Columna

25 años después de aquel golpe

Hoy hace 25 años de aquella tarde-noche en la que un puñado de guardias civiles al mando de un teniente coronel simplón y aparentemente neurótico sumieron en la perplejidad o el canguelo a los demócratas. Se escenificó con fuego real, eso sí, un golpe de estado del que hoy lo sabemos casi todo, después de tantos libros de memorias e investigaciones periodísticas en torno a las altísimas complicidades y operaciones varias para reconducir -como los golpistas gustaban describir su servicio a la patria- el gobierno del país, legítimamente elegido en las urnas, todo sea dicho. Han transcurrido cinc...

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Hoy hace 25 años de aquella tarde-noche en la que un puñado de guardias civiles al mando de un teniente coronel simplón y aparentemente neurótico sumieron en la perplejidad o el canguelo a los demócratas. Se escenificó con fuego real, eso sí, un golpe de estado del que hoy lo sabemos casi todo, después de tantos libros de memorias e investigaciones periodísticas en torno a las altísimas complicidades y operaciones varias para reconducir -como los golpistas gustaban describir su servicio a la patria- el gobierno del país, legítimamente elegido en las urnas, todo sea dicho. Han transcurrido cinco lustros, y mirando hacia atrás sin ira, el rasgo más notable que se desprende de los recuerdos y de los relatos es la imagen de una clase política autófaga, oportunista y hasta miserable, con pocas y ciertas excepciones, acaso ciegas y sordas al peligro que les acechaba.

Valencia fue, junto a Madrid, y con la misma intensidad, uno de los dos vórtices de la sacudida. La crónica del suceso no se puede escribir sin las fotos tomadas a hurtadillas de los carros de combate por las grandes vías de nuestra ciudad, enmudeciendo al vecindario y a la inmensa población de estorninos. Ni tampoco -y eso es más decisivo- sin referir las trapisondas conspirativas llevadas a cabo durante meses en la capitanía general de la región, convertida en referente y garante de la asonada. Claro que eso lo supimos después. Antes y durante el transcurso de este episodio en el hemiciclo de las Cortes españolas la inmensa mayoría de los valencianos estuvimos en Babia. Tanto los políticos como los periodistas fuimos igualmente sorprendidos por los acontecimientos, y quienes estuvieron en el ajo, si los hubo, fueron un modelo de discreción.

Estos días, que propician la evocación de la efeméride, ha salido a relucir por estos pagos la pregunta incontestada acerca de una posible urdimbre reaccionaria y la existencia de listas negras para neutralizar en Valencia, drástica y contundentemente, a los demócratas. No nos consta personalmente, ni hay indicios de tal trama en pie de guerra, ni tampoco parece creíble que el general Milán del Bosch propiciase o admitiese ese género de colaboración civil. Hay bellaquerías que un caballero -y a su modo lo era- no se permite, por más atrabiliario que se nos antoje y más insensata que sea su opción.

Pero, dicho esto, habremos de añadir que, no obstante, en Valencia y por aquellas calendas bullía la extrema derecha y su amenaza no podía soslayarse alegremente. En la mente de todos cuantos ejercían una labor con dimensión pública o simplemente se interesasen por la actualidad permanecían vivas las noticias e imágenes de los atentados terroristas impunes -muerte de Miguel Grau en Alicante, bombas contra Joan Fuster y Manuel Sanchis Guarner- así como las agresiones e insultos constantes a las autoridades socialistas municipales y corporativas. Era el "neofeixisme armat i provocador" que denunciaba el escritor de Sueca y que tanto la derecha demócrata como la izquierda diluida no supieron confrontar y aventar.

Tal fue el presunto peligro que gravitó aquella velada sobre los demócratas valencianos, sin que nunca llegásemos a saber la entidad y certeza del mismo. Desactivado el golpe, por su propio fracaso, se cambiaron las tornas, las mismas fuerzas de seguridad se invistieron las credenciales constitucionales poco antes dejadas en suspenso. Aquí no había pasado nada, a pesar de que las emisoras y los periódicos del día siguiente nos abrumaron con un bando de guerra que, de prosperar el llamado "tejerazo", nos hubiera devuelto a la edad de la piedra del franquismo. Sin llegar a tanto, el frenazo a la democracia fue considerable. Y no por la LOAPA u otras disposiciones, sino por la cautela -si no miedo- que nos instaló en el cuerpo. Leídos hoy, a la luz de lo que sabemos, algunos editoriales y artículos que se escribieron y escribimos bajo ese estado emocional, delatan, como ningún otro testimonio, que éramos mucho más jóvenes e ingenuos, más temerarios y, sobre todo, estábamos muy desinformados.

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