Editorial:

Salud y sociedad civil

El renacido Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, cuya dirección científica ha sido encargada al eminente cardiólogo Valentí Fuster, ha emprendido el vuelo y, con él, una de las apuestas científicas de mayor calado de España e incluso de la Unión Europea, no sólo por el volumen de inversiones previsto, sino por la muy relevante participación de la empresa privada en el proyecto. El centro nace con un presupuesto asegurado de 266 millones de euros hasta 2012, una cifra extraordinaria que ha podido alcanzarse gracias a la participación de la sociedad civil: trece de las mayores em...

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El renacido Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, cuya dirección científica ha sido encargada al eminente cardiólogo Valentí Fuster, ha emprendido el vuelo y, con él, una de las apuestas científicas de mayor calado de España e incluso de la Unión Europea, no sólo por el volumen de inversiones previsto, sino por la muy relevante participación de la empresa privada en el proyecto. El centro nace con un presupuesto asegurado de 266 millones de euros hasta 2012, una cifra extraordinaria que ha podido alcanzarse gracias a la participación de la sociedad civil: trece de las mayores empresas españolas (de sectores muy diversos) se han comprometido a aportar en seis años el 40% de la inversión prevista.

Además de su significado social, esa participación supone una apuesta por un modelo -el propuesto por Fuster- que aspira a convertir el centro en un semillero de conocimiento capaz de atraer inversiones productivas en uno de los campos de mayor valor estratégico, la biomedicina. El centro en sí mismo es una semilla de futuro para España: sólo los países que cuenten con potentes estructuras científicas estarán en condiciones de capitalizar el esfuerzo comunitario de la Agenda Lisboa-2010, que aspira a destinar el 3% del PIB a I+D+i. Pero el CNIC puede jugar también un papel muy importante en la dinamización de la ciencia biomédica en España. La estrategia de priorizar los proyectos de formación de jóvenes investigadores indica que el centro no ha sido concebido como una isla de excelencia, cerrada e impermeable, sino que tiene el propósito de imbricarse en el tejido científico y potenciarlo.

Una inversión de esta envergadura puede ser un importante reclamo para atraer figuras de primer nivel que conecten con las redes científicas internacionales. Y permitirá crear circuitos de ida y vuelta que ayuden a descubrir nuevos talentos y aprovechar la gran cantidad de iniciativa y esfuerzo que ahora albergan los hospitales y centros de investigación de la red sanitaria pública: un capital humano que no tiene la proyección que merece por falta de estructuras y recursos.

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