Editorial:

Israel, en crisis

La guerra contra Hezbolá ha puesto al Gobierno israelí en la cuerda floja. Las acusaciones de Amnistía Internacional de que Israel ha cometido crímenes de guerra al destruir deliberadamente infraestructuras civiles en Líbano no deben caer en saco roto. Sin embargo, no es previsible que tengan un impacto significativo en la sociedad israelí, que hizo piña en torno a la necesidad de desarmar a la guerrilla chií. Pero esa unidad nacional se ha resquebrajado y crecen las voces que piden la dimisión del primer ministro Olmert, que se ha visto obligado a abrir una investigación sobre los fallos come...

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La guerra contra Hezbolá ha puesto al Gobierno israelí en la cuerda floja. Las acusaciones de Amnistía Internacional de que Israel ha cometido crímenes de guerra al destruir deliberadamente infraestructuras civiles en Líbano no deben caer en saco roto. Sin embargo, no es previsible que tengan un impacto significativo en la sociedad israelí, que hizo piña en torno a la necesidad de desarmar a la guerrilla chií. Pero esa unidad nacional se ha resquebrajado y crecen las voces que piden la dimisión del primer ministro Olmert, que se ha visto obligado a abrir una investigación sobre los fallos cometidos por el Ejército. Las últimas quejas han llegado de los reservistas, muchos de los cuales aseguran haber sido enviados al frente sin la preparación suficiente.

El Gobierno de Olmert renqueaba cuando inicio la guerra y sale de ella aún más debilitado. Por vez primera, ni el primer ministro, ni los titulares de Exteriores y Defensa tenían pedigrí militar, lo que ha dejado demasiada iniciativa en manos de los militares. El partido de Olmert, Kadima, fundado por Sharon como una escisión del Likud, tenía una única razón de ser: sacar adelante el plan de retirada de Cisjordania. Olmert acaba de suspender dicho plan. Es cierto que era una retirada muy amenazada tras la victoria de Hamás en las elecciones palestinas y los ataques con cohetes Qassam desde Gaza. No era un proyecto viable, pero era el único que había sobre la mesa. Ahora ya no hay nada, y la paz parece más lejos cada día. El único resultado positivo de todo esto, aunque incierto, es la posibilidad de un Gobierno de unidad nacional palestino entre Hamás y Al Fatah, que pase por el reconocimiento de Israel y permita una interlocución con los palestinos.

Para colmo, la crisis política israelí se ve agravada por los escándalos de supuestos acosos sexuales del presidente Moshé Katsav y del ministro de Justicia, Haïm Ramon, obligado a dimitir. La debilidad del Gobierno de Israel no es una buena noticia. Pese a urgir a los europeos a mandar rápidamente una fuerza al sur de Líbano, Olmert podría verse tentado a lanzar una segunda gran ofensiva contra Hezbolá. Su debilidad le impide poner sobre la mesa una nueva hoja de ruta en el conflicto con los palestinos. Quizá renazca ahora entre los israelíes un movimiento por la paz. El conflicto israelo-palestino sigue siendo central y lo contamina todo en la zona. Pero desatascarlo, se hace necesario un impulso exterior. Bush, de momento, no está por la labor.

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