Editorial:

Más transgénicos

Los organismos genéticamente modificados (OGM), comúnmente conocidos como transgénicos, han dado pie a las críticas de los grupos ecologistas y a los recelos de los ciudadanos desde que empezó el uso de ellos hace ya una década. Los últimos datos sobre producción mundial revelan, sin embargo, que las sospechas empiezan a disiparse y que son más los países que aumentan su cultivo, especialmente los más desarrollados. Desgraciadamente, esa tendencia no se refleja tanto entre los más pobres, sujetos al régimen de casi monopolio exportador de las semillas modificadas por las multinacionales.
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Los organismos genéticamente modificados (OGM), comúnmente conocidos como transgénicos, han dado pie a las críticas de los grupos ecologistas y a los recelos de los ciudadanos desde que empezó el uso de ellos hace ya una década. Los últimos datos sobre producción mundial revelan, sin embargo, que las sospechas empiezan a disiparse y que son más los países que aumentan su cultivo, especialmente los más desarrollados. Desgraciadamente, esa tendencia no se refleja tanto entre los más pobres, sujetos al régimen de casi monopolio exportador de las semillas modificadas por las multinacionales.

La superficie dedicada a la siembra de plantas transgénicas alcanzó 90 millones de hectáreas en 2005, un 11% más que el año anterior, según el estudio del Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas (ISAAA en sus siglas en inglés). Estas plantas, que incorporan genes que les confieren resistencia a herbicidas y/o plagas, son ya utilizadas por 8,5 millones de campesinos en 21 países, 10 de ellos industrializados y el resto en vías de desarrollo. Más de la mitad de la superficie está en Estados Unidos, lo cual pone en duda una de las ventajas que siempre han invocado los defensores de este tipo de productos de que servirán para paliar las necesidades de los países más pobres.

España, con 100.000 hectáreas de maíz transgénico plantado, es el socio de la UE que más superficie dedica a este cultivo. Todo ello pese a la oposición de organizaciones ecologistas nacionales, que siguen alertando sobre los supuestos daños a la salud. Francia y Portugal han reanudado la siembra de maíz modificado una vez que la UE decidió levantar hace más de un año una moratoria que le costó una denuncia de EE UU y otros países ante la Organización Mundial de Comercio.

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Diez años después del inicio de su comercialización no hay pruebas científicas de riesgo humano. Aunque no existan aún estudios concluyentes al respecto, no parece que en los países que más los han utilizado (EE UU, Argentina, Brasil, Canadá o China) hayan aparecido nuevas enfermedades relacionadas con su consumo, ni están claras aún sus consecuencias sobre el medio ambiente. Gran parte de los prejuicios que rodean su uso ha sido debida a la opacidad practicada por las multinacionales a la hora de facilitar información. Nunca estará de más, por tanto, mayor transparencia y una buena aplicación del conocimiento científico.

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