política de "ataque a la inflación", algo que su pragmático predecesor, Alan Greenspan, nunca adoptó de manera inflexible. Esto, en opinión de Bernanke, dejaría claro al mercado bursátil y al comercial qué tienen en mente las autoridades federales. Esperaba que esto aumentara en cierto modo la credibilidad de nuestro banco central.

¿Es entonces extraño que en un momento de repunte de la inflación mundial, tanto en la energía como en productos no energéticos básicos, la Reserva Federal interrumpiera en agosto sus 17 aumentos seguidos de los tipos de interés oficiales? Esta medida parece haber confundido a los analistas (de hecho, todos nos habríamos sentido igualmente confusos si, por el contrario, la Reserva Federal hubiera aumentado sus tipos de interés el habitual 0,25%).

La mitad de los expertos de Wall Street se preguntan si Bernanke se mostrará más blando con la inflación. La otra mitad teme que quizá los geniales especialistas de la Reserva Federal sean los primeros en olerse las malas noticias en el consumo. No es de extrañar que los títulos bursátiles bajen los lunes, miércoles y viernes y vuelvan a subir los martes y los jueves.

La economía estadounidense no es la única que se comporta de modo un tanto errático. La esperada recuperación japonesa se ha resentido. Y la mejoría alemana también ha flaqueado.

No seré yo quien arroje la primera piedra contra el economista Bernanke. En estos momentos, la cautela racional justifica el esperemos a ver. Si ello debilita los dogmas de lucha contra la inflación, que así sea. Cuando se produce una estanflación provocada por sacudidas en la oferta -como las experimentadas en la década de 1970-, a lo mejor tiene sentido el hacer temporalmente alguna concesión. ¿Por qué? Porque devolver los precios a los niveles en los que se encontraban cuando el petróleo se vendía a 30 dólares el barril, en comparación con los 75 dólares actuales, podría exigir tasas de desempleo considerables y posiblemente excesivas.

¿Supone esto una necesidad crónica de mantener los tipos de crédito imprudentemente bajos siempre que los PIB se debilitan? No, según mi manual. Si se pudiera prever un aumento de los precios del petróleo del 15% para la futura década debido al aumento de la demanda potenciado por la laxitud generalizada de un banco central, dicha laxitud sería un delito. Por otra parte, en octubre de 1987, cuando el pánico de Wall Street deprimió el precio de las acciones, el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, no estaba manteniendo una laxitud mansa cuando avanzó contra corriente y amplió el crédito. Una política semejante en las décadas de 1929-1930 podría haber impedido que se produjeran las peores deflaciones de la Gran Depresión.

Los mercados bursátiles se equivocan si esperan que los bancos centrales actuales abaraten el crédito cada vez que haga falta una tasa de interés más baja para evitar el estallido de una burbuja alcista.

Ahora vivimos en un nuevo siglo. Los meros lemas -como aferrarse al patrón oro o congelar la tasa de crecimiento de la oferta de dinero- no pueden sustituir a una política flexible que atenúe los altibajos, tanto del índice de precios como del índice de producción real. En un mundo incierto, los humanos no pueden esperar evitar todos los errores. Lo que sí pueden esperar es no mantenerse tercamente en el error.

(c) 2006 Paul Samuelson. Distribuido por Tribune Media Services.

Archivado En