Editorial:

Irán y Siria se crecen

Mientras Siria e Irán, sus dos patrones, proclaman la victoria de Hezbolá en Líbano, en Israel el desenlace provisional del conflicto comienza a pasar factura. Sendas encuestas revelan una caída en picado del primer ministro Ehud Olmert y del titular de Defensa por su actuación en la guerra. El creciente apoyo en el mundo islámico a las actitudes siria e iraní coincide con la imparable popularidad de Hezbolá. En Líbano, el jeque Nasralá es visto como el salvador, frente al inane Gobierno de Beirut, aunque hayan sido las milicias integristas chiíes el detonante de la devastación.

La guer...

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Mientras Siria e Irán, sus dos patrones, proclaman la victoria de Hezbolá en Líbano, en Israel el desenlace provisional del conflicto comienza a pasar factura. Sendas encuestas revelan una caída en picado del primer ministro Ehud Olmert y del titular de Defensa por su actuación en la guerra. El creciente apoyo en el mundo islámico a las actitudes siria e iraní coincide con la imparable popularidad de Hezbolá. En Líbano, el jeque Nasralá es visto como el salvador, frente al inane Gobierno de Beirut, aunque hayan sido las milicias integristas chiíes el detonante de la devastación.

La guerra de Líbano puede rediseñar el mapa político e ideológico de Oriente Próximo, pero al revés de lo que Bush pretende y mucho más acorde con los intereses iraníes. La esperanza de Washington era que la derrota de Hezbolá segaría la influencia de Teherán y Damasco en la región, sobre todo después de haberse desembarazado Líbano del histórico yugo sirio. Todo sugiere lo contrario. El régimen sirio, investigado todavía por el asesinato del ex primer ministro libanés Hariri, parece más predispuesto que nunca a erigirse en paladín de la causa árabe. Otras dictaduras vecinas, proestadounidenses, callan. En Teherán, el excéntrico presidente Ahmadineyad se considera ya vencedor en su decisiva pugna con el Consejo de Seguridad a propósito de las ambiciones nucleares iraníes, y desacredita de antemano la próxima decisión del máximo órgano de la ONU. El epílogo de esta guerra puede ser un Irán más cercano al arma atómica.

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El protagonismo adquirido por Siria e Irán es en buena medida consecuencia de la ceguera exterior impulsada decisivamente por la visión unidimensional de Bush. La Casa Blanca, implicada sin éxito en demasiados frentes (Irak, Irán, Líbano, Palestina), ha hecho anatema del diálogo directo con ambos regímenes, pese a saber que Damasco es crucial en cualquier solución duradera para Líbano y Oriente Próximo; y que la teocracia chií iraní resulta decisiva en los acontecimientos iraquíes, entre otros. Por poco fiable que sea, Bachar el Asad, que en el pasado reciente ha prestado ayuda antiterrorista a EE UU, es más maleable que los ayatolás. Su creciente entendimiento con Teherán es un matrimonio de conveniencia: comparten intereses, no valores.

La diplomacia del aislamiento, que no ha servido a Bush para atajar el engaño nuclear de Corea del Norte o Irán, tampoco paga dividendos en el caso sirio. Damasco, como se ha puesto de manifiesto, puede ser un enemigo formidable. Los cohetes enviados desde Siria han sido la pesadilla de Israel. Es más que improbable que un Bush enrocado sea capaz de flexibilizar su política en Oriente Próximo. Pero se acumula la evidencia de que el unívoco enfoque actual conduce al desastre.

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