Crítica:

Un delirio a dos voces

Había relatos, aforismos, frases que apelaban al enigma, sentencias que convertían en turismo todo viaje que no aspirara a ninguna parte, en Picatostes y otros testos (Lengua de Trapo), primer libro que publicó el escritor bilbaíno recientemente fallecido Borja Delclaux (1958-2006). Casi simultáneamente a su muerte, aparecía su primera novela El hijo de Gutenberg. Aquel libro era una especie de homenaje a ese género sin nombre que utiliza la dispersión como forma de organización narrativa. Sabemos que Delclaux invocaba los nombres de Robert Walser, Monterroso, Vila-Matas, entre o...

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Había relatos, aforismos, frases que apelaban al enigma, sentencias que convertían en turismo todo viaje que no aspirara a ninguna parte, en Picatostes y otros testos (Lengua de Trapo), primer libro que publicó el escritor bilbaíno recientemente fallecido Borja Delclaux (1958-2006). Casi simultáneamente a su muerte, aparecía su primera novela El hijo de Gutenberg. Aquel libro era una especie de homenaje a ese género sin nombre que utiliza la dispersión como forma de organización narrativa. Sabemos que Delclaux invocaba los nombres de Robert Walser, Monterroso, Vila-Matas, entre otros, para garantizar la seriedad y la coherencia de su propuesta estética. No fuera, después de la lectura de su primer libro, que alguien creyera que el autor improvisaba. Era evidente que Delclaux seguía una tradición, que la conocía y que la respetaba profundamente. Con El hijo de Gutenberg, el autor defiende la vigencia de una manera de hacer novela, de la misma manera que Ramón Gómez de la Serna defendía en su día una equivalente filosofía cuando publicó El novelista, en 1925.

EL HIJO DE GUTENBERG

Borja Delclaux

Lengua de Trapo

Madrid, 2006

221 páginas. 17,50 euros

El hijo de Gutenberg es

una novela. Y es también un homenaje al movimiento Dadá. Como novela, Delclaux le asegura su unidad de acción a través de dos personajes muy singulares: como personajes novelísticos y como entes humanos reales. Antón Vargas es administrador de fincas. Y Bruno es contable en una empresa. Sus relaciones profesionales apenas les sirven para conocerse un poco más. Y, sin embargo, un día uno de los dos descubre en el otro un rasgo distinto. Los hermana una especie de naturaleza poética, un desafío a la manera convencional de convivir con la realidad. Uno de ellos descubre un día que sus zapatillas generan vida. Y otro día se descubren mutuamente vistiendo calcetines desparejados. De pronto, son miembros de una comunidad distinta. Líricamente incómodos con el desprecio a la sorpresa y a los destellos de milagros cotidianos. Es una auténtica pena que Borja Delclaux nos haya dejado. El hijo de Gutenberg es el tipo de novela que los críticos agradecen porque reverdecen instancias literarias que parecían olvidadas. Aparecen de vez en cuando. Ahora no podré saber si acierto al afirmar que Vargas y Bruno parecen inspirados en "Bouvard y Pecuchet" la última e inacabada novela de Flaubert (una de las novelas de cabecera de Benjamin, ideólogo absoluto del fragmento y la dispersión reflexiva). Delclaux se despidió del mundo con una novela llena de momentos hermosos. Dos seres corrientes, Vargas y Bruno, que de pronto devienen dueños absolutos de un espíritu diferente y la sublime sin razón.

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