LA CRÓNICA

Un país desconcertante

Hay ocasiones en las que la lectura de la prensa resulta desconcertante. Es lo que sucedía el miércoles pasado. Ojeábamos los titulares de las primeras páginas de los diarios y no sabíamos si acababa de celebrarse un encuentro deportivo o el debate sobre el Estado de la Nación. Los periódicos -alguna excepción había- rivalizaban en proclamar cuál de los candidatos había ganado. Para encontrar las ideas, la sustancia de lo que se había discutido en el Parlamento, debíamos adentrarnos en las páginas interiores, dedicadas a la información nacional.

La imagen de un político imponiéndose a o...

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Hay ocasiones en las que la lectura de la prensa resulta desconcertante. Es lo que sucedía el miércoles pasado. Ojeábamos los titulares de las primeras páginas de los diarios y no sabíamos si acababa de celebrarse un encuentro deportivo o el debate sobre el Estado de la Nación. Los periódicos -alguna excepción había- rivalizaban en proclamar cuál de los candidatos había ganado. Para encontrar las ideas, la sustancia de lo que se había discutido en el Parlamento, debíamos adentrarnos en las páginas interiores, dedicadas a la información nacional.

La imagen de un político imponiéndose a otro tiene un indudable atractivo, pero quizá debamos preguntarnos si no existe otra manera de ver las cosas. El mundo es complicado y los periodistas tendemos a simplificarlo cada día más. Cuando alguien nos reprocha que actuemos de ese modo, solemos responderle que lo hacemos en beneficio del lector. No estoy seguro de que obremos tanto en el beneficio del lector como en el nuestro propio. De cualquier modo, esa tendencia a lo simple es un peligro que no deberíamos ignorar. En su extremo, suelen refugiarse los políticos que culpan a los emigrantes del aumento de la delincuencia.

Escucho una emisora de radio donde entrevistan al ministro de Justicia. López Aguilar se esfuerza en explicar de un modo claro, pausado, pedagógico, los trabajos que se realizan para reformar el Código Penal y adecuarlo a las nuevas situaciones delictivas. No es una tarea sencilla, pues deben tenerse en cuenta muy diversas cuestiones, como es fácil imaginar. Al finalizar la explicación, que a mí me ha parecido clara, pormenorizada, el locutor, apremiante, le interroga, "pero, dígame, señor ministro, ¿el nuevo Código va a ser más blandito o más duro que el actual?". Como se trataba de la radio, no pude ver la cara de López Aguilar. Imagino que su prudencia le impediría responder al periodista como se merecía.

Cambiamos de escenario. Ahora, estamos en la Comunidad Valenciana, donde su presidente, Francisco Camps, acaba de realizar unos cambios en el gobierno. La prensa, como sucede en estas ocasiones, pide a los líderes políticos su opinión sobre la reforma. El jefe de la oposición, Joan Ignasi Pla, ve los cambios como el "reflejo de la situación de descontrol" en la que vive el Partido Popular; al presidente Camps, añade, "le falta criterio y capacidad". Como Pla no explica la relación que existe entre el descontrol del Partido Popular, la falta de criterio de Camps y los cambios que se han producido, los lectores no sabemos qué pensar. Desde luego, no pretendíamos que Pla hiciera un análisis político, pero de quien pretende gobernar a los valencianos, esperábamos algo más que unas frases hechas.

Tiene uno la sensación de vivir en un país nervioso y enfebrecido, con tendencia a sobreactuar. Solemos olvidar que cada acto individual tiene su influencia, sus consecuencias. Si creemos que todo se reduce a ganar o perder, si demandamos soluciones inmediatas para cualquier problema que se presente, si no nos esforzamos en responder con razones cuando nos preguntan, estamos dibujando una sociedad muy lábil. Quizá debiéramos tenerlo presente cuando nos alarmamos por la conducta que muestran los jóvenes. Ellos no hacen otra cosa que imitar nuestro comportamiento. No sé por qué ha de parecernos más grave la reunión de unos adolescentes para beber cerveza que la bronca de unos diputados mostrándose magnetófonos y carteras.

Comprarle una cadena más larga al perro para que el animal corra y deje de ladrar -como sugiere John Berger-, tal vez no sea un acto heroico, pero sus consecuencias pueden ser más efectivas.

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