Tribuna:

El último viaje del 'Guernica'

Guste o no guste la obra de Picasso, todo el mundo coincide en que el Guernica -que pintó por encargo del Gobierno de la República para el Pabellón de la Exposición Internacional de París de 1937- es mucho más que un cuadro relevante de la historia del arte, es un auténtico "icono del siglo XX", como recientemente lo ha llamado el historiador del arte angloholandés Gijs van Hensbergen. Efectivamente, en cualquier repaso que hagamos a los manuales de historia en general y de historia del arte en particular veremos cómo no se puede prescindir de esta colosal tela, que ha adquirido valor u...

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Guste o no guste la obra de Picasso, todo el mundo coincide en que el Guernica -que pintó por encargo del Gobierno de la República para el Pabellón de la Exposición Internacional de París de 1937- es mucho más que un cuadro relevante de la historia del arte, es un auténtico "icono del siglo XX", como recientemente lo ha llamado el historiador del arte angloholandés Gijs van Hensbergen. Efectivamente, en cualquier repaso que hagamos a los manuales de historia en general y de historia del arte en particular veremos cómo no se puede prescindir de esta colosal tela, que ha adquirido valor universal por lo que es y representa. De hecho, y aunque algunos malévolamente la consideran un simple cartel o una proclama antibelicista encargada por el Servicio de Propaganda del Gobierno republicano, se trata de una obra clave en la trayectoria de Picasso, que explica uno de los momentos culminantes de su lenguaje plástico en la composición y descomposición de la figura humana o animal y del paisaje, y es por este motivo por el que los grandes museos del mundo se disputaron su presencia hasta que en 1981 fue trasladado definitivamente a España.

Pero por su propia idiosincrasia no podemos limitar el Guernica a su valor artístico ni a su valor económico, hoy incuantificable si atendemos a las desorbitadas cotizaciones que estos días las subastas de Nueva York atribuyen a la obra del pintor malagueño, porque a nadie se le escapa que el Guernica es uno de los cuadros más simbólicos de la historia, un cuadro que lleva una carga emotiva de repercusión internacional, porque nos recuerda uno de los momentos más luctuosos y criminales de nuestra Guerra Civil: cuando el 26 de abril de 1937 el bando nacional propició el bombardeo integral de la ciudad de Gernika por parte de la aviación nazi, que con 20 aviones tipo Junker, 30 toneladas de bombas rompedoras e incendiarias y ametrallamientos en vuelos rasantes dejó un balance de entre 1.500 y 3.000 personas muertas y el 70% de los edificios de la ciudad ardiendo. Una acción indiscutiblemente inducida por el Generalísimo, que decidió atacar el corazón del País Vasco para amedrentar a los ciudadanos de Euskadi y como preaviso de un asalto a Bilbao, y que el mismo Goering reconoció en el proceso de Núremberg que fue un "ensayo macabro" de una nueva modalidad de guerra que se aplicaría durante la Segunda Guerra Mundial, aunque los nacionales lo describieron como un acto desaforado de la retirada del ejército republicano.

El valor y la incidencia del arte radican precisamente en su capacidad de generar símbolos, de producir arquetipos, de crear imágenes que puedan quedar grabadas en las conciencias individuales y en el inconsciente colectivo. De ahí que los grandes países quieran atesorar en sus museos nacionales los trofeos propios y ajenos que les puedan reportar una auténtica proyección internacional, como esta obra que refleja perfectamente la destrucción y la muerte, el horror y el drama, y que por ello se convirtió durante la guerra en un estandarte contra el fascismo, y en la posguerra, en la imagen más reproducida y exhibida por parte de los demócratas que defendían la libertad y la cultura, pero no se pueden aducir problemas derivados de su materialidad física (es una tela de 3,493 x 7,766 metros que pesa 300 kilos), para evitar nuevos viajes, aún más cuando se trata de un cuadro que fue traído y llevado de Europa a América decenas de veces antes de que su propietario no reclamara su restitución.

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Es evidente que el Guernica debe "descansar", que es un lienzo "fatigado", que ha vivido múltiples viajes como arma de propaganda contra el fascismo y que por ello precisó reparaciones y restauraciones, algunas hechas con técnicas hoy totalmente obsoletas y perjudiciales como la que llevó a cabo el MOMA de Nueva York en 1957, que para corregir fisuras, cuarteamientos, desgarros, bordes rotos, grietas, etcétera, le aplicó una capa de cera que lo rigidizó impidiendo a partir de aquel momento poderlo enrollar como se hace con las telas grandes para facilitar su transporte. Éste fue uno de los temas debatidos en el simposio Gernika, los problemas éticos y técnicos de la manipulación de obras de arte, celebrado en 1985 en el Museo Nacional Reina Sofía, de Madrid, en el que participaron una treintena de expertos, la mayoría de los cuales se mostraron contrarios a volver a mover esta obra. Es cierto que cada vez aumenta más el número de profesionales que recomendamos la no manipulación ni los viajes para las obras de arte frágiles o que no han tenido tiempo de descansar para recuperar su estabilidad, pero también debe tenerse en cuenta que "con las nuevas técnicas cualquier obra es transportable", como dijo en aquel momento Stephen Michalski, entonces científico jefe del Instituto de Conservación de Ottawa, y máxima voz disidente en las conclusiones de aquel encuentro.

Recientemente, y como en anteriores ocasiones (especialmente para la inauguración del Guggenheim), el Gobierno vasco ha solicitado sin éxito la presentación de esta obra en su propio territorio, el que sufrió las ignominiosas consecuencias del primer bombardeo masivo de la historia. Los argumentos de estas negativas siempre se han basado en razones técnicas, indiscutiblemente reales, pero que a estas alturas no suponen un impedimento insalvable. De hecho, en 1992 muchos presenciamos el traslado modélico que se hizo del Guernica desde el Casón del Buen Retiro, donde fue ubicado en 1981, hasta el MNCARS. Grandes protecciones para este lienzo de 27 metros cuadrados de superficie, una caja especial y un transporte adecuado permitieron un desplazamiento que no causó ningún trastorno a esta insigne obra de arte. Por ello, en mi opinión no cabe utilizar exclusivamente causas técnicas, cuando se ha demostrado que no son irrefutables, para silenciar un debate donde lo artístico, lo histórico y lo político se interfieren. Que para mover el Guernica hoy se necesita una UVI del arte es del todo incuestionable, pero existen suficientes medios que garantizan este viaje.

Hoy, cuando vivimos un momento histórico que anuncia la paz y aspira a la reconciliación de todos aquellos que formamos el Estado español; hoy, cuando desde el País Vasco nos llegan alentadores mensajes de entendimiento y convivencia, creo que ha llegado el momento de reflexionar en profundidad sobre la posibilidad técnica y sobre todo política de que el Guernica vaya a Euskadi, eso sí, con todas las garantías técnicas y de seguridad que una obra de estas características requiere. Javier Tusell, el hombre que gestionó la recuperación del Guernica, ya dijo en 1997, en relación con su presentación en el País Vasco, que "estamos pidiendo algo por completo excepcional, pero que está justificado". Si el Guernica es patrimonio del Estado -Picasso dijo que pertenecía al pueblo español-, es patrimonio de todas las comunidades que lo configuran y, por lo tanto, todas tienen derecho a disfrutarlo. Anteriormente, el Gobierno había afirmado que si algún día el Guernica debía volver o visitar Euskadi, tenía que ser "en el momento en que técnicamente se puedan garantizar las debidas condiciones de conservación y traslado", unas circunstancias que hoy en día son más factibles, puesto que por una parte, la museología se ha hecho más científica y aporta recursos impensables antes y, por otra, somos muchos los que creemos seriamente que el proceso de paz definitivo se ha iniciado. Autorizar el viaje, ni que sea de ida y vuelta, del Guernica al País Vasco sería un signo de la "generosidad" que reclamaba hace pocos días el ministro Pérez Rubalcaba y su presentación en Euskadi, lejos de ser un tributo a la cultura del espectáculo, sería un símbolo fehaciente de la cultura de la paz y el entendimiento.

En 1997, Alemania, responsable indirecta del bombardeo de 1937, reconoció de forma institucional su culpabilidad y, a través del presidente Roman Herzog, pidió perdón a las víctimas de Gernika. ¿No sería ahora un buen momento para que el Gobierno español hiciera lo mismo y sellara este gesto con la presentación en Euskadi del Guernica, la obra que el arquitecto Sert, coautor del pabellón de la República, definió "como un grito de protesta contra la barbarie de toda guerra"?

Daniel Giralt-Miracle es ex director del Macba y ex patrono del MNCARS.

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