Columna

La ley del embudo

Ni vencedores ni vencidos, sino especies en extinción. La campana salvó, en el último momento, la reforma del Estatut valenciano, con el recurrente sacrificio de las minorías. Las minorías no dejan de ser esa calderilla que suena pero no cuenta a la hora de redondear los pactos. Alguien dijo que la política sufre de amnesia, pero de lo que sufre es de ceguera. Los grandes partidos, es decir, el que ahora gobierna y el que mañana puede gobernar, no se percatan de que echan a la cuneta de la democracia a miles de ciudadanos, a quienes niegan la posibilidad de representación parlamentaria. Y si s...

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Ni vencedores ni vencidos, sino especies en extinción. La campana salvó, en el último momento, la reforma del Estatut valenciano, con el recurrente sacrificio de las minorías. Las minorías no dejan de ser esa calderilla que suena pero no cuenta a la hora de redondear los pactos. Alguien dijo que la política sufre de amnesia, pero de lo que sufre es de ceguera. Los grandes partidos, es decir, el que ahora gobierna y el que mañana puede gobernar, no se percatan de que echan a la cuneta de la democracia a miles de ciudadanos, a quienes niegan la posibilidad de representación parlamentaria. Y si se percatan, miran para otro lado. Y si miran para otro lado, se pueden pegar un morrón de no te menees. Sin embargo, hay que admitir que el desenlace final y fatal también estaba previsto en el libreto. En esta comedia de figurón y costumbrismo muy verbenero, Federico Trillo amenazó con el portazo. Y el portazo como ultimátum dejó al PSOE en bragas. El PSOE envió a un propio muy reputado, para que solicitara de Zaplana su mediación: había que librar de todo mal el acuerdo, a dos bandas. Entonces Zaplana hizo un extraño y se mostró de oráculo en todo su esplendor, y, tal como corresponde, emitió un mensaje enigmático: el pacto no está "ni roto ni no roto". Y aunque el mensaje no se ajustaba al hexámetro clásico, sí restauró el santo y seña del bipartidismo, en la difusa claridad del alba. Y los socialistas anunciaron su temporada de rebajas: ¿Que el 3% es un verdadero derroche? Pues, nada, que no se hable más del asunto. Así es que se deja en un 5% y solo en la Ley Electoral, y para cualquier modificación, los dos tercios de las Cortes. Que si el PP quiere mantener lo de "idioma valenciano", pues, vale, que tampoco es cosa de empecinarse. En fin, listones fuera y a mandar, que para eso estamos. De Estatut en Estatut, y por dos puntos tan solo en la reforma actual, cuántas renuncias se han consumado ya. Y cuántas frases para una antología de los despropósitos. Desde la de Federico Trillo, impregnada de desdén para los grupos minoritarios, cuando afirma que han logrado el consenso "superando desconfianzas o presiones de terceros que no tienen la representación del PP y el PSOE", hasta las dictadas por el triunfalismo del presidente Francisco Camps quien considera que el acuerdo se ha cumplido en todos sus términos "porque todo ello forma parte del patrimonio político de la Comunidad Valenciana", ¿nada más que "todo ello"? Pues qué patrimonio tan menguado como excluyente. Por lo que se ve, para Camps no cuentan la participación y las aportaciones a la sociedad valenciana de otros partidos parlamentarios, como EU, o extraparlamentarios, como el Bloc, Quizá porque para el presidente la democracia es, según ha definido, "alternancia y estabilidad". Es decir, una peligrosa simplificación, de muy dudoso valor democrático, que se cepilla -el cronista quiere pensar que inconscientemente- la pluralidad, la crítica, la discrepancia, la protesta, la iniciativa y la participación ciudadanas y tantas otras cosas. Por eso al cronista le parece que más que reforma estatutaria, lo que se ha hecho es poner en condiciones la ley del embudo.

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