Entrevista:LOS NUEVOS CATALANES | Baba Issah (Ghana)

"Mis hijos vivirán mejor que yo"

Baba Issah, de 30 años, se marchó a los 22 de Ghana, donde vivía con su mujer y sus dos hijas de dos y cuatro años, con la ilusión de superar las posibilidades que le brindaba su país. "Mis amigos que se habían instalado en España me contaron que si conseguía un trabajo, aquí se vivía mejor", explica. La realidad resultó ser mucho más dura.

En 1999 llegó a Almería, donde durante un año y medio se dedicó a trabajos del campo. Recogió tomates, calabacines, pimientos o melones, según la época. El trabajo en el interior del invernadero, con temperaturas muy elevadas, era especialmente penos...

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Baba Issah, de 30 años, se marchó a los 22 de Ghana, donde vivía con su mujer y sus dos hijas de dos y cuatro años, con la ilusión de superar las posibilidades que le brindaba su país. "Mis amigos que se habían instalado en España me contaron que si conseguía un trabajo, aquí se vivía mejor", explica. La realidad resultó ser mucho más dura.

En 1999 llegó a Almería, donde durante un año y medio se dedicó a trabajos del campo. Recogió tomates, calabacines, pimientos o melones, según la época. El trabajo en el interior del invernadero, con temperaturas muy elevadas, era especialmente penoso. Su jornada empezaba a las 8.30 horas y se interrumpía una hora al mediodía para continuar hasta las 20.00 horas. Y todo ello por 3.000 pesetas al día.

El año y medio de sacrificio le valió para ganarse la confianza del capataz, que finalmente accedió a tramitarle los papeles. "Si al final se portó bien fue porque trabajé muchísimo", afirma Issah. También le valió aprender el español, que le sirvió para poder comunicarse con sus jefes. El idioma, como señala Baba, es una dificultad añadida para sus compatriotas, que desean ser bien aceptados y abrirse camino en España. Es un nuevo obstáculo que se añade a los que ya impone la gran diferencia entre culturas.

Ya con el permiso de residencia en regla, se desplazó a Jaén y luego a Barcelona en busca de un trabajo menos pesado. "Los inmigrantes hacemos de todo", dice con resignación. Empleado en una fábrica que produce tubos de caucho, cobra 1.200 euros por las ocho horas reglamentarias. Algo suficiente para vivir si no fuera porque, como cualquier otro joven, Baba Issah se ha comprado un piso por el que paga una hipoteca de 900 euros al mes. La vivienda es indispensable para llevar a cabo el proceso de reagrupación familiar. Por el momento, los esfuerzos se centran en que venga su mujer. "Una vez consiga trabajo podremos traer a las niñas", comenta.

Issah afirma que su vida no ha resultado nada fácil. Con papeles tampoco, porque no tiene dinero para salir y entretenerse. Algunas veces acude a las casas de algunos compatriotas suyos a pasar el rato. "También sufren", comenta. Los fines de semana juega a fútbol. El equipo está formado por inmigrantes de variadas nacionalidades, sobre todo suramericanos y africanos. En cambio, Issah apenas se relaciona con catalanes debido a una "desconfianza mutua".

Para evitar nuevas experiencias desagradables que ya ha vivido, Issah ha optado por mantenerse al margen de la sociedad autóctona, igual que muchos de sus amigos. "Más de una vez hemos estado a punto de pelearnos por culpa de comentarios y provocaciones", dice con tristeza. Aun así, se muestra seguro de que sus hijos, en un futuro, lo tendrán más fácil que él. "Creo que se encontrarán con una mejor convivencia, vivirán mejor que yo".

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