Entrevista:Frank Niubo, cubano | Nuevos madrileños

"En Cuba piensan que aquí se vive gratis, pero se equivocan"

El buque Kammara surca el Atlántico. Su proa mira hacia Costa de Marfil. De repente, una tormenta lo escora. Medio esqueleto se hunde y está a punto de naufragar. En los camarotes, 35 marineros cubanos sufren la tempestad. Frank Niubo, el más joven, tiembla. Será su último viaje en alta mar.

"Pasamos hambre. Durante 84 días sólo comimos corn flakes y alubias negras. Nada más", relata Niubo. Nació en La Habana hace 30 años y se graduó como ingeniero electrónico y oficial de cubierta en la Academia Naval Granma. Allí acunó el sueño de recorrer el mundo de puerto en puerto....

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El buque Kammara surca el Atlántico. Su proa mira hacia Costa de Marfil. De repente, una tormenta lo escora. Medio esqueleto se hunde y está a punto de naufragar. En los camarotes, 35 marineros cubanos sufren la tempestad. Frank Niubo, el más joven, tiembla. Será su último viaje en alta mar.

"Pasamos hambre. Durante 84 días sólo comimos corn flakes y alubias negras. Nada más", relata Niubo. Nació en La Habana hace 30 años y se graduó como ingeniero electrónico y oficial de cubierta en la Academia Naval Granma. Allí acunó el sueño de recorrer el mundo de puerto en puerto.

"Estuve dos años navegando por el norte de África y Europa", recuerda Niubo, mientras toma un refresco. "Todo terminó mal: llegaron a debernos 11 meses". Sobrevivió haciendo trapicheos -les regalaban mercadería en Bélgica y ellos la vendían en África- y, después del amago de naufragio que casi le cuesta la vida, estuvo de polizón en el barco, amarrado en el puerto de Bilbao.

Un día lo dejó. "No podíamos salir y las condiciones eran inaguantables", evoca Niubo. Habla despacio y acomoda sus casi dos metros en la silla. "Entonces quedé con un compañero y la noche del 2 de octubre de 2001 me escapé". En Bilbao les esperaba una amiga. Ella los acogió esa noche. Al alba, Frank se comunicó con otro cubano, al que conocía del bachillerato. Él lo invitó a quedarse en su casa de Alcalá de Henares. Niubo no lo sabía, pero amarraría para siempre en esta mítica ciudad madrileña.

Con techo prestado, Niubo empezó la tómbola de la supervivencia. "No tenía papeles, así que trabajaba de lo que podía. O de lo que me ofrecían, aunque no supiera hacerlo", afirma. Estuvo empleado en un bar, en un restaurante de la sierra, y fue coreógrafo -"de ésos que alientan a bailar a la gente"- en una discoteca. No se sentía a gusto. "La noche está hecha para descansar", justifica. Y estuvo 15 días en el paro.

Una apuesta le cambió el rumbo. "El cubano que me había acogido en su casa me desafió. Me dijo que yo no me atrevía a ir al programa de Jesús Vázquez [Busco pareja]. ¡Había una caja de Coca-Cola en juego!", subraya Niubo. Enfundado en su mejor chaqueta, fue al plató. Ganó algo más que una apuesta.

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Ahora, Niubo mira hacia un lado. Julia, su esposa, sonríe. "Ella llamó al programa y nos vimos al lunes siguiente", relata. "Una semana después, ya estábamos juntos. Hasta hoy". Entre ellos dos duerme Naia -que significa deseo, en vasco-, su pequeña hija de ocho meses, pura madrileña. A Niubo y Julia les bailotean los ojos. "Ella es todo", confiesan.

A miles de kilómetros, en Cuba, el Gobierno de Fidel Castro considera a Niubo y sus compañeros como desertores. No pueden volver a su tierra en cinco años. "Mi ilusión es que en octubre, cuando se cumpla el plazo, me digan que puedo volver a visitar a mi familia", sueña Niubo. Allí, en La Habana, dejó dos hermanos y una sobrina. Él es el menor de la familia.

Este cubano de ascendencia catalana -"mi abuelo nació allí, pero como todos sus contemporáneos fallecieron, no puedo conseguir la ciudadanía"- no extraña el mar. "Volvería atrás y haría lo mismo", enfatiza. Tiene sus razones: "En Cuba la están pasando muy mal: no hay barcos y casi no pueden navegar", se lamenta.

"Allá piensan que aquí se vive gratis, pero se equivocan", remarca Niubo. "Desde que estoy aquí, no pude tomarme una semana de vacaciones". Se ha pasado la vida como interno: en el bachillerato, en la Universidad y ahora, en el exilio. "Pero si esperas a que te caiga la lotería, no ganas nada. Además, hay que trabajar para poder pagar el billete", detalla. Y esa lucha diaria parece ser el motivo principal de su vida.

Afincado en Alcalá de Henares, Niubo detesta el estrés de las grandes ciudades. "Prefiero un lugar como Pinilla del Monte. Tranquilo. Reparador. ¡Allí se duerme con manta hasta en verano!", afirma. Y añade con orgullo que él ha sido el primer negro que llegó al pueblo, donde lo acogieron "con los brazos abiertos".

En Madrid, en cambio, no le fue tan bien. Dos hechos marcaron su estancia, ambos teñidos de racismo: "Un grupo de skins me insultó y quiso pegarme en una estación. Y una señora mayor me abordó en una calle y me dijo: 'En España, los negros tienen que dejarnos las aceras a los españoles'. Por desgracia, gente así va a existir siempre. ¡Si hasta me llegaron a pedir droga, pensando que yo era un camello!".

Ahora suelta carcajadas genuinas. Se ríe de sí mismo. De sus peripecias. "En España, las leyes deberían ser más flexibles con los inmigrantes", reflexiona. Y añade que la Guardia Civil inspeccionó durante un año su casa para ver si vivía con su esposa. "¡El mío no es uno de esos matrimonios por conveniencia!", se queja.

Deportista desde joven, probó ping-pong, baloncesto, balonmano y atletismo. Pero Niubo se decantó por el voleibol. Mata el gusanillo jugando en el equipo madrileño de Coslada. Sueña con jugar en la élite, "pero a los 30 años ya es muy difícil...", razona.

Lo que le hace verdadera ilusión es ver crecer a su hija. Y traerse a su hermana, enfermera de profesión, para que conozca a la pequeña. En tres años se sabrá si la dejan venir. A él no le importa. Le vale su propia historia, cuando nadie daba un duro por él. "¡Voy a traérmela! ¡Cueste lo que cueste!".

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