Columna

Pánico aviar

El aleteo de una mariposa en Pekín puede aguarle su fin de semana, un mes después, a un agente de bolsa neoyorquino. No conviene fiarse ciegamente de los hombres y mujeres del tiempo porque las predicciones fallan (también las de los ingenieros financieros y analistas bursátiles). Eso es lo que dedujo el meteorólogo Edward Lorenz hace cuarenta años, cuando enunció las bases de su célebre "efecto mariposa". Los sistemas complejos (digamos que la vida) a menudo presentan desarrollos caóticos.

Mucho antes de que Lorenz investigara el comportamiento de la atmósfera y de que la teoría del ca...

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El aleteo de una mariposa en Pekín puede aguarle su fin de semana, un mes después, a un agente de bolsa neoyorquino. No conviene fiarse ciegamente de los hombres y mujeres del tiempo porque las predicciones fallan (también las de los ingenieros financieros y analistas bursátiles). Eso es lo que dedujo el meteorólogo Edward Lorenz hace cuarenta años, cuando enunció las bases de su célebre "efecto mariposa". Los sistemas complejos (digamos que la vida) a menudo presentan desarrollos caóticos.

Mucho antes de que Lorenz investigara el comportamiento de la atmósfera y de que la teoría del caos se convirtiera en un hecho probado, los filósofos clásicos ya habían caído en la cuenta de que errar es humano. Acumulamos meteduras de pata y tropezamos en la misma piedra con tesón admirable. Somos virtuosos de la equivocación. Luego el sistema se encarga de amplificar nuestros errores y de hacer que a un paisano de Nueva Zelanda le atropelle un camión de la leche por culpa de un vecino de Logroño que un mes antes tiró de la cisterna de su baño con demasiado ímpetu. Así es. No es extraño que el tiempo esté loco. Lo nuestro, al parecer, es la equivocación. Errar el tiro. También se equivocaba la paloma de Rafael Alberti, convertida de pronto en sospechosa de propalar la peste de la gripe aviar.

El aleteo de un ave moribunda puede cambiar el mapa de tu infancia (la mía, en este caso) en un instante. El estanque del parque de los patos (el parque de Bilbao, en este caso) se ha quedado sin patos. Hace un par de semanas aparecieron dos ánades muertos. Así empezaba el thriller. Pero el thriller había comenzado mucho antes, con alguna metedura de pata, con algún pato asiático incubando el virus H5N1. "Una vez que estos virus se extienden por el mundo, no hay modo de pararlos", asegura Alan Hay, director del Centro Mundial de la gripe. De momento, en Bilbao, como en otras ciudades, se ha decido secuestrar a los patos hasta nueva orden. "Hemos pensado que esta medida tranquilizará a la población", explicaron fuentes municipales antes de convertir el estanque del parque de los patos (así llamado por generaciones) en un lago de cemento. Lo cierto es que no pocos ciudadanos, más que tranquilizarse, han sentido un remusgo de temor ante el secuestro de la población avícola del parque. Es mejor prevenir que curar, seguramente. ¿Pero era necesario dar de baja a los cisnes del parque? De ahora en adelante, quien quiera cisnes no tendrá más remedio que leer a los pelmas poetas lacustres o a los viejos novísimos. En el parque de Bilbao ya no hay patos, sino un gran monumento dedicado a las víctimas del franquismo que inauguró Madrazo antes de que la gripe aviar vaciara el estanque.

Sin barquillos, triciclos ni patos, el parque de Bilbao es otra cosa, otro sistema de equivocaciones. ¿Qué aleteo de qué mariposa cambió hace un par de años, o quizá un par de siglos, el parque de los patos de Bilbao? Me gustaría saberlo, aunque tan sólo fuese por curiosidad. Me preocupan los patos. ¿De verdad creen que es tranquilizador un estanque sin patos? No lo veo muy claro. Aunque los patos y los pájaros sean enjaulados, las noticias vuelan. La información (con su virus de medias verdades e inexactitudes) nos acaba infectando como la peor pandemia. Antes de que la gripe aviar nos pueda echar la garra, ya estamos todos medio muertos de miedo. Tal vez porque la vida es cómoda en este rincón del planeta y porque es mucho lo que puede quitarnos la muerte, el vuelo de las aves nos preocupa tanto como en la antigua Roma. Como hace dos mil años, escrutamos las entrañas del ave por si portan algún mal augurio.

Es el pánico aviar. La crítica feminista norteamericana Camille Paglia acaba de publicar un ensayo sobre Los pájaros de Alfred Hitchcock. Los pájaros del filme le dan pie (o más bien alas) para adentrarse en interpretaciones de carácter sexual y psicológico. Las aves nos inquietan. Los verdaderos amos de este mundo global (tan caóticamente globalizado, según consideraba Mijaíl Gorbachov en una reciente entrevista realizada con motivo de su 75 cumpleaños) son los pájaros. "Todo en el aire es pájaro", dijo Jorge Guillén, gran optimista. "Pájaros de metal surcan el cielo en vuelo horizontal", escribió Blas de Otero, que pedía la paz y la palabra cuando en el parque de Bilbao aún nadaban los patos.

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